Intersecciones en Comunicación
artículo Felitti y Rizzotti
Intersecciones en Comunicación
ISSN 1515-2332 (versión impresa)
ISSN 2250-4184 (versión On-line)
Intersecciones en Comunicación. nº7 Pag. 41-73 Olavarría ene./dic. 2013
Cuerpo, género y sexualidad en los programas de intercambio. Experiencias de estudiantes estadounidenses en Buenos Aires
Karina Felitti[i] y Andrea Rizzotti[ii]
Recibido 26/08/2013
Aceptado 28/09/2013
RESUMEN
Este artículo reflexiona sobre el lugar del cuerpo, el género y las sexualidades en las experiencias de educación internacional, y los desafíos que presenta la traducción de ciertos sentidos y prácticas en este campo. Para ello indaga en las creencias, opiniones, valoraciones y experiencias de estudiantes universitarios estadounidenses que participaron de un programa de educación internacional entre 2008 y el primer semestre de 2013. Nos preguntamos sobre la información y preparación que reciben cuando aún están en los Estados Unidos y cómo viven las regulaciones y prácticas de género y de sexualidad una vez arribados a Buenos Aires. A partir del análisis de entrevistas y testimonios escritos de los y las estudiantes, y publicaciones y sitios web de las universidades de EE.UU y empresas que organizan estos programas, proponemos contribuir a los estudios actuales sobre la educación internacional y la educación intercultural destacando los aportes de los estudios de género y feministas.
Palabras clave: Educación – Interculturalidad – Género – Sexualidades – América Latina
ABSTRACT
BODY, GENDER AND SEXUALITY IN STUDY ABROAD AMERICAN STUDENTS EXPERIENCE IN BUENOS AIRES. This article analyzes the implications of bodies, gender and sexualities in international education and the challenges presented by the translation of certain meanings and practices in this field. We explore the beliefs, opinions, reviews and experiences of American college students who participated in a program of international education between 2008 and 2013 spring. We wonder about the information and training they receive while still in the United States and how they live the regulations and practices of gender and sexuality once arrived to Buenos Aires. Based on the analysis of students interviews and their testimonials, and publications and websites of U.S. universities and companies that organize these programs, we intend to contribute to current research on international education and intercultural education, highlighting the contributions of gender and feminist studies.
Keywords: Education - Interculturality - Gender - Sexualities - Latin America
INTRODUCCIÓN
En las últimas décadas los programas de educación internacional (study abroad, education abroad) se han expandido y transformado. Más variedad en los destinos y mayor diversidad dentro de la composición del estudiantado -en términos de nacionalidad, clase social, pertenencia étnica, género, campo de estudio- son las características más sobresalientes de estos cambios, en un tipo de educación que sigue de cerca los movimientos de la economía mundial, del orden político internacional y los desarrollos en las telecomunicaciones y el transporte (Hoffa y DePaul, 2010). En un contexto de creciente valoración de la interculturalidad, la aspiración de educar a las nuevas generaciones en sus principios se extiende cada vez más. Según datos de 2010, los estudiantes estadounidenses que realizan parte de sus estudios superiores en el extranjero son cerca de 250.000 cada año, lo que representa un aumento de 143% con respecto a las cifras de hace una década, y son las mujeres quienes representan la mayor proporción de estos números (Salisbury, Paulsen y Pascarella, 2010). Europa sigue siendo el principal destino (57.40%) aunque su participación ha decrecido en casi un 7% en los últimos 10 años. En este nuevo mapa Argentina es uno de los países que se ha posicionado mejor, junto con China, Sudáfrica, Ecuador y la India.
La Argentina, y más específicamente la ciudad de Buenos Aires, ya resultaban atractivas por su impronta histórica cosmopolita y el prestigio de su campo académico, pero desde la devaluación del peso en enero del 2002, y una vez superados los conflictos sociales que siguieron a la crisis del 2001, sus ventajas se hicieron más notables. (Vergara Giavi P; et al., 2008). En Buenos Aires funcionan varios programas de intercambio que reciben cada año a cientos de estudiantes provenientes de los Estados Unidos. Las universidades públicas y privadas acogen a estos jóvenes que por seis meses o un año vivirán en esta ciudad, aprendiendo, aceptando y cuestionando sus reglas. En sus experiencias cotidianas el cuerpo se pone en acción y las cuestiones de género y sexualidades se discuten y se viven. Una mujer como presidenta, la ley de matrimonio igualitario, la educación sexual obligatoria y la provisión de anticonceptivos gratuitos son contrastadas con la ilegalidad del aborto, el acoso callejero y diversas escenas que caen bajo el estereotipo del “machismo latinoamericano”.
Este artículo releva y analiza las opiniones y experiencias de estudiantes estadounidenses que formaron parte del Programa de Intercambio de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales para estudiantes extranjeros (CIEE) con sede en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), entre 2008 y el primer semestre de 2013[iii]. Específicamente nos preguntamos cómo interpretan y viven las regulaciones y prácticas de género y de sexualidad de la cultura argentina durante su estancia académica, y sobre los desafíos que presentan estos temas para la educación internacional, tanto en sus momentos preparatorios (pre departure) como en su desarrollo (on site) [iv]. Se trata entonces de reflexionar sobre las experiencias de interculturalidad que surgen de estos programas de intercambio[v], poniendo el acento en aspectos que son generalmente naturalizados y que remiten a creencias y prácticas que ponen al cuerpo, el género y las sexualidades en un lugar primordial.
Para conocer sus ideas previas sobre estos aspectos de la cultura local, relevamos la información que facilita CIEE y otras universidades estadounidenses sobre los países que se ofrecen como destinos de study abroad. En segundo lugar nos concentramos en las opiniones y experiencias de los estudiantes una vez en Buenos Aires, a partir del análisis de sus testimonios registrados como entrevistas orales individuales, reflexiones escritas y resultados de trabajos de campo e investigación realizados en el marco del curso “Cuerpos, géneros y sexualidades en Argentina: políticas, discursos y experiencias” del cual somos docentes, entre 2008 y el primer semestre de 2013[vi]. También se incluyen las opiniones de algunas estudiantes del Summer Community and Public Health Program, recolectadas entre 2009 y 2010, y los testimonios publicados en Instantáneas, la revista del Programa de Liberal Arts.
PREPARARSE PARA LA INTERCULTURALIDAD
Para dar cuenta analíticamente de las relaciones entre grupos humanos diferenciados y gestionar las negociaciones y posibles acuerdos que resultan de ellas, se habla de multiculturalismo, un término que aparece a mediados del siglo XX pero que refleja situaciones de convivencia tan antiguas como la humanidad misma. Las políticas de reconocimiento que esta forma ha generado no garantiza la existencia de un diálogo entre las culturas ni la comprensión de las diferencias que existen entre cada una (Gutiérrez Martínez, 2013). En ese sentido, cuando se habla de interculturalidad muchas veces se quiere dejar en claro este punto, al destacar que ésta sí da cuenta de procesos dinámicos en los que se reconoce una necesaria interdependencia, mientras que el multiculturalismo define aquellas situaciones en las que individuos, grupos o entidades sociales que pertenecen a diferentes culturas viven juntos (Aguado Odina, 1991). En el primer escenario existe el supuesto de que entre las culturas diversas se establecen relaciones igualitarias y simétricas, promoviendo el respeto entre distintos colectivos culturales que se mantienen separados. La interculturalidad, en cambio, pasa de la descripción a la acción propositiva a partir del diálogo (Diez, 2004).
Las empresas y universidades que organizan experiencias de educación internacional ofrecen a los/as estudiantes información sobre los destinos posibles y una serie de pautas que los preparan para (sobre)vivir en otra cultura. De alguna manera se trata de volver cotidiano lo que la academia y la política discute activamente: cómo se puede gestionar la diversidad. Así los manuales, las guías, la lista de tips que facilitan las instituciones educativas proponen estrategias para “capitalizar” la experiencia y “prevenir” los posibles shocks culturales. Con objetivos similares, el mercado editorial ofrece opciones para quienes quieren crecer personal, académica y profesionalmente durante sus estudios en el extranjero, dejar atrás la categoría de turista y llegar a desarrollar “competencias interculturales” (Dowell, Michele-Marie y Kelly P. Mirsky, 2003; Hansel, 2007; Kohls, 1996).
De hecho, hay muchos textos que están dirigidos a profesionales de negocios, empleados de gobierno y de organizaciones no gubernamentales que realizan misiones en el extranjero y les preocupa lograr una buena inmersión cultural y también, “estar a salvo” (Leki, 2008). En algunos de ellos está presente la intención de no ser sólo un estudiante extranjero sino un “embajador” de la cultura norteamericana (Loflin, 2007:163). Algunos sitios web que reúnen a varias empresas también organizan la información por grupos y presentan “consejos” para mujeres, estudiantes LGTB[vii], personas con discapacidades, que pertenecen a “minorías étnicas y raciales” o a alguna religión en particular (Diversity Abroad, sitio web).
En algunos sitios se establecen comparaciones entre la cultura de los Estados Unidos y la de otros países, en donde se evidencia una valoración jerárquica. Por ejemplo, se afirma que en los Estados Unidos el género no es algo tan importante en la definición de identidades como el nivel educativo, socioeconómico, la profesión o las creencias religiosas y que “el principio de la equidad entre los sexos es casi universalmente aceptado”[viii]. En el mismo sentido se acuerda que la independencia femenina y el derecho de la mujer a hacer lo mismo que los hombres es algo que se da allí pero en muchos otros lugares (University of Michigan, sitio web)[ix]. La mayoría de estas publicaciones ponen el acento en las miradas y frases que una mujer puede recibir en las calles y proponen estrategias para lidiar con esa “atención no querida” (unwanted attention) (Indiana University, sitio web). Destacan que las mujeres de los Estados Unidos pueden ser consideradas como “fáciles”, un estereotipo que atribuyen a las películas –cabe decirse producidas por los Estados Unidos– y a la actitud más abierta que muchas jóvenes manifiestan cuando están lejos de su país. También advierten que ropa muy casual – como musculosas, shorts y soleros – pueden ser “inapropiados” para determinados lugares y despertar esa unwanted attention que se quiere evitar (CIEE, 2013).
Si nos circunscribimos a las descripciones sobre América Latina, la palabra “machismo” aparece recurrentemente y el “piropo” (cat-calling, flattery, compliments) es considerado como la evidencia más clara de la sujeción femenina en la Región y el desafío más grave que deben enfrentar las estudiantes mujeres durante su estancia[x]. En algunos casos la recomendación es “hacer lo mismo que las argentinas” y “seguir caminando”, y no interpretar como algo ofensivo el contacto visual intenso durante una conversación, o el contacto corporal si la intención fue marcar un punto en especial (Butler University, 2008). La recomendación que subyace es mostrar comprensión.
La investigadora colombiana Mara Viveros afirma que el sexismo, el racismo y el clasismo son estructuras sociales que se reconstruyen y afectan mutuamente (Viveros, 2008). En este sentido, cuando se habla del “machismo latinoamericano” hay que pensar que éste no refiere solamente a las desigualdades de género; se trata también de mostrar una representación racializada de las masculinidades de los grupos subalternos (de los hombres negros, de los hombres campesinos, de los hombres de sectores populares, de los hombres de sociedades tradicionales). Viveros no niega la existencia de la dominación masculina en esos grupos sociales, sino que propone ubicarla en un contexto de dominación más amplio (Viveros, 2006). Así Lo contrario sucede cuando un acompañía de educación internacional advierte: “Los hombres en algunos los países pueden llegar hasta el punto de tocar o agarrar a una mujer en público” (CIEE, 2013)[xi], sin tomar en consideración que esto sucede también en los Estados Unidos[xii]. Por otra parte, la discriminación hacia las mujeres puede no tener como escena visible el “piropo callejero” y estar igualmente presente, en diferencias salariales, falta de acceso a posiciones de decisión o situaciones de violencia sexual como las que ocurren en los campus universitarios de los Estados Unidos (Hill y Silva, 2005). El rol de la American Association of University Women se justifica porque, como dice su slogan, “La equidad sigue siendo un problema” (Equity is still an issue) pero esto parece ignorarse o soslayarse.
