Equidad: Infancias y Adolescencias

Equidad

Pensar y hacer un nuevo jardín desde la incertidumbre. Escenas educativas que nos deja la pandemia: ¿Se quedarán los niños y niñas?, ¿Cómo aguantaremos las tres horas el barbijo y la máscara protectora?, ¿No les dará miedo a los niños y niñas no poder ver nuestras caras?, ¿Y los besos y abrazos que siempre nos dan?

  
Autora: 
 
Paula Marcela Murrie. Profesora en Educación Inicial, FCH – UNICEN. Propietaria y directora Jardín Maternal Había Una Vez. Email: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo..
 
experienciaA partir del mes de abril de 2021, los jardines maternales que no cerraron sus puertas (solo 3, de un total de 9), obtuvieron la habilitación para poder abrir como Talleres Recreativos, para niños de 3 a 6 años. Es así, que “Había Una Vez Jardín Maternal”, pasó a denominarse: “Había Una Vez Talleres”. 

Desde el inicio de la pandemia y de acuerdo al DNU nacional, la provincia de Santa Cruz mantuvo cerradas las instituciones educativas en todos los niveles y modalidades (Superior, Secundario, Primario, Inicial y Especial). Es así que los jardines maternales se mantienen cerrados hasta el día de hoy (agosto de 2021), al igual que el resto de los establecimientos educativos. En el caso de Caleta Olivia, los jardines maternales no están reconocidos por el Consejo Provincial de Educación (organismo que opera como Ministerio de Educación Provincial), sino que su apertura depende solo de una habilitación comercial. A continuación, se relatan experiencias propias de esta etapa. 

 

 Volver, llenos de dudas e incertidumbres

 Sabemos hacer el trabajo para el que nos formamos, nos capacitamos y día a día nos da la práctica necesaria, pero nunca nos preparamos para volver en medio de una pandemia. Muchas preguntas fueron surgiendo: ¿Se quedarán los niños y niñas?, ¿Cómo aguantaremos las tres horas el barbijo y la máscara protectora?, ¿No les dará miedo a los niños y niñas no poder ver nuestras caras?, ¿Y los besos y abrazos que siempre nos dan?, ¿Y si alguien tiene el virus y nos contagiamos?, ¿Qué pasa con nosotros y nuestras familias?, ¿Cuánto tiempo podremos trabajar y compartir? Incertidumbre y esperanza son las palabras que nos acompañan estos tiempos y así el 5 de abril, luego de un año y 19 días de permanecer cerrados, volvimos a abrir las puertas de nuestro jardín maternal pero ahora bajo formato de Talleres. 

Todas las sensaciones y emociones recorren los días. Volver a ver las caritas que tanto extrañábamos; explicar que ahora “la seño usa barbijo y máscara protectora” y antes de poder expresar el porqué, los niños y las niñas se anticipan y nombran al “CORONAVIRUS”, como un otro, un par: “Seño, nosotros ya lo tuvimos”, “hay que lavarse las manos para que el coronavirus no nos ataque”; “cuando el coronavirus se canse, vamos a poder jugar todos juntos”; “el coronavirus nos quiere robar, por eso hay que esconderse en la casa”, “no Seño, el coronavirus es malo” y así, arrancamos. 

El protocolo que tanto nos preocupaba funcionó a la perfección: llegar, pasar los pies para desinfectar, alcohol en gel y temperatura. Ya todos lo teníamos incorporado de alguna manera y pasó a ser parte de la rutina. Costó no dar un abrazo, un beso, pero no quitaba la alegría del encuentro con los otros y las otras y de volver, reencontrarnos y construir colectivamente. Desde la incertidumbre de cómo sería y cuánto duraría, pero seguros y seguras de que los días compartidos lo valían.  A modo de cierre, todos los viernes entregamos un presente de despedida para el fin de semana, pero además pensando que puede ser el inicio de un nuevo receso. 
 
