Pensar y hacer un nuevo jardín desde la incertidumbre. Escenas educativas que nos deja la pandemia: ¿Se quedarán los niños y niñas?, ¿Cómo aguantaremos las tres horas el barbijo y la máscara protectora?, ¿No les dará miedo a los niños y niñas no poder ver nuestras caras?, ¿Y los besos y abrazos que siempre nos dan?

Desde el inicio de la pandemia y de acuerdo al DNU nacional, la provincia de Santa Cruz mantuvo cerradas las instituciones educativas en todos los niveles y modalidades (Superior, Secundario, Primario, Inicial y Especial). Es así que los jardines maternales se mantienen cerrados hasta el día de hoy (agosto de 2021), al igual que el resto de los establecimientos educativos. En el caso de Caleta Olivia, los jardines maternales no están reconocidos por el Consejo Provincial de Educación (organismo que opera como Ministerio de Educación Provincial), sino que su apertura depende solo de una habilitación comercial. A continuación, se relatan experiencias propias de esta etapa.
Volver, llenos de dudas e incertidumbres
Sabemos hacer el trabajo para el que nos formamos, nos capacitamos y día a día nos da la práctica necesaria, pero nunca nos preparamos para volver en medio de una pandemia. Muchas preguntas fueron surgiendo: ¿Se quedarán los niños y niñas?, ¿Cómo aguantaremos las tres horas el barbijo y la máscara protectora?, ¿No les dará miedo a los niños y niñas no poder ver nuestras caras?, ¿Y los besos y abrazos que siempre nos dan?, ¿Y si alguien tiene el virus y nos contagiamos?, ¿Qué pasa con nosotros y nuestras familias?, ¿Cuánto tiempo podremos trabajar y compartir? Incertidumbre y esperanza son las palabras que nos acompañan estos tiempos y así el 5 de abril, luego de un año y 19 días de permanecer cerrados, volvimos a abrir las puertas de nuestro jardín maternal pero ahora bajo formato de Talleres.
Todas las sensaciones y emociones recorren los días. Volver a ver las caritas que tanto extrañábamos; explicar que ahora “la seño usa barbijo y máscara protectora” y antes de poder expresar el porqué, los niños y las niñas se anticipan y nombran al “CORONAVIRUS”, como un otro, un par: “Seño, nosotros ya lo tuvimos”, “hay que lavarse las manos para que el coronavirus no nos ataque”; “cuando el coronavirus se canse, vamos a poder jugar todos juntos”; “el coronavirus nos quiere robar, por eso hay que esconderse en la casa”, “no Seño, el coronavirus es malo” y así, arrancamos.
La primera semana fue intensa, había tanto para decir que había quedado pausado y las paredes del jardín que parecían que nunca más iban a volver a tomar vida. Volvíamos entonces a apostar por un nuevo comienzo: gritos, risas, abrazos, el “mamá – Seño” que tanto extrañábamos. Sabemos que estamos ahí para acompañar, contener a las infancias, con la incertidumbre, lo impredecible de no saber qué pasará, y es allí mismo donde los niños y las niñas construyen los primeros lazos sociales con pares que no son de la familia, donde aprenden a compartir, a que el otro es uno distinto, que a su vez otorga identidad. Creemos que la educación es la esencia del cambio, en palabras de Ernesto Sábato: “Privar a un niño de su derecho a la educación es amputarlo de esa primera comunidad donde los pueblos van madurando sus utopías… Lo he dicho en otras oportunidades y lo reafirmo: la búsqueda de una vida más humana debe comenzar por la educación”. La famosa adaptación, de otros tiempos, esta vez fue distinta a todas: las familias no podían entrar, la cara de la seño no se podía ver, nuevas pautas que aprender: desinfección, ventilación, lavado de manos y uso de alcohol extra. En líneas generales, todos estábamos más sensibles. Lo que más cuesta siempre es entrar y compartir. Cada niño y niña viene con su propio “MIO”: “mi mamá”, “mi juguete”, “es mío” y ahora nuevamente estaban con pares, con otros que querían ver, jugar y compartir, pero también con más de un año sin poder tener espacios para el encuentro.

Las demandas de las familias fueron bien claras: necesidad de que hijos únicos, que no tienen contacto con otros niños, socialicen; niños que jamás asistieron a una institución educativa y que además por distintas razones no pueden conectarse virtualmente, estimular el lenguaje y ofrecer un espacio que brinde algo de la vieja “normalidad”. Es difícil poder brindar un espacio de contención cuando las respuestas no están claras para los adultos y no se pueden ofrecer certezas a las que sabíamos estar acostumbrados. Pero estábamos en plena acción y por ende construyendo juntos: familias, seños y niños y niñas.