Como puede verse, la información que reciben quienes desean enrolarse en estos programas de intercambio está construida a partir de estereotipos culturales que terminan por contradecir el objetivo de la educación intercultural. Con esta información y los comentarios que familiares, amigos, compañeros y los medios de comunicación pueden dar sobre el lugar elegido, cada estudiante emprende su viaje, con una mochila llena de advertencias, consejos y diagnósticos que van condicionando su llegada. Una vez en el destino elegido harán su propia relectura sobre las sugerencias e indicaciones recibidas a partir de sus propios trayectos intelectuales y corporales.
SENTIDOS DE LO INTRADUCIBLE
Argentina como el país de las mujeres más bellas y Buenos Aires como la “Paris de Sudamérica” son descripciones que ayudan a sostener cierto sentimiento de superioridad muy porteño, que es duramente criticado en otros países de América Latina y sobre el cual los estudiantes están advertidos (Karla, 2009: 28). Otra imagen extendida en el exterior, y que muchos argentinos defienden, es la que presenta a la Argentina como un país “blanco”, con escasa o nula presencia indígena o afro descendiente, aunque los estudios históricos y antropológicos muestran el carácter multiétnico y multilingüístico de la población, y actualmente existan políticas que reivindican estas raíces (Gordillo y Hirsch, 2003; Frigerio y Lamborghini, 2011; Maffia, 2012). Cuando los estudiantes arriban a Buenos Aires se dan cuenta de que la diversidad étnica es notable y que “negro” puede tener una connotación positiva, cariñosa, que no necesariamente va de la mano con el color de la piel, aunque generalmente traduce una relación de asimetría y patronazgo. Incluso pueden ser “negros” los inmigrantes que provienen de países limítrofes o los propios argentinos nativos que conservan rasgos de las poblaciones originarias. Es más, se puede ser “negro de piel” pero también ser “cabecita negra”, expresión que evoca el desprecio a las costumbres y valores de los sectores populares y la reivindicación de la “idiosincrasia” de la clase media argentina, asumida como la representante genuina del ser nacional (Adamosky, 2009). En ese sentido “negro” se asemeja al uso despectivo que tiene la palabra nigger en el inglés de los Estados Unidos.
En este escenario algunos estudiantes afroamericanos atraen las miradas pero entienden que se trata de extrañeza más que discriminación; curiosidad más que estigma, aunque en esa “extranjerización” del otro estén presentes estas ideas de una Argentina blanca y europea.
“Hay personas que acá no han visto muchas personas afro americanas por eso me miran mucho y no tengo los mismos sentimientos cuando estoy en Estados Unidos y me miran mucho. Allá cuando pienso ¿por qué me están mirando? y asumo que tienen un problema conmigo. Acá te deben mirar porque no han visto muchas personas afro”. (Daryl, comunicación personal, segundo semestre 2010).
La mayoría de los estudiantes que llegan a Buenos Aires ya tienen conocimientos del idioma español y saben que esta gramática divide a las palabras por géneros, masculino y femenino, pero les resta experimentar el desafío del hablar cotidiano teniendo en cuenta esto. El término anglosajón gender siempre remite a cuestiones de ordenamiento sexual, en cambio, en español puede servir como clasificación de músicas, tipos de literatura o incluso puede ser un sinónimo de tela (Lamas, 1996). El término queer también presenta diferencias. En el contexto actual de los Estados Unidos, la palabra ha dejado atrás sus orígenes denigratorios. Reapropiada por el activismo, remite a identidades que rompen con la ideología binaria y heteronormativa, y cuestionan la misma definición de identidades, al abogar por la fluidez y estar contra los encorsetamientos (Preciado, 2009).
En Buenos Aires, este sentido contracultural se conserva en el campo académico pero no es tan importante dentro del activismo, atento no ser “colonizado” por una palabra extranjera y sus correlatos políticos. En el circuito de consumo hay espacios para aprender y bailar “Tango Queer”, lo que en la práctica significa, que dos varones o dos mujeres pueden bailar juntos y que indistintamente pueden interpretar la parte masculina y la parte femenina de esta danza típica argentina. Esta diferencia es notable si se tiene en cuenta que el tango en sus versiones “tradicionales” condensa marcadas diferenciaciones genéricas. Así lo describía una estudiante que tomó un curso de este baile:
“La improvisación es siempre responsabilidad del hombre. Por eso las mujeres necesitan escuchar (con sus cuerpos) a los varones y seguir sus movimientos. Esto representa la cultura del poder y control del hombre sobre la mujer”. (Melanie, comunicación personal, primer semestre 2013).
Otros bares, hoteles, restaurantes y locales bailables suelen también incluir en sus descripciones la palabra queer, aunque en general el sentido post-identitario y revolucionario del término no está presente. Se trata más bien de espacios orientados a un público de gays y lesbianas, que también se jacta de ser heterofriendly, y proponen una integración a partir del consumo, apoyándose ahora en leyes como la del matrimonio igualitario[xiii]. En el primer semestre de 2013 una estudiante del Programa de Investigación de CIEE-FLACSO (Undergratuate Research Program) relevó los espacios queer en Buenos Aires y analizó los contrastes:
“Hay ideologías y espacios que yo identificaría como queer por mi definición y experiencia, pero las personas acá tienen su propios métodos de nombrar al espacio, y el no uso de esta palabra no significa que no haya comunidad (…), ni que no hay un grupo o movimiento más radical que rechaza a la normalización. Solamente que, por su propia historia y lenguaje, estas cosas son identificadas y pensadas en una manera diferente que surge del contexto en que existe No es simplemente ‘raro’ ” (Ann, comunicación personal, primer semestre 2013).
La tentación de la “transparencia lingüística” de algunas palabras también llevan a equívocos, como sucede con el adjetivo aggressive. En español solemos traducirlo como agresivo y relacionarlo con la violencia, pero en inglés el término puede calificar a una persona que está muy determinada en conseguir o tener éxito en lo que quiere, en obtener resultados (Longman, 1995:26). Muchas familias que hospedan a estudiantes mujeres han entrado en pánico cuando ellas comentan que un varón fue muy “agresivo” con ellas. Las familias locales piensan que se trató de una escena de acoso sexual pero las jóvenes quieren decir que algún varón fue muy insistente en sus invitaciones a bailar o a salir. Lo interesante es que para algunas de estas jóvenes esa insistencia también puede ser interpretada y vivida como una forma de violencia, como trataremos de explicar a continuación.
PONER EL CUERPO
Esa manía de mostrar
El cuerpo entendido como proyecto no es solamente algo dado por la naturaleza sino que expresa un mandato de desarrollo personal propio de la modernidad y su imperiosa necesidad de individuación. Como sostiene David Le Breton, el cuerpo moderno “implica la ruptura del sujeto con los otros (una estructura social de tipo individualista), con el cosmos (las materias primas que componen el cuerpo no encuentran ninguna correspondencia en otra parte), consigo mismo (poseer un cuerpo más que ser un cuerpo)” (Le Breton, 2010:8). Partiendo de estas consideraciones históricas sobre el cuerpo y la idea de que los cuerpos constituyen a la sociedad a la vez que son constituidos por ella (Bourdieu, 1996), las formas de vivir corporalmente la experiencia de study abroad están mediadas por sus propias historias corporales y la cultura estadounidense. Desde estos lugares hay situaciones e imágenes que les llama la atención. Una es la exhibición y sexualización de los cuerpos femeninos en la vía pública, los carteles que promocionan productos de lencería, o incluso los pequeños avisos que ofertan servicios sexuales:
“Mirás para cualquier lado y hay un culo gigante. Hasta te dan volantes de servicio sexuales en la calle. Encontramos más énfasis en mostrar culos y tetas que en los Estados Unidos” (Laura, comunicación personal, primer semestre 2010).
Para algunos estudiantes, estas imágenes, junto con las portadas de revistas que, sin ser eróticas o pornográficas, muestran a mujeres con muy poca ropa, son ejemplos del sometimiento de las mujeres a una cultura machista. El desafío es desmontar una mirada simplista sobre estos hechos y situar los fenómenos en su contexto. Por ejemplo, cuando analizamos las publicidades de servicios sexuales hay que tener en cuenta que en la Argentina, la prostitución es legal y lo que está penalizado es la explotación sexual y la trata de personas. En los Estados Unidos, en cambio, la prostitución es ilegal y solo está permitida en el estado de Nevada. Esto hace que el contraste sea muy marcado. Sin embargo, esto no quiere decir que para la cultura local la prostitución no sea un tema de debate[xiv].
Además, no solo a estos estudiantes les llama la atención o les molestan los avisos de servicios sexuales pegados en cabinas de teléfono, salidas del subterráneo, paradas de buses, postes de electricidad y cestos de residuos de zonas de mucho tránsito[xv]. Hay agrupaciones que hacen campañas para denunciar la prostitución como una forma de violencia contra las mujeres y convocan a remover estos avisos, y han intervenido los mismos espacios con otros carteles que tienen frases como “Por el derecho al placer. Basta de explotación sexual” o si la prostitución fuera trabajo ¿se la recomendarías a tu hija?” (Campaña abolicionista, sitio web). Estas acciones junto con algunas políticas públicas, como legislar sobre la “violencia mediática”, demuestran que a una parte de la sociedad argentina también le importa la explotación sexual de las mujeres y la objetivación de sus cuerpos. Pero también hay que tener en cuenta que hay mujeres en situación de prostitución que buscan que su actividad sea reconocida como un trabajo, que la diferencian de la trata de personas y que entienden estas medidas como un atentado a su libertad y una forma de censura moral. Vistos desde este enfoque, los avisos no estarían necesariamente representando la sumisión femenina ni el “poder machista”.
Otro aspecto de la cultura local que llama la atención a los estudiantes es la importancia que muchas mujeres, y también muchos varones, asignan a la apariencia corporal y las intervenciones a las que se someten para alcanzar ciertos ideales de belleza (Aafjes, 2008). A partir de los ‘90, con la consolidación de un modelo económico neoliberal basado en un tipo de cambio que equiparaba al dólar con la moneda nacional, el acceso a las cirugías estéticas y otras prácticas cosméticas se hicieron frecuentes entre los sectores medios locales e incluso dieron lugar a un “Turismo médico internacional”, al atraer a personas de diferentes países que aprovechaban las buenas prácticas profesionales y los bajos costos económicos (ISAPS, 2011).
Desde ya que el peso que tiene el ideal del cuerpo perfecto y las diferentes presiones para alcanzarlo no es algo que solo ocurra en la Argentina, pero quienes probamos una prenda talle small en Buenos Aires sabemos bien que no guarda proporción con una prenda del mismo tamaño en los Estados Unidos[xvi]. Evidentemente para “encajar” en esos talles hay que hacer sacrificios. Las estudiantes mujeres comprueban esto cuando concurren a un gimnasio. Una joven contó en un ensayo que cuando solicitó a su profesor una rutina de entrenamiento para tonificar sus músculos, el profesor insistió en darle una rutina que la ayudara a bajar de peso, aunque ella le manifestó claramente que estaba conforme con su peso y que su objetivo en el gimnasio era mantenerse activa y no adelgazar.
Esto se relaciona con otro aspecto de la “cultura del gimnasio” que las estudiantes notan. Para ellas las argentinas no realizan rutinas “fuertes” como las que ellas ven y practican en los Estados Unidos. Esto también se vincula con los modos de estar en el gimnasio que también observan:
“Me ha pasado de ir a un gimnasio y ver que las chicas argentinas están maquilladas. Y a mí me han dicho que cómo iba así vestida, de jogging, que se notaba que yo era yanqui por mi apariencia, que era un asco estar toda transpirada. Yo hago entrenamiento, ¿cómo no voy a transpirar?” (Ainsley, comunicación personal, segundo semestre 2009).