 
 Recuperar lo perdido

La primera semana fue intensa, había tanto para decir que había quedado pausado y las paredes del jardín que parecían que nunca más iban a volver a tomar vida. Volvíamos entonces a apostar por un nuevo comienzo: gritos, risas, abrazos, el “mamá – Seño” que tanto extrañábamos. Sabemos que estamos ahí para acompañar, contener a las infancias, con la incertidumbre, lo impredecible de no saber qué pasará, y es allí mismo donde los niños y las niñas construyen los primeros lazos sociales con pares que no son de la familia, donde aprenden a compartir, a que el otro es uno distinto, que a su vez otorga identidad. Creemos que la educación es la esencia del cambio, en palabras de Ernesto Sábato: “Privar a un niño de su derecho a la educación es amputarlo de esa primera comunidad donde los pueblos van madurando sus utopías… Lo he dicho en otras oportunidades y lo reafirmo: la búsqueda de una vida más humana debe comenzar por la educación”. La famosa adaptación, de otros tiempos, esta vez fue distinta a todas: las familias no podían entrar, la cara de la seño no se podía ver, nuevas pautas que aprender: desinfección, ventilación, lavado de manos y uso de alcohol extra. En líneas generales, todos estábamos más sensibles. Lo que más cuesta siempre es entrar y compartir. Cada niño y niña viene con su propio “MIO”: “mi mamá”, “mi juguete”, “es mío” y ahora nuevamente estaban con pares, con otros que querían ver, jugar y compartir, pero también con más de un año sin poder tener espacios para el encuentro.

Para muchos, significó volver a un lugar del cual ya habían egresado y habían cerrado una etapa: su jardín maternal.  Pero acá estábamos: reencontrándonos yexperiencia2 poniéndole palabras a tantos silencios y ausencias: “Había una vez una palabra redonda, entera, brillante. Adentro de la palabra estaba el mundo. Y en el mundo estábamos nosotros, diciéndonos palabras” (Graciela Montes). 

Las demandas de las familias fueron bien claras: necesidad de que hijos únicos, que no tienen contacto con otros niños, socialicen; niños que jamás asistieron a una institución educativa y que además por distintas razones no pueden conectarse virtualmente, estimular el lenguaje y ofrecer un espacio que brinde algo de la vieja “normalidad”. Es difícil poder brindar un espacio de contención cuando las respuestas no están claras para los adultos y no se pueden ofrecer certezas a las que sabíamos estar acostumbrados. Pero estábamos en plena acción y por ende construyendo juntos: familias, seños y niños y niñas. 

No podemos dejar de lado, ni dejar de pensar respecto de las diferencias sociales que dejan a la vista estas experiencias: ¿Quiénes pueden asistir a este espacio, que no es un jardín, pero funciona con docentes del nivel inicial, que trabajan con el diseño curricular, planificando y avanzando con los contenidos mínimos para cada burbuja? ¿Qué sucede con las infancias que no pueden acceder de manera virtual y tampoco cuentan con un espacio para el reencuentro? ¿Marcará diferencia entre los niños que asistieron este tiempo y sus compañeros de sala que no asisten? Preguntas que no tienen hoy respuesta, pero que quedan pendientes y que el tiempo podrá responder. Mientras tanto, desde la incertidumbre, seguimos construyéndonos y deconstruyéndonos, transitando estos tiempos difíciles, que no tienen un horizonte claro visible, pero que, si se piensan en función de la temporalidad a nivel de humanidad, creemos que la historia jugará a nuestro favor. Es ella misma la que nos demuestra que siempre pudimos levantarnos luego de guerras, catástrofes, pandemias, crisis económicas y ambientales. Los alicientes son muchos, y la utopía de que sólo es la educación quien puede liberarnos como personas, es lo que nos mueve a continuar, a seguir trazando nuevos caminos para nuevos tiempos de transformación: “Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose.” (Julio Cortázar Rayuela, Capítulo 28).
 
Tengo tiempo para saber si lo que sueño concluye en algo. L. A. Spinetta.