“Nunca vi una mujer llevando una camisa vieja en el gimnasio acá. Enfrente de los espejos las mujeres estaban maquillándose y arreglando su pelo. Estaba sorprendida de que tantas mujeres arreglen su pelo o se maquillen antes de correr o hacer ejercicio. Estoy acostumbrada al habito de lavarse la cara y quitarse el maquillaje antes…” (Rebecca, comunicación personal, segundo semestre 2011).
“Cuando yo estoy haciendo los push ups en el suelo o estoy corriendo en la cinta, con mi pelo totalmente arriba y sin maquillaje, es obviamente distinto de la gran mayoría de las otras mujeres, que están hablando con los profesores, llevando su pelo largo y maquillaje, y apenas haciendo ejercicios” (Elizabeth, comunicación personal, primer semestre 2013).
Miradas y palabras
Como antes indicamos las advertencias y consejos para lidiar con los piropos ocupan un lugar destacado en la preparación inicial que se les brinda a las estudiantes pero esto no evita el impacto que significa vivirlos en directo.
“Los piropos eran lo más interesante para mí como experiencia única de género y sexualidad en Argentina. En mi ciudad, en Estados Unidos, es muy improbable que un hombre se me acerque sin antes tener alguna señal de que quiero iniciar una conversación. En Argentina fue totalmente diferente. Los hombres me echaban piropos caminando entre mi departamento y el subte, especialmente los trabajadores de construcción. Ser objeto de la mirada de otros, sin haberlo pedido ni querido, fue muy alarmante” (Lauren, comunicación personal, primer semestre 2009).
Estas situaciones no pasan desapercibidas por los estudios feministas que definen al acoso callejero como una forma de violencia de género. Esas miradas no habilitadas, esas palabras lascivas son formas de imponer el poder masculino sobre el cuerpo de las mujeres, de limitar sus presencias en el espacio público (Segato, 2003). Una organización que se ocupa de denunciar y dar herramientas de respuesta es Hollaback, que nació en el 2005 en los Estados Unidos, como un espacio en donde las mujeres y personas LGBTQ pudieran compartir sus experiencias y proponer una nueva conciencia contraria al machismo, al sexismo y a los patrones culturales que de ellos se derivan. Hollaback es una palabra tomada del slang o lunfardo neoyorquino y remite a un grito que va en respuesta a un llamado primero. Implica hacer escuchar la voz propia, no quedarse callado y responder con vehemencia (Hollaback, sitio web).
Con el tiempo fueron surgiendo versiones locales en distintas ciudades de Canadá, México, Alemania, República Checa e India. En Argentina funciona “Atrévete Buenos Aires” y en su sitio web pueden leerse muchas historias contadas por mujeres de este país, que muestran que el malestar, el miedo, el enojo y la angustia son también experimentadas por las mujeres locales. Es interesante destacar la política anti discriminación del sitio, que busca que los relatos del acoso callejero no incluyan comentarios racistas. En este sentido se aclara:
“De acuerdo con nuestra experiencia, el acoso en las calles viene de personas de cualquier faceta de nuestra cultura y de cualquier estrato de nuestra sociedad. Te pedimos que evites hacer referencia a los atributos de un acosador ya que este movimiento es para cambiar valores sociales y no para perpetuarlos” (Atrévete Buenos Aires, sitio web).
La idea es cuestionar la asociación entre sexismo, clase social y etnicidad. La experiencia de algunas estudiantes lo confirma. Si en Estados Unidos el piropo es infrecuente y a lo sumo sucede, “cuando una mujer pasa por una construcción, un lugar con obreros de la construcción (…)”, en Buenos Aires “pueden decirte algo varones que visten traje o un constructor” (Rose, comunicación personal, segundo semestre de 2010). Esta posibilidad siempre latente, y la mayoría de las veces concretada, es interpretada como una invasión a su privacidad, un ataque a su autonomía, una acción que repercute en sus propias decisiones sobre por dónde caminar, hasta qué horas salir, qué ropa llevar:
“Una vez estaba con una minifalda y una remera y me dijeron cosas. Nunca me había sentido tan desnuda en mi vida. Nunca más me puse esa ropa” (Sally, comunicación personal, primer semestre 2009).
“Cada mañana cuando me visto tengo que pensar si es ‘apropiado’ llevar cualquier ropa, cosas que llevo en los Estados Unidos todo el tiempo sin problema. Nunca he pensando antes si es demasiado peligroso llevar una falda por la noche si es que tengo que caminar sola por un rato (…) Soy una mujer bastante independiente y no me gusta que esta atención me afecte así” (Megan, comunicación personal, segundo semestre 2011).
Estas limitaciones en la circulación y en el vestir es algo que no solo afecta a las mujeres pero podemos estar seguros de que las afecta especialmente. Y a esta cuestión de género se le suma el hecho de que estas estudiantes provienen de otro país en donde las pautas de contacto visual y corporal son en general muy diferentes. Además existe una cuestión lingüística; como comenta una estudiante: “No tengo mucho vocabulario coloquial para responder eficazmente a los comentarios sexuales” (Megan, comunicación personal, segundo semestre 2011).
Como ya indicamos, la idea moderna de que el individuo tiene un cuerpo y no es ya un cuerpo, es decir, el cuerpo como posesión y no como parte indistinguible de la persona y de la comunidad de pertenencia (Le Breton, 1995), es producto de transformaciones sociales y culturales que adquieren colores locales. En este sentido, si en algunos países la mirada masculina sobre el cuerpo femenino se evita cubriendo a las mujeres, en otras se fortalecerá la libertad de elegir qué partes de sus cuerpos mostrar, y que esto se posicione como un símbolo de liberación, aunque la decisión pueda tener un costo, ya sea moral, político y personal. Los piropos pueden pensarse, y vivirse, como una forma de violencia de género y esta misma violencia instaura modos de normativización que crean, reproducen y gestionan cuerpos y dinámicas diferenciadas. Su aceptación pasiva refuerza el heterosexismo y la misoginia con un amplio respaldo social, y se terminan imponiendo como abusos de poder cuasi normalizados (Barrón López, 2012). Visto de ese modo, el piropo traduce una relación en donde el varón tiene la prerrogativa de decirle a una mujer que camina por la calle, lo que él quiera, más allá de que ella desee o no oírlo. Y esto se aplica tanto a los “buenos” piropos, como los más ofensivos e intimidatorios:
“Lo que me hizo sentir incomoda fue la agresividad de su comportamiento (…). Dentro del sistema de poder que existe el entendió que podía perseguirme” (Ashley, comunicación personal, primer semestre 2013).
“Sé que es normal para muchas mujeres acá pero a mí me da un sentimiento de vergüenza. Este sentimiento da al hombre el poder de hacerme sentir mal sobre mí misma” (Tara, comunicación personal, primer semestre 2013).
Muy relacionado con el piropo está la práctica del “chamuyo”, término del lunfardo porteño que refiere a un discurso que busca convencer de algo a alguien sin apelar necesariamente a datos reales. Esta forma de acercarse a otra persona también molesta a los varones acostumbrados a otro tipo de prácticas de cortejo: “No quiero convencer a alguien de tener sexo conmigo, que haya consentimiento y listo” (Huppert, comunicación personal, primer semestre 2010). La insistencia ante una primera negativa es algo que les llama la atención – “para casi nadie de aquí, no es no” (Liza, comunicación personal, primer semestre 2010) – e impulsa a las jóvenes a innovar sus estrategias:
“Por miedo a decir ‘no me gustas’ una vez le dije a un chico que era lesbiana. Pero eso no lo detuvo, me decía, ‘bueno, dale un beso a tu amiga’. En Estados Unidos no hubiera insistido, te creen pero acá piensan que es parte del juego” (Liza, comunicación personal, primer semestre 2010).
La mirada no buscada, la palabra no querida, la idea de que en Buenos Aires no hay “espacio personal”, marca las experiencias cotidianas de las estudiantes. Ellas quieren ser valoradas por lo que son, no por su apariencia: “Cuando dicen esas cosas… yo no soy una mujerzuela. Para mí eso es lo que me molesta, porque yo soy mucho más que esa cosa que están diciendo sobre mi cuerpo” (Annie, comunicación personal, segundo semestre 2010). Si estas situaciones son tan contrastantes, ¿cómo se da el cortejo en los Estados Unidos?:
“Acá me parece que, como decía una amiga, es más obvio. En Estados Unidos es diferente, abierta u honesta. Eso lo veo como algo bueno. Igual hay mucho más respeto en Estados Unidos, porque tenés que tener cuidado si decís algo, puede ser peligroso. Es algo que ahora me planteo” (Christian, comunicación personal, segundo semestre 2011).
¿Se trata entonces siempre de “machismo” o es que existe mayor apertura en las relaciones, más fluidez en las formas de trato? ¿Solo los varones son tan “directos”? Un estudiante nos contó su experiencia: en un lugar bailable una chica le pidió su número, lo llamó a los pocos minutos, le mandó mensajes de texto, le solicitó amistad por Facebook y en cuanto la aceptó comenzó a enviarle íconos de felicidad y corazones:
“Pensaba que fue el único caso pero hace un mes me volvió a ocurrir en otro boliche y en ese momento vi que las mujeres en Argentina son más directas con la gente que les interesa. Hoy todavía recibo llamadas de dos chicas y mensajes por Facebook que raramente respondo porque para mí es un poco extraño” (Aaron, comunicación personal, segundo semestre 2011).
Es evidente que las circunstancias influyen en la forma de decodificar la escena: no es lo mismo que un varón se le acerque a una mujer cuando ella está sola y es de noche, que una voz que se escucha desde un auto en el tumulto del centro porteño a plena luz del día. Del mismo modo, no todas las estudiantes piensan lo mismo de los piropos. Entre quienes los consideran una violación a pequeña escala y quienes sienten que es una manifestación más del poder de la belleza femenina, hay muchas variantes:
“Recuerdo que una vez salí a la calle y en todo mi camino nadie me dijo nada. Me pregunté ‘¿qué hay de malo conmigo hoy?’. Creo que cuando regrese a los Estados voy a extrañar los piropos” (Clara, comunicación personal, segundo semestre 2009).
Pero, en general, la valoración es negativa. A las estudiantes no les gusta ser miradas sin antes haber habilitado esa mirada. Explicar que los piropos suceden como hecho cultural no da cuenta de las causas y consecuencias de cada palabra o gesto que un varón lanza a una mujer desconocida por la calle. Como sostuvo un estudiante:
“No se puede renunciar al cambio en nombre de las diferencias culturales. Si esto es ofensivo, si hace que las mujeres tengan miedo o se incomoden, no debería explicarse como parte de la cultura y así dejarlo” (John, comunicación personal, primer semestre 2010)
Esta opinión fue un excelente ejemplo del tipo de educación intercultural que nos proponíamos: reflexionábamos en conjunto, revisábamos nuestros supuestos a partir de la interpelación del otro, aprendíamos a partir del diálogo, evitando establecer jerarquías y valoraciones basadas en estereotipos.
MÁS ALLÁ DEL MACHISMO LATINOAMERICANO
Como dijimos recién la educación intercultural insiste en la reciprocidad y también en la simetría. Se trata de valorar las diferencias sin establecer escalafones, una empresa difícil si se viene de uno de los países más poderosos del mundo. Desde ese lugar de partida hay estudiantes que llegan con un mapa que distingue las relaciones de poder en el nivel internacional; como dijo una estudiante durante la primera clase de nuestro curso: “Quiero ver cómo son las relaciones de género un país subdesarrollado” (Brittany, comunicación personal, primer semestre 2012). Aunque esta posición la mayoría de las veces no se manifiesta de modo tan explicito no deja de estar presente:
“Mi tiempo en Argentina me hizo valorar mi propia cultura por la manera en que me permite la independencia como mujer soltera. En Argentina, como mujer y especialmente como extranjera, me sentía un objeto sexual para ser disfrutado y mirado por todo hombre que encontré. Volviendo a Colorado en los Estados Unidos, me di cuenta que mi cultura es distinta: me permite decidir cuándo ser una mujer sexual y cuando ser simplemente parte de la sociedad sin aceptar un titulo de género” (Carly, comunicación personal, segundo semestre 2009).
“Nunca me di cuenta de que en América del Norte es muy común hablar y discutir del tema de género, especialmente en mi propia universidad. En esa época, estamos muy abiertos y es interesante ver el tabú que todavía existe en la Argentina (…). Es interesante ver el progreso de Argentina que es un poco atrasado respecto a los Estados Unidos y por eso me gustó estudiar el tema” (Rachel, comunicación personal, primer semestre 2010).
Esta idea de un país “atrasado” y otro “adelantado”, ya no en términos de teoría económica sino aplicada a las relaciones de género y las pautas de sexualidad es algo que, sin embargo, otros estudiantes cuestionan, especialmente después de la ley de matrimonio igualitario:
“En la Argentina el discurso es más abierto, por eso es más radical en comparación con los Estados Unidos. La ley nueva del matrimonio de los gays es algo que en Estados Unidos no me imagino, pero acá tenemos matrimonio gay y por supuesto, no todos estarán de acuerdo con eso, pero tienen la ley y es algo que nosotros no tenemos. En ese sentido son más radicales (Annie, comunicación personal, segundo semestre 2010).
“Espero que un día la idea de que la mujer es propiedad desaparezca. Esto también ocurre en los Estados Unidos con los apellidos. Algunas cosas como los piropos o los apellidos están tan naturalizados dentro de una sociedad que no pensamos en por qué son así. Inicialmente mi reacción fue rechazar algunos elementos de la cultura de la Argentina como groseros pero en realidad, en los Estados Unidos, tenemos cosas que reflejan valores patriarcales solo que en forma diferente” (Liza, comunicación personal, segundo semestre 2011).
Estas divergencias en la interpretación de los sentidos que los sujetos otorgan a sus prácticas parten de consideraciones sobre la libertad, la igualdad y la diferencia. Así un gesto de cortesía, galantería o una actitud de cuidado, puede ser interpretado como conmiseración en culturas que valoran tanto la independencia y la autonomía. Esto puede verse en las reacciones que genera en algunas jóvenes cuando un varón le cede su asiento en el transporte público.
“Si hay un asiento vacío los hombres me hacen sentar porque soy mujer (…). Es como, ‘che, vos sos más débil que yo, sentate’. Pero eso también pasa en los Estados Unidos. Creo que yo soy más feminista que la mayoría de las chicas” (Diane, comunicación personal, segundo semestre 2010).
Este ejemplo es interesante para reflexionar sobre una de las cuestiones paradigmáticas de la teoría y praxis feminista como es el desafío de conciliar la igualdad y la diferencia en la vida de las mujeres. Así el multiculturalismo y el feminismo tienen en común esta meta, asumen el lenguaje de los derechos humanos e intentan evitar los posicionamientos etnocéntricos (Femenías, 2007; Agra Romero, 2000). Sin embargo, algunas teóricas y activistas pueden rechazar en nombre de la libertad y la liberación femenina aquello que no encaja en los estándares del feminismo blanco, occidental, de clase media, generalmente heterosexual (Moller Okin, 1998). Muchas de las discusiones y acciones que se han dado en Europa en torno al uso del velo y la burka encajan en esta descripción. Para el feminismo latinoamericano estos debates han sido una buena oportunidad para reflexionar sobre las intersecciones que se dan en términos de género, clase y etnicidad; para revisitar al “patriarcado” con una mirada cada vez más atenta a estos otros elementos. Se trata de ir dejando atrás los estereotipos, reconocer la diversidad y los desacuerdos, y revalorizar la agencia de los individuos (Phillips, 2007).
CONCLUSIONES
En las últimas décadas la educación internacional se ha expandido notablemente. Hay más estudiantes involucrados, mayor variedad en los destinos elegidos y una notable apreciación social de estas experiencias de intercambio. Los estudios que las analizan suelen concentrase en los datos cuantitativos (cuántos viajan, dónde, qué carreras eligen) y proponen estrategias para “optimizar” los procesos de enseñanza/ aprendizaje y evitar los shocks culturales. Las reflexiones y los análisis son muchas veces reemplazados por estadísticas, pautas y consejos, mientras que los estudios de educación intercultural se concentran en la educación indígena bilingüe y no toman en cuenta estos casos. De ahí que nuestro objetivo haya sido resaltar que la educación internacional también propicia el encuentro de culturas, de sus creencias, valores, costumbres, y que como esto ocurre entre sujetos sexuados que tienen diferentes identidades y modos de vivir el cuerpo, el enfoque de género resulta imprescindible para conocer de cerca estas experiencias.
Como pudimos ver, el material de orientación suele presentarse como una caja de herramientas para “sobrevivir” a la experiencia de la interculturalidad y sentirse “a salvo”. Para evitar la incertidumbre se brinda información detallada que no siempre resulta positiva; más allá de la confiabilidad del dato, la forma prejuiciosa de presentar la realidad del otro no fomenta la reciprocidad ni la simetría necesaria para el intercambio cultural. En algunos casos las universidades y las empresas de educación internacional caracterizan a los países que forman parte de los programas desde un lugar de privilegio, asumiendo un rol superior. Particularmente cuando se refieren a la situación de las mujeres y personas LGBT, suelen colocar en otras latitudes los problemas, negando u ocultando el hecho de que también en los Estados Unidos existe discriminación y violencia de género. En el caso de América Latina la crítica más corriente tiene que ver con el machismo y su manifestación más clara y en alguna medida pintoresca: el piropo.
En los relatos de los y las estudiantes que formaron parte del programa CIEE-FLACSO se advierten las tensiones entre el deseo de conocer y apreciar otra cultura, y las dificultades de salirse de los patrones preestablecidos y de superar estos diagnósticos para dar lugar a una mirada propia. Desde sus valores el piropo es una forma de violencia, un atentado a su libertad personal; la mirada no autorizada viola la propiedad privada de su cuerpo. En la Argentina el rechazo al piropo es cada vez más común entre las mujeres; no solo las extranjeras se molestan, también las locales se organizan y reclaman el fin del acoso callejero, en un proceso de desnaturalización de un fenómeno tan antiguo como éste.
Ya puede advertirse el peso que tienen las miradas externas en estas revisiones (la instalación de una sede de Hollaback en Buenos Aires lo corrobora) aunque esto no debería implicar asumir esos enfoques sin filtros. La modernidad ha inventado al sujeto y lo ha vuelto dueño de su cuerpo; ese cuerpo individual, escindido, asume diferentes estatutos en diferentes contextos. Qué se muestra, a quién, cuándo, es variable y lo mismo podría decirse de quien entiende como un halago la palabra bonita de un desconocido o incluso alguna referencia sexual más explícita. Plantear que si una mujer sonríe al recibir de parte de un desconocido un comentario sobre su cuerpo es cómplice de un sistema patriarcal de dominación, es negar que un mismo hecho pueda tener diferentes significados. Lo mismo sucede cuando se piensa en este y otros fenómenos en escalas que distinguen entre sociedades “atrasadas” y “avanzadas”. En este sentido, la caracterización que se hace del machismo latinoamericano no puede pensarse por fuera del contexto de la política internacional y un sistema de clases y étnico/racial que coloca a América Latina en un lugar subalterno. Así, cuando hablamos del piropo como actitud machista, como característica de una Región o de un grupo social, estamos hablando de algo mucho más general y político.
Como vimos, según las estudiantes, en Buenos Aires cuando una mujer va al gimnasio lo hace maquillada, bien vestida y procura no transpirar. Una joven estadounidense plantea el ejercicio desde otro lugar; hay menos arreglo personal y más esfuerzo. ¿Hay una forma que es mejor que la otra? ¿La mujer maquillada ha caído en la trampa del ideal de belleza y necesita ser “liberada”? Estas preguntas que formaron parte de los ejercicios de análisis podrían trasladarse con algunos pequeños cambios al centro de los debates de las políticas del multiculturalismo y el activismo feminista. El luchar por la igualdad y respetar las diferencias conforman el núcleo duro de estas agendas en tiempos de reivindicaciones post identitarias. Mientras las nuevas terapias de autoconocimiento, el yoga y las técnicas del buen vivir nos hablan de nosotros, las estancias en el extranjero nos devuelven otras miradas. El study abroad propone salir a conocer otras culturas, dialogar con ellas y al encontrarlas, reencontrar la propia, y así sumarle nuevos ingredientes a una receta siempre abierta, que oscila entre la comida fusión y el plato típico.
Una estudiante nacida en Chile, de padre chileno y madre estadounidense que vive en Kansas y antes en Alemania resumía así sus sentimientos:
“¿Así que quien soy al fin y al cabo? En los Estados Unidos soy la chilena, en la Argentina soy la chilena o la gringa y en Chile soy la gringa o la argentina. ¿Pertenezco a los tres o no pertenezco a ninguno? y ¿por qué es tan importante? Yo me defino por mis intereses, mis valores, mis gustos, mis amigos y mi familia. Seguro que cada persona tiene características, huellas de su país de origen, ¿pero quien dice que estas características no puedan transformarse cuando uno cruza una frontera? (…) Para mí la pregunta ‘¿De dónde sos’ es más que ‘¿En qué país naciste?’, es otra forma de preguntar ¿quién sos? Y acá tienes mi respuesta: soy una chica, chilena y estadounidense, viviendo feliz en Buenos Aires y buscando el resto de mi vida.” (Rodríguez, 2010:23).
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NOTAS
CONICET/Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, UBA. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
[ii] FLACSO Argentina. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. DATOS PARA LA PORTADA DEL ARTÍCULO
[iii] Una primera versión de este trabajo fue presentado en la 2010 CIEE Annual Conference “In Pursuit of Excellence: Prioritizing Quality as Study Abroad Evolves”, Philadelphia, Estados Unidos, 10-13 noviembre de 2010, bajo el título “Engendering International Education. Research Results CIEE-Flacso Argentina”.
[iv] Las experiencias de educación internacional han dado lugar a investigaciones, encuentros y publicaciones. Por ejemplo, la revista Frontiers. The Interdisciplinary Journal of Study Abroad, creada en 1994 en la Universidad de Boston y actualmente apoyada por numerosas universidades de EE.UU, y el Journal of Studies in International Education, que se publica desde 1997 por SAGE con el apoyo de la Association for Studies in International Education (ASIE). Del mismo modo que CIEE, NAFSA (Association of International Educators) también organiza conferencias internacionales y regionales para discutir estos tópicos.
[v] En general los estudios y programas de acción en educación intercultural suelen limitarse a los procesos de inclusión y exclusión de poblaciones migrantes y a la educación intercultural indígena y el bilingüismo (Hirsch y Serrudo, 2010).
[vi] Lo que se cita como comunicaciones personales incluyen entrevistas grabadas y también testimonios escritos. Para preservar la identidad de los y las entrevistadas utilizamos seudónimos e indicamos el momento del año en el que hicieron su experiencia de intercambio en Buenos Aires.
[vii] The Rainbow Special Interest Group es un consorcio de miembros de NAFSA que apoya a estudiantes y profesionales gays, lesbianas, bisexuales o transgénero que participan de la educación internacional (Indiana University, sitio web).
[viii] “In our society, gender is usually less important to a person’s identity than things like educational level, socioeconomic standing, professional accomplishments, spiritual beliefs, and creativity. The principle of equality between the sexes is almost universally accepted, and U.S. women expect that just societies will ensure equal opportunity for women” (CIEE, 2013).
[ix] “One of the biggest problems seems to stem from the American woman's cultural bias that we are capable, independent and that it is our right to do anything that a man can do and go anywhere that a man can go. Unfortunately, this is not how it is in many other countries.” (University of Michigan, 2013).
[x] Otro problema que también parecería angustiar a las mujeres es la dificultad para hacerse amigas mujeres. (Twombly, 1995).
[xi] “Men in some countries may go so far as to touch or grab a woman in public. This behavior may be frowned on to some extent—local women especially may be offended—but it persists” (CIEE, 2013).
[xii] Durante mayo de 2013, en el metro de Washington DC, podía verse una campaña gráfica advirtiendo: “Frotate contra mí y te expondré” (Rub against me and I’ll expose you), lo que indicaría que “algunos países” puede incluir a los Estados Unidos.
[xiii] Sobre las diferencias entre quienes de definen como homosexuales y quienes asumen una identidad gay puede verse Meccia, 2011.
[xiv] Las valoraciones sobre la prostitución dividen a los movimientos de derechos humanos y al feminismo en la discusión prostitución: ¿trabajo o explotación sexual? Al respecto puede consultarse (Berkins y Korol, 2007; Isla y Demarco, 2008).
[xv] La oferta de servicios sexuales en la vía pública fue prohibida por decreto presidencial número 936 en el 2011 bajo el supuesto de que “sin prostitución no hay trata”. Esto ha generado la reacción de las mujeres que se reconocen como trabajadoras sexuales y sienten que esta medida atenta contra su libertad (Carbajal, 2011).
[xvi] La Ley de Talles de la Ciudad de Buenos Aires exige que las tiendas ofrezcan ocho talles (normalmente AR 36-50/UK 8-22/US 6-20) y la misma ley de la Provincia de Buenos Aires exige que las tiendas ofrezcan los talles 38-48 (UK 10-20/US 8-18). Como muy pocas empresas las tienen en cuenta hay agrupaciones de mujeres y ONGs dedicadas al tema de obesidad que luchan por su aplicación. Una de ellas es AnyBody Argentina que es parte del movimiento global Cuerpos en riesgo de extinción/Endangered Bodies.
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República Argentina
abstract Uranga
Washington Uranga. Comunicación: En la encrucijada de la construcción ciudadana. Intersecciones en Comunicación [online] 2013, n.7. pp. 11-39.
Intersecciones en Comunicación
ISSN 1515-2332 (versión impresa)
ISSN 2250-4184 (versión On-line)
Intersecciones en Comunicación. n.7 Olavarría ene./dic. 2013
Recibido 01/08/2013
Aceptado 09/09/2013
ABSTRACT
COMMUNICATION: AT THE CROSSROADS OF THE CONSTRUCTION citizenship. Citizenship can only be understood as an active attitude to promote changes in the social order as part of the commitment assumed to belong to a political community. The exercise of citizenship is also associated with the ability to influence and participate. Today participation is directly associated with communication, understood as an exchange and production of meaning in public space. The right to communicate is a basic right that permmite the exercise of other rights. Building a communications citizenship is presented as a challenge to all people, but especially for communicators. Participation, dialogue and accountability are key criteria for the exercise of the right to communication. Social mobilization is associated with the possibility of building public goods.
Keywords: Communication - Democracy - Political citizenship - Rights
artículo Washington Uranga
Intersecciones en Comunicación
ISSN 1515-2332 (versión impresa)
ISSN 2250-4184 (versión On-line)
Intersecciones en Comunicación 7: Pag. 11-39 Olavarría ene./dic. 2013
Comunicación: En la encrucijada de la construcción ciudadana
Recibido 01/08/2013
Aceptado 09/09/2013
RESUMEN
La ciudadanía solo puede entenderse como una actitud activa destinada a promover cambios en el orden social como parte del compromiso que supone pertenecer a una comunidad política. El ejercicio ciudadano está también asociado a la posibilidad de incidir y participar. Hoy la participación está directamente relacionada con la comunicación, entendida como intercambio y producción de sentidos en el espacio público. El derecho a la comunicación es un derecho humano básico y habilitante de otros derechos. La construcción de una ciudadanía comunicacional se presenta como un desafío para todas las personas, pero en particular para los comunicadores. Participación, diálogo y responsabilidad son criterios fundamentales para la vigencia del derecho a la comunicación. La movilización social está asociada a la posibilidad de construir bienes públicos.
Palabras Clave: Comunicación - Democracia - Ciudadanía política - Derechos
ABSTRACT
COMMUNICATION: AT THE CROSSROADS OF THE CONSTRUCTION citizenship. Citizenship can only be understood as an active attitude to promote changes in the social order as part of the commitment assumed to belong to a political community. The exercise of citizenship is also associated with the ability to influence and participate. Today participation is directly associated with communication, understood as an exchange and production of meaning in public space. The right to communicate is a basic right that permmite the exercise of other rights. Building a communications citizenship is presented as a challenge to all people, but especially for communicators. Participation, dialogue and accountability are key criteria for the exercise of the right to communication. Social mobilization is associated with the possibility of building public goods.
Keywords: Communication - Democracy - Political citizenship - Rights
Hablar de ciudadanía puede resultar poco esclarecedor si no se precisan con exactitud la referencias que el concepto tiene y los alcances que se le adjudican. Porque a la vista está que muchos discursos hacen uso del término con presunta ignorancia o con clara intencionalidad de tergiversación y manipulación. Lo primero que cabe señalar es que la ciudadanía supone siempre una predisposición activa y constructora, lejos de toda pasividad. Tal como lo señala la autora española Adela Cortina:
“lo que exige una moral de ciudadanos es que sean ellos mismos quienes asuman sus orientaciones y se hagan responsables de ellas, desprendiéndose de esa actitud de vasallaje que resulta totalmente impropia de nuestra época, aunque sea, por desgracia, tan común” (Cortina, 1999).
En el mismo sentido el filósofo y educador colombiano José Bernardo Toro asegura que:
“Un ciudadano es una persona capaz, en cooperación con otros, de crear o transformar el orden social que ella misma quiere vivir, cumplir y proteger para la dignidad de todos. Ser ciudadano implica entender que el orden de la sociedad –las leyes, las costumbres, las instituciones, las tradiciones– no es natural; el orden social es un invento, una creación hecha por los hombres y las mujeres de la misma sociedad. Y entender que si ese orden no produce dignidad se puede transformar o crear uno nuevo, en cooperación con otros. La cédula de ciudadanía y la mayoría de edad son requisitos legales para ejercer la ciudadanía, pero lo que hace al ciudadano es la capacidad de crear o modificar el orden social, es decir, la capacidad de crear libertad”. (Toro, s/f).
El concepto de ciudadanía se asocia, en primer lugar a un estado (status) basado en la facultad de una persona de ser acreedora y tributaria de derechos y deberes, en tanto y en cuanto es considerada miembro pleno de una comunidad (Marshall y Bottomore, 1992). La ciudadanía implica un sentido de pertenencia, integración y membrecía a una determinada comunidad política, entre cuyos miembros se establecen relaciones de interdependencia, responsabilidad, solidaridad y lealtad. Se puede afirmar que la ciudadanía no es una condición que se da por el simple hecho de pertenecer, de tener un documento que lo acredite. Exige voluntad positiva, disposición a la participación, interés por los asuntos comunes (asuntos públicos). La condición ciudadana se construye también con formación y voluntad política, es decir, con la decisión del individuo de participar, y se alcanza mediante el reconocimiento por parte de la comunidad política a la que se pertenece. Téngase en cuenta que esto puede lograrse a muy diferentes niveles: en el barrio, en el municipio, en la región, en el país.
Sin embargo, la idea básica de ciudadanía se ha ido vaciando de sentido hasta perder gran parte de su significación para la vida cotidiana de las personas, quedando reducida a la mera cuestión jurídica y al ejercicio del voto para la elección de los representantes. Existe el riesgo de confundir o identificar la ciudadanía solo con prácticas tales como gozar de la libertad de expresión, poder expresarse o recibir beneficios sociales.
El investigador colombiano Omar Rincón asegura que “la ciudadanía es una figura política” (Rincón, 2004). Para sostenerlo el propio Rincón cita a Fabrizio Cabrera cuando señala que estamos hablando de “la adquisición de referentes y competencias prácticas capaces de propiciar y estimular la participación activa en los espacios políticos” y agrega que “obviamente se trata de ir más allá de votar. Se trata de adquirir información, desplegar intereses, cultivar actitudes y adoptar criterios que contribuyan a construir y enriquecer un espacio político cultural” (Cabrera, 2002).
Revisar el concepto de ciudadanía y reinstalarlo desde una perspectiva de ciudadanía social y de vigencia de derechos supone por lo menos dos tareas. La primera es proponerse la construcción de una verdadera sociedad de iguales, en la cual cada uno y cada una sea un miembro de pleno derecho. La segunda es generar la factibilidad y desarrollar las estrategias para que esa condición de miembro pleno esté asociada también al acceso a los recursos básicos y a las condiciones esenciales que permitan garantizar el ejercicio de esos derechos y deberes. Significa también que la no exclusión, la no discriminación en la llegada a tales recursos es una condición necesaria de la ciudadanía. Pero no es suficiente. La ciudadanía, para ser plena, tiene que estar asociada a la posibilidad de incidir, de ejercer algún tipo de influencia en el rumbo de los acontecimientos, en la orientación general de la marcha de la comunidad política o de cualquiera de aquellos espacios en los que el ciudadano y la ciudadana manifiesten interés en participar.
Lo anterior necesita de condiciones de realización. En su sentido más pleno la ciudadanía se apoya en un modelo económico, político, social y cultural democrático que garantice la plenitud de los derechos de cada uno de los ciudadanos y las ciudadanas, incluyendo dentro de estos la posibilidad de intervención –en algún grado que supere la mera emisión del voto- en la toma de decisiones que afectan a la comunidad. Tales posibilidades podrían ubicarse, entre otras, en la participación en la construcción de la agenda pública, de los temas que la componen, y en los debates que a partir de ello se suscitan.
En las últimas décadas el concepto de ciudadanía se ha rescatado desde la política, mientras que desde lo conceptual se lo problematiza y se lo somete a un proceso de constantes redefiniciones. En todo ello tiene mucho que ver la crisis de los agentes tradicionales de socialización y de las formas de representación. La familia, la escuela y la iglesia, han dejado de ser reconocidos como los espacios privilegiados de la socialización, mientras que los partidos políticos y los sindicatos perdieron el lugar que otrora ostentaron como depositarios de la expresión y del sentir de los ciudadanos.
Dicho esto se puede afirmar que la ciudadanía es un espacio a conquistar, un ámbito abierto a la creatividad a la vez que una convocatoria a la participación y un lugar que demanda la responsabilidad individual y colectiva de las personas que habitan en una comunidad. Ser ciudadano es ser parte, sentirse parte. Pero esto no ocurre de manera automática, burocrática o meramente formal.
Para algunos esto representa un desafío y una invitación a lo nuevo, a la apertura de otras sendas. En ese camino se puede reconocer el aporte de los llamados movimientos y organizaciones sociales. Estos, con diferentes grados de institucionalidad y diversidad de formas organizativas, constituyen un renovado ámbito para el ejercicio ciudadano. Se dan en este espacio ricas manifestaciones de la expresión ciudadana. Algo similar podría decirse de las organizaciones de la sociedad civil. Son lugares donde se recrea la participación política y, por esta vía, la socialización y la integración en la vida de la comunidad.
Pero estos movimientos y organizaciones no resuelven una necesidad de toda sociedad: la construcción colectiva de sentidos que sirvan de ordenadores del pensamiento social y político, generando hegemonías que hagan posible la gestión política. Las estructuras políticas tradicionales siguen en crisis y es insuficiente la acción de estos nuevos actores. Así el sistema de medios de comunicación (apoyado en el vertiginoso desarrollo tecnológico de las comunicaciones) surge como el nuevo ámbito de socialización.
La política aterriza en el escenario de la comunicación
Información y ciudadanía tienen una relación esencial. El acceso a la información por parte de los ciudadanos es una condición para el discernimiento, para la construcción de opiniones fundadas y, de esta manera, para el ejercicio pleno de la ciudadanía. La calidad de la participación aumenta en relación directa con la calidad de la información que se posee. El derecho de acceso a la información no es una cuestión de los periodistas, de los profesionales o los técnicos. Es una cuestión ciudadana, un derecho que nos asiste a todos en tanto y en cuanto ciudadanos.
De la misma manera el derecho a la comunicación debe ser comprendido como un derecho habilitante de otros derechos. Nadie puede demandar algo que no conoce o que no percibe como un derecho. Para exigir salud hay que estar informado de que eso forma parte de un derecho humano fundamental. Lo mismo para solicitar educación o garantías para el medio ambiente.
Y no debería reclamarse este derecho solamente al Estado sino también a los privados, porque son precisamente estos los que muchas veces actúan despojando a los ciudadanos de sus derechos fundamentales, comenzando por la comunicación. Si bien al Estado le corresponde la función fundamental de actuar como garante último de los derechos, incluso utilizando para ello el poder de coacción que le ha sido asignado normativamente, la corresponsabilidad en cuanto a la vigencia de los mismos compete al conjunto de los actores de una sociedad, también a la Sociedad Civil.
Para volver el tema de la comunicación. Hoy la comunicación tiene que ser considerada como un ámbito esencial del ejercicio ciudadano. La ciudadanía se construye también en los espacios de comunicación. Lo afirmó hace muchos años atrás el investigador peruano Rafael Roncagliolo, ex canciller del gobierno del actual presidente Ollanta Humala, al decir que no pueden existir sociedades democráticas sin comunicación democrática y a la inversa, que la comunicación democrática solo es posible en sociedades que también sean democráticas. Comunicación y democracia son variables interdependientes en las condiciones actuales de la vida social, política y comunicacional.
Política y comunicación son dos áreas, dos ámbitos de actuación indisolublemente ligados. Es más. Podríamos llegar a preguntarnos qué es primero en el marco de la mutua interdependencia entre ciudadanía política y comunicación. ¿Quién configura a quién? ¿La comunicación a la política? O a la inversa ¿la política a la comunicación? A estos interrogantes se podría agregar también otro: ¿el sistema de medios es, hoy por hoy, el escenario ineludible de la política?
UN NUEVO MODO DE SER EN EL MUNDO: LA MEDIATIZACIÓN
En 1991, en un seminario sobre “Política y comunicación” organizado en la Universidad Nacional de Córdoba, la docente e investigadora María Cristina Mata, aportó una lúcida reflexión titulada “Entre la plaza y la platea” buscando sumar explicaciones (también expuestas entonces entre otros teóricos de la comunicación por Oscar Landi, Nicolás Casullo y Héctor Schmucler) al fenómeno de la “mediatización” de la política.
“De la plaza a la platea –decía Mata- sería entonces la imagen del movimiento sustitutorio que revela los nuevos espacios físicos y simbólicos que se admiten como lugares de producción del sentido político y unas estrategias propias de tales espacios, articulados por la mediación tecnológica y el consumo cultural”. (Mata: 1992).
Advertía sin embargo la autora sobre el riesgo de la simplificación que sugeriría “la clausura de la primera (la plaza), su oclusión, su olvido... (...) su desaparición sin rastros en el imaginario político que se construye desde ese otro lugar central que es la platea”. Y más adelante sostenía que “lo que desafía nuestra comprensión y nuestro juicio al asumir que la política se construye hoy desde una tensión entre la plaza y la platea y no en virtud de una lisa y total destrucción de la primera bajo el imperio de la segunda” (Mata: 1992).
El brasileño Pedro Gilberto Gomes escribió sobre “El proceso de mediatización de la sociedad” (Gomes, 2007) y sostuvo que aquella posición “entonces revolucionaria” de Mata ha sido superada porque “ahora existe un escenario del espectáculo, donde no se habla más de la plaza y de la platea” y porque de hecho “si un aspecto o un hecho no es mediatizado, parece no existir”. Por tal motivo, sigue diciendo Gomes, es preciso “aceptar la mediatización como un nuevo modo de ser en el mundo” que como tal construye sentido “induciendo una forma de organización social”.
El colombiano Germán Rey afirma que “los medios de comunicación son actores importantes en la conformación de lo público, (...) escenarios de representación de lo social y a la vez lugares de circulación de puntos de vista, de sistemas más o menos plurales de interpretación” (Rey, 2002).
Los varones y las mujeres de hoy viven inmersos en la sensación de superinformación en el marco del mundo globalizado y asediados por la oferta permanente y agresiva de productos culturales de todo tipo generados sobre la base de un gran desarrollo tecnológico de los sistemas de la comunicación, de la maquinaria económica y del consumo. En este contexto el sistema de medios opera como un engranaje que fragmenta la complejidad de lo real y cierra las posibilidades de acceso a la información. Así, para el ciudadano, para el hombre y la mujer que miran la historia a través de la televisión y, en algunos casos, mediante el acceso a internet, el conocimiento del mundo que lo rodea se hace cada día más difícil y paradójicamente, más vital. No se puede vivir sin la información, pero tampoco se puede acceder a ella de manera útil y productiva. Cuando se lo hace es de forma fragmentada, recortada y “seleccionada” por los gate-keepers (“los porteros”), entendiendo por ello a los editores, los responsables de producción, los periodistas, en general, los comunicadores sociales y hoy, los community manager (administradores y operadores de redes).
Ciudadanía, poder y política no pueden aislarse en el marco de cualquier escenario histórico social. Los debates y las confrontaciones comunicacionales son enfrentamientos por el poder donde no existen los “independientes” por más que algunos se definan de tal modo. En ese marco, la confrontación política se transforma sustancialmente en una lucha de relatos y de sentidos interpretativos, en la cual los actores intentan imponer, por una parte, sus puntos de vista acerca de los hechos y, por otra, también un modelo de sociedad. El espacio público está hoy mediatizado, se ha transformado en un ámbito de lucha simbólica por el poder.
Por esa misma razón, quienes participan de tales debates aspiran a cooptar discursivamente y para ello se apropian del lenguaje cargando de sentido a cada expresión y alineándolas con las posiciones que buscan sostener. Lo hacen los editores responsables, los periodistas, los escritores y guionistas, por más que unos se autodenominen “objetivos” o “independientes” y otros argumenten que el arte y la creatividad nada tienen que ver con la política. Lo hace de manera explícita el denominado “periodismo militante” asumiendo que a los profesionales les corresponde transparentar, hacer visible, su posición política y adoptar posicionamientos públicos.
La complejidad
El filosofo Edgar Morin sostiene que “el problema universal de todo ciudadano” es “cómo conseguir acceso a las informaciones sobre el mundo y cómo adquirir la posibilidad de articularlas y organizarlas”. Pero para hacerlo, para “reconocer y conocer” los problemas del mundo “hace falta una reforma del pensamiento” que requiere de la “contextualización” y “complejización” del conocimiento. (Morin, 2010). Esto es exactamente lo contrario de lo que discursivamente construye el sistema de medios: la simplificación, las descontextualización y la fragmentación. En realidad se podría afirmar que el discurso mediático, entendiendo por ello la trama que envuelve información más entretenimiento, opera como un mecanismo distorsivo y obstaculizador respecto de la comprensión de lo real.
En concordancia con el pensamiento de Morin diremos que para comprender lo que pasa y lo que nos pasa es necesario recuperar el pensamiento complejo. Entender que, a contramano de la lógica que nos ofrecen los medios de comunicación, todas las situaciones son multicausales y que no existe una sola causa para un solo efecto. El lenguaje de los medios es simplificador, lineal y monocausal. Muestran… pero impiden comprender.
No basta con hablar de mediatización y subrayar el rol determinante que como socializador tiene el sistema de medios. Está por demás claro que los medios de comunicación son parte fundamental y decisiva de la vida cotidiana de las personas, de grupos y estratos sociales. Se puede abundar en datos y estadísticas para corroborar esta afirmación. Sin embargo, lo que resulta más significativo es que los medios adquirieron un lugar de gran significación e importancia en la construcción de la subjetividad de los individuos y de los actores sociales. Es decir, en la constitución de la identidad de quienes son protagonistas y sujetos de los procesos sociales y culturales.
Lo anterior resulta sumamente importante porque precisamente los medios vienen a ocupar los espacios que dejan libres otros actores. El Estado tiene serias dificultades para proponer y construir identidad colectiva. Pero a ello se suma la crisis de la política, de la familia y las religiones en general, para contribuir a estos procesos de construcción de identidades.
No obstante es fundamental advertir que no se trata de una mera sustitución mediante la cual los medios pasarían a ocupar, según algunas versiones, el espacio dejado vacante por otras instituciones. No es así. El proceso es más complejo y no existe un “retiro” y una suplantación. Hay tensión, disputa de espacios y roles. Pero al mismo tiempo es evidente y notorio el aumento de la incidencia de los medios en la configuración social y cultural de los sujetos y, en consecuencia, su influencia en la conformación de los procesos políticos, sociales y culturales. La gran mayoría de los actores mediáticos niegan esta evidencia porque, a sabiendas, prefieren seguir refugiados en posiciones difíciles de sostener bajo apelativos tales como la “neutralidad”, la “objetividad” o la “independencia”, apenas sustentadas en ciertos mitos de profesionalismo liberal.
Vale la pena hacer otra precisión que matiza lo anterior sin llegar a ser contradictoria. No se puede pensar que los receptores de los mensajes aceptan acríticamente, incondicional y sumisamente todo aquello que los medios producen y emiten. Cuando los mensajes generados por los medios entran en contradicción con las expectativas o las valoraciones de los actores sociales, se produce una colisión que provoca que las audiencias rechacen en muchos casos el mensaje, sin modificar sus posiciones o puntos de vista previos. Pero en otras ocasiones lo que se genera es una sintonía entre los mensajes y los esquemas de representación ya existentes, previos, de los actores. El sistema de medios está en condiciones de identificar y potenciar sentidos preexistentes y presentes, captar matrices culturales para consolidar estados de opinión, potenciar climas o reforzar las tendencias.
Pero en la mayoría de las ocasiones lo que sí hacen los medios es delinear las agendas. No pueden decir qué pensar, pero sí determinar acerca de qué pensar y para ello no se ahorran recursos, mecanismos, reiteraciones.
en la lucha por el poder “Todo vale”
En la Argentina sigue vigente la concentración de la propiedad de los medios en manos de grupos económicos aliados con o parte de sectores también económicamente poderosos. Frente a ello ha quedado demostrada la escasa capacidad del Estado para generar políticas de comunicación verdaderamente democráticas, inclusivas y respetuosas de lo público. En favor del gobierno se puede argumentar que la batalla es feroz y que quienes sienten que pierden privilegios no ahorran ningún recurso, legítimo o ilegítimo. Lamentablemente la consecuencia es un escenario que no es favorable a la vigencia de los derechos ciudadanos y del derecho a la comunicación. Porque en esa atmósfera la lucha política se convierte en una disputa desigual, donde la fuerza del poder mediático puede terminar imponiendo sus argumentos y sus intereses por encima de cualquier racionalidad política o legitimidad democrática. Desigual porque hay muchas otras voces que hoy siguen excluidas de la mesa de los medios y no tienen cómo decir su palabra. Hasta el gobierno está en desventaja en esta materia. Por lo tanto, la lucha por la democratización de la comunicación es, en la Argentina actual, una lucha por el poder que no es coyuntural sino estructural y estratégica.
La ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (No. 26.522, sancionada por ambas cámaras legislativas en el período ordinario 2007) representó en la Argentina un paso muy importante en materia legal respecto de la democratización de la comunicación. Pero tanto la resistencia que el sector privado comercial de medios puso en práctica intentando impedir la aprobación de la norma, como la batalla legal que viene librando con posterioridad para evitar su aplicación, son por sí mismas un indicador de la importancia de lo que estamos señalando respecto de la comunicación como escenario de lucha por el poder. Detrás de muchos argumentos en favor de la “libertad de expresión” se esconde, en realidad, la resistencia a perder el control sobre medios de comunicación que son parte de una estructura de manejo del poder y pieza de un engranaje que también es político-jurídico-económico y que defiende un modelo de sociedad no democrático, que beneficia a pocos y excluye a las mayorías.
Habría que evitar también la simplificación que resuelve la tensión demonizando al poder mediático. Tan cierto es que lo público está dominado por los medios, como que el servicio de la acción política sigue teniendo su centro en la construcción de la plaza, en ese espacio donde lo tangible son las necesidades de las personas, de los excluidos y de los pobres. No hay mensaje político más contundente que la escucha de la ciudadanía y las contestaciones a sus demandas. Tales respuestas, si son adecuadas y pertinentes, se convierten ellas mismas en relato político y generan sentido en favor de quien las promueve. Dicho de otro modo: el mejor mensaje es la acción política positiva que se edifica también con la movilización social y la participación ciudadana en la construcción de las soluciones comunes. Sin esto es difícil que el discurso y los argumentos de los dirigentes cobren sentido en los actores sociales y en los ciudadanos. Con respuestas a las demandas de la gente y la apertura de los espacios de participación, la acción se vuelve comunicación y adquiere valor político.
Ambos aspectos están íntimamente unidos. El poder hoy no puede prescindir de la comunicación y la defensa del derecho a la comunicación, entendido como el ejercicio efectivo de todos y todas a decir su palabra en diferencia, es parte de la acción política. Para adquirir significación esta última tiene que nutrirse de respuestas que alimenten de sentido la vida cotidiana de los ciudadanos.
El sistema de comunicación tiene una gran incidencia sobre los actores sociales y los sujetos de la vida colectiva. Por ese motivo es ineludible considerarlo como factor de poder y un interlocutor necesario para analizar la gobernabilidad en una sociedad. Pero a diferencia de las autoridades políticas, que surgen de procesos electorales y deben reunir detrás de sí consensos democráticos, los medios de comunicación parecen sólo sometidos a las leyes del mercado y, en la mayoría de los casos, pregonan actuar con “objetividad”.
El sistema político democrático debería encontrar uno de sus principales soportes en la existencia de una sólida interlocución entre gobierno y sociedad, apoyada en una estructura de comunicación basada en principios de derecho a la comunicación y acceso a la información y en el compromiso de quienes ejercen el gobierno para actuar en consonancia con el deber de informar. Visto de este modo, los medios de comunicación no pueden quedar a merced de los intereses del poder político o económico. A los medios les corresponde ejercer la mediación entre ciudadanos y gobiernos, entre opinión pública y sociedad. En otras palabras: es un derecho del ciudadano acceder a la información y participar, en el marco de la democracia, del sentido de las decisiones políticas. Esto es parte de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Su vigencia requiere de medidas políticas, de decisiones legislativas y de iniciativas sociales que lo garanticen. Si una sociedad renuncia a tomar decisiones en este sentido está resignando mejorar la calidad de la democracia. Al Estado le corresponde intervenir para que este servicio comunicacional se brinde de manera adecuada, pertinente y oportuna.
DERECHO A LA COMUNICACIÓN
¿Cuál es el concepto de comunicación que se pone en juego? Aquel que la entiende como intercambio y producción de sentidos en el espacio público, que contribuye a la construcción y consolidación de estrategias de generación de conocimiento colectivo. También de procesos comunicacionales que aporten al diseño de políticas públicas para el desarrollo. Pero fundamentalmente la comunicación es el intercambio relacional fundante de los lazos sociales y culturales, que contribuye a configurar sentidos comunes, a construir la pertenencia a una comunidad, a una sociedad. “La comunicación no es sólo un asunto de medios y de grandes masas, sino de procesos y de redes y de grupos o individuos” (Orozco Gómez, 1994).
Sigue existiendo – ya no la academia pero sí en la sociedad – confusión entre información y comunicación. Esta última, intercambio y negociación de formas simbólicas y producción de sentidos, no puede ser reducida a la información. La comunicación está relacionada con el intercambio de mensajes entre diferentes sujetos, personas, que participan de un proceso que es necesariamente colectivo, donde todos y todas emiten y al mismo tiempo receptan los mensajes. La información, en este marco, es un camino sólo de ida, donde alguien emite con la intención de que otros lo acojan pero sin interesarse –salvo por motivos de audiencia- por la respuesta que los destinatarios puedan dar a partir de lo recibido.
El derecho a la comunicación no se limita, de ninguna manera, a la comunicación masiva o tecnológicamente mediada. La comunicación interpersonal, aquella que se construye en el cara a cara de la vida cotidiana es parte esencial del mismo derecho. La vida cotidiana es lugar de comunicación y es la base de relaciones ciudadanas que demandan también la presencia de los comunicadores y de las comunicadoras y que son necesarias en una perspectiva de cambio social. Hay también ciertas propuestas de comunicación comunitaria que se restringen a lo interpersonal porque consideran que esa es la única estrategia posible dado el extremo proceso de marginalización en que se encuentran muchas comunidades.
Aunque no constituya una respuesta a lo anterior, es importante señalar que las nuevas tecnologías han abierto en épocas recientes enormes posibilidades en términos de intercambios culturales horizontales, que tanto individuos como comunidades pueden establecer a nivel nacional pero también alrededor del mundo. El significado de comunidad puede ser ampliado a grupos que tienen intereses comunes, aunque pertenezcan a culturas diferentes. Paulatinamente grupos e individuos han logrado acceder (o se tomaron por asalto) a otros y otras personas y comunidades que antes estaban marginados. Los retos a la comunicación están evolucionando constantemente, en la medida en que aparecen nuevas posibilidades pero también nuevas necesidades. De esta manera también se amplía el sentido del derecho a la comunicación.
Estamos pensando en una comunicación que promueva diálogos, respetando la diversidad, fomentando empoderamientos colectivos y aportando a una nueva manera de entender la comunidad, ligada a las libertades e independencias individuales, a través de continuos acercamientos y compromisos colectivos.
Frente a esta realidad es necesario entender que los medios, las tecnologías de la comunicación, no son más que una herramienta y sólo eso. Estas tecnologías pueden ayudar al proceso de comunicación pero el ejercicio del derecho como tal depende de los sujetos, de las personas que lo protagonizan. Y más allá de eso es necesario comprender que, en muchos casos, un rostro cargado de afecto comunica más que mil imágenes televisivas y que un diario mural o un juego de lápices de colores puede ser tan útil como un computador con conexión a internet.
El derecho a la comunicación sólo se puede comprender y puede ser ejercido efectivamente en el marco de cada cultura, partiendo de sus valores y de sus modos de entender y de entenderse, de la manera cómo las personas se constituyen en ese espacio. Trabajar por el derecho a la comunicación supone construir, desde el ámbito específico, las condiciones para garantizar la inclusión y la participación de todos los actores en el escenario social. Es una tarea cultural pero inevitablemente política y asociada a la idea de cambio, motorizada por los sueños y las utopías de los sujetos que la llevan adelante y cuyos éxitos no se miden exclusivamente por las metas alcanzadas sino por los procesos a través de los cuales las personas, los ciudadanos y ciudadanas, adquieren mayores capacidades y posibilidades para comunicar y comunicarse.
Lo público y la comunicación
José Bernardo Toro sostiene que “no es posible aproximarnos a una construcción de lo público, sino bajo una comprensión del ciudadano, de la organización institucional y del tejido social” (Toro, s/f). Nuestra preocupación fundamental tiene que estar puesta sobre la ciudadanía en el marco concreto de las relaciones sociales. La problematización de la cuestión ciudadana no es meramente un problema teórico, sino un desafío concreto y tangible para todos aquellos que están comprometidos en la construcción de la vida social y política. También para los comunicadores. Porque en la medida en que se ha producido un desplazamiento de la arena política al escenario de los medios, este último es, inevitablemente, un espacio de lucha política por el poder. Allí se juegan no solo cuestiones comunicacionales, sino que se dirimen debates de otro orden que atañen a la ciudadanía y a la vigencia de los derechos fundamentales en todos sus aspectos.
Los medios pueden jugar distintos papeles en el marco de la gobernabilidad. Pueden convertirse en difusores de la demanda social, en correa de transmisión de las exigencias de los distintos sectores de la sociedad. Pueden actuar además como aliados del gobierno, como amplificadores de sus orientaciones y puntos de vista, de sus señalamientos políticos. Pueden concebirse de manera más integral como escenario; como ese espacio donde todos los actores sociales se encuentran para intercambiar y dialogar. Esto último dicho sin la ingenuidad ni la pretensión de desconocer la inevitable y -en el mejor sentido- saludable lucha por el poder. Ninguna de estas posibilidades es excluyente de la otra. Todas se suman y complementan en el marco de la sociedad actual, “mediatizada” de manera definitiva. Lo mejor sería que la idea del “escenario” contenga a las otras (“difusores de la demanda social” o “aliados del gobierno”), porque aquella es la que más contempla la posibilidad democrática, porque incluye la diversidad y la pluralidad, pero también porque la interlocución de los actores en ese espacio ayudará a ponderar cada posición en el marco del diálogo político, social y cultural.
Una política pública de comunicación democrática requiere una autoridad de aplicación que exprese, de manera inequívoca, al conjunto de los actores de ese escenario plural y no sujeto a ninguno de ellos, porque de esta manera aún por encima de la legalidad, se ganará en legitimidad. Pero en todos los casos la comunicación actual requiere responsabilidad. De parte de quienes ejercen la comunicación en los medios para expresar la demanda de manera comprensible y dimensionada, con la inexcusable veracidad que incluye la necesidad de contextualizar, evitando dar la parte como si fuera el todo y dejando de lado los golpes de efecto producidos mediante el sensacionalismo.
Del lado de quienes gobiernan la responsabilidad demanda desplegar todas las medidas para que el derecho a la comunicación y la libertad de expresión se cimienten en la igualdad de oportunidades. Y por parte de los actores sociales en asumir que ejercer el derecho a la comunicación supone tomar la iniciativa, involucrarse y poner en juego la palabra para hacer diciendo.
Así planteada la comunicación puede ayudar a la gobernabilidad. Cualquier desbalanceo puede ser nefasto para la democracia. Desde este punto de vista, siendo importantes las normas serán siempre insuficientes. En materia de comunicación y gobernabilidad, la responsabilidad de los actores se ubica incluso por encima del cumplimiento estricto de las normas. Hay que construir también un capítulo de responsabilidad social de la comunicación con base ética y cimentada en una perspectiva de derechos.
COMUNICACIÓN Y DIÁLOGO SOCIAL
El derecho a la comunicación puede entenderse como aquella potestad de todos los ciudadanos para expresarse en igualdad de oportunidades y en equidad de condiciones. Esto quiere decir que cada uno y cada una, incluye entre sus derechos humanos fundamentales el de comunicarse, entrar relación y entablar diálogos productivos, con otros y con otras. Sin embargo, este no puede ser un derecho simplemente declamado. Para que sea efectivo tiene que apoyarse en condiciones materiales (económicas, políticas, sociales y culturales) que lo garanticen. Sin embargo, no podría decirse que hay que modificar primero las condiciones sociales para avanzar en la implementación del derecho a la comunicación. Derecho a la comunicación y derechos ciudadanos, en una sociedad democrática, tienen que avanzar de la mano, generando condiciones mutuas. No hay sociedades democráticas sin comunicación democrática y viceversa. Trabajar por el efectivo derecho de todos y todas a expresarse y comunicarse desde la diversidad de miradas y pluralidad de perspectivas es, de por sí, aportar a la construcción de una sociedad donde tengan vigencia los derechos ciudadanos. Pero no menos cierto es que la construcción de una sociedad inclusiva, sin condicionamientos, requiere también de un efectivo derecho a la comunicación.
El derecho a la comunicación es vertebrador del diálogo social en democracia, porque permite acceder a la totalidad de los derechos, porque hace posible el intercambio en la diferencia, porque admite nuevos caminos para el procesamiento de los conflictos y la búsqueda de alternativas. Sin comunicación no hay vivencia en democracia.
En medio de los muchos reduccionismos a los que nos vemos sometidos –y mediante los cuales sometemos a otros dentro de lógicas binarias- para muchas personas y para muchas prácticas sociales y políticas, el derecho a la comunicación sólo se reivindica desde la posibilidad de decir, de expresar, de manifestar. Se hace menos hincapié en cambio, en otro aspecto tan importante y significativo como los anteriores: el lugar de la escucha que permite información, pero que sobre todo, alimenta la reflexión, enriquece a las personas y a los colectivos. La palabra se potencia en la escucha. Y el derecho a la comunicación tiene que contemplar de manera muy importante el desarrollo de espacios que fomenten la escucha. Porque habilitar la escucha alimenta y potencia la palabra.
En medio del ensordecedor bullicio de la cultura mediática resultado de las industrias culturales tenemos que encontrar y propiciar ámbitos de comunicación dedicados a la escucha. No para el solaz individual o para la autosatisfacción. Sí para enriquecer nuestra mirada, para darle densidad y para alimentar nuestras vivencias culturales y políticas. Para encontrar también allí nuevas energías para el cambio y la transformación.
La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual significó en Argentina un paso muy importante y significativo en camino hacia la plena vigencia del derecho a la comunicación. Pero una ley no es una política y no podemos quedar encerrados únicamente en el debate en torno a la disputa por la aplicación de algunos puntos de la norma. La ley también genera condiciones para ampliar el derecho a la comunicación de nuevos actores locales, comunitarios, cooperativos, para desarrollar sus capacidades, para generar contenidos y formatos coherentes con sus necesidades y adecuados a ellas que no sean meras réplicas del modelo instalado por la industria masiva cultural. Estas posibilidades, para que puedan prosperar, necesitan del apoyo del político y económico del Estado.
Veo en las expresiones artísticas, en los ámbitos de creación cultural, pero también en los nuevos escenarios que se abren a partir de los desarrollos tecnológicos que nos brinda la comunicación, una posibilidad en el sentido de lo que estamos señalando. Las redes, de diverso tipo, están abriendo nuevas posibilidades. Pero necesitamos estudiar más el fenómeno, su desarrollo, la manera como las personas se apropian de estas nuevas realidades y analizar qué efectos sociales, políticos y culturales produce. Por ahora sólo tenemos consideraciones generales, apreciaciones sin demasiado fundamento de base, intuiciones. Es preciso estudiar estas nuevas realidades, observar el desarrollo del fenómeno antes de sacar conclusiones apresuradas que nos llevarán a decisiones también equivocadas. Esto no significa dejar de actuar, de experimentar, de crecer en estas prácticas, porque eso es parte del aprendizaje. Aunque lo hagamos todavía a tientas, intuitivamente y conviviendo con el error.
Ciudadanía comunicacional
Vale entonces preguntarse si existe una “ciudadanía comunicacional”. Si es aceptable utilizar semejante concepto. Dijimos antes que la ciudadanía hoy supone comunicación, porque lo ciudadano se construye desde el diálogo público en el espacio público, en una interacción creativa que es multi actoral y multi sectorial. No se puede pensar lo público sin la comunicación y los comunicadores tienen que asumir como propia la tarea de la construcción ciudadana, poniendo sobre sus espaldas el compromiso de acompañar, apuntalar y enriquecer desde sus saberes específicos a los procesos ciudadanos innovadores.
Jesús Martín-Barbero sostiene que:
“pensar la política desde la comunicación significa pone en primer plano los ingredientes simbólicos e imaginarios presentes en el proceso de formación del poder. Lo que deriva la democratización de la sociedad hacia un trabajo en la propia trama cultural y comunicativa de las prácticas políticas. Ni la productividad social de la política es separable de las batallas que se libran en el terreno simbólico, ni el carácter participativo de la democracia es hoy real por fuera de la escena pública que construye la comunicación masiva. Entonces, más que en cuanto objetos de políticas, la comunicación y la cultura se convierten en un campo primordial de batalla política: el estratégico escenario que le exige a la política recuperar su dimensión simbólica –su capacidad de representar el vínculo entre los ciudadanos, el sentimiento de pertenencia a una comunidad- para enfrentar la erosión del orden colectivo”. (Martín-Barbero, 2002).
Lo anterior supone trabajar por la promoción del debate público dentro de un modelo comunicacional que busca la creación y mantenimiento de redes de diálogo y producción simbólica diferenciándose del modelo marketinero publicitario (sin negar algunos usos importantes del mismo) y del difusionista centrado en la transmisión de información. Se trata de definir una comunicación que se coloque en centro de la creación y el mantenimiento de lo público en el sentido más constructivo, para generar y promover intereses, espacios e imágenes comunes, que garanticen una democracia culturalmente vivida, es decir, asumida como valor y práctica. Una comunicación que cree y recree lo público en relación con sus públicos ciudadanos. Una comunicación que incorpore al sujeto popular a la comunicación pública en el espacio público. En fin, una comunicación que interpele al poder y ayude al surgimiento de nuevas relaciones y otros equilibrios que favorezcan y empoderen al ciudadano como protagonista de la vida política.
Una definición posible de ciudadanía comunicacional debería contemplar la participación en un doble aspecto: el de la oferta mediática (desde los medios hacia el público-ciudadano) y el del consumo cultural (de las audiencias-ciudadanas hacia los medios). De esta manera el ciudadano podría ejercer de manera íntegra, completa, el derecho a la comunicación que debe estar garantizado por el Estado: no solamente para recibir información y mensajes, sino para, primero, investigar, y al mismo tiempo, para producir y difundir información y opiniones. Esta posibilidad conlleva también responsabilidad de aportar a la construcción de espacios públicos participativos y democráticos, la participación en el diseño de estrategias de comunicación, en la deliberación pública y en el control social. Asumiendo también que esto incluye una gama muy grande de posibilidades, de formas de participación, de niveles de compromiso y responsabilidad.
Estamos hablando entonces de “una ciudadanía comunicacional que, en el marco de los procesos políticos y culturales, permita la participación creativa y protagónica de las personas como forma de eliminar la concentración de poder de cualquier tipo para, así, construir y consolidar nuevas democracias”, tal como lo propuso el congreso de comunicadores latinoamericanos y caribeños reunidos en Porto Alegre tres años atrás (Mutirão de comunicação América Latina y Caribe, 2010).
Tal ciudadanía comunicacional no puede ejercerse sino en el espacio público entendido como el escenario del consenso y del conflicto, de la disputa, la negociación y el diálogo. Podríamos decir que hablamos de un proceso de intercambio y producción de sentidos en la sociedad, espacio de disputa simbólica y material. Pese a su complejidad el espacio público es el único ámbito válido para dirimir las disputas que son propias y a la vez genuinas de la construcción democrática en diversidad, pluralidad y diferencia. Para eso se necesita garantizar el derecho ciudadano a la comunicación.
Participación, diálogo y responsabilidad
El derecho a la comunicación adquirió su estatus y reconocimiento en todos los organismos internacionales. Sin embargo, ese hecho no significa que se encuentre vigente. Lo mismo ocurre con otros derechos incluidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Vale decir que los derechos no se otorgan, sino que se conquistan cada día a partir de la práctica de las personas y de los actores en las circunstancias en las que a cada uno le corresponde desempeñarse.
La vigencia del derecho a la comunicación está asociada a otras dos palabras claves: participación y diálogo. Ambas nos hablan de un varón y una mujer, sujetos sociales, personas que se asumen en comunidad y en relación con otros y otras a los que reconocen como iguales. Allí está la esencia de la comunicación.
El comunicador y educador argentino Daniel Prieto Castillo resumió estas ideas en la siguiente afirmación: “comunicar es ejercer la calidad de ser humano”. Y las explicitó señalando:
“Comunicar es expresarse. Comunicar es interactuar. Comunicar es relacionarse. Comunicar es gozar. Comunicar es proyectarse. Comunicar es afirmarse en el propio ser. Comunicar es sentirse y sentir a los demás. Comunicar es abrirse al mundo. Comunicar es apropiarse de uno mismo”. (Prieto Castillo, 1999).
Llevar a la práctica estos contenidos de la comunicación, tal como lo dice Prieto Castillo, es nuestro mayor desafío como personas y como comunicadores.
En un diálogo que sostuve hace algunos meses con el colega Santiago O’Donnell, director de la Maestría en Periodismo de la UBA, me decía refiriéndose a los periodistas, que hay que dejar atrás la etapa del “equilibrio” e ingresar en el momento de la “transparencia”. Antes, señalaba Santiago, se valoraba a los periodistas por una presunta “objetividad”, por la “neutralidad”, por el equilibrio y la equidistancia frente a los acontecimientos. Se entendía que de esta manera, tomando distancia, se podría ejercer mejor la tarea profesional. Hoy, en cambio, a quienes ejercemos el periodismo (pero vale la extensión a todos los comunicadores y comunicadoras), se nos exige respaldar con nuestra vida lo que decimos y hacemos en la profesión. Y el escenario público, que es escenario de ciudadanía, es un ámbito donde quedan reflejadas e impregnadas la totalidad de nuestras prácticas. Si no ejercemos “la calidad del ser humano”, tal como lo plantea Prieto Castillo, no se puede ser creíble.
Todo esto nos debería llevar también a repensar la tarea de los comunicadores en la sociedad para entenderlos como “intervinculadores” (White, 2007) entre los distintos actores y realidades pero, sobre todo, como facilitadores y articuladores del diálogo público entre actores plurales y diversos en un escenario público que es complejo porque está atravesado por dimensiones económicas, políticas, sociales y culturales, sin que ninguna de ellas tenga menos importancia que la otra y sin que alguna pueda ser soslayada.
Y superando el margen de quienes estamos abocados, por profesión, por vocación o por perspectiva académica a la comunicación, es imprescindible asociar la condición humana a la de comunicador, entendiendo que este es un rasgo esencial del sujeto como ser social en el espacio público. La comunicación y el ejercicio ciudadano de la comunicación es, a la vez que posibilidad, un compromiso irrenunciable para quienes, desde cualquier lugar y con cualquier matiz, quieran inscribirse en una perspectiva de ciudadanía activa y transformadora.
COMUNICACIÓN PARA LA MOVILIZACIÓN SOCIAL
En este itinerario de acción desde la comunicación que venimos proponiendo no podemos desvincular la comunicación de la movilización social para la construcción de bienes públicos. La movilización social debe entenderse como un proceso que se apoya en la identidad de los actores sociales situados en un escenario determinado. No debería confundirse la movilización como una manifestación o una acción aislada, mucho menos espontánea.
La movilización social alimentada desde la comunicación es un proceso colectivo que interrelaciona sujetos, organizaciones y comunidades para la construcción de bienes públicos desde una perspectiva de derechos. El sujeto de estos derechos es el ciudadano. Las tecnologías de la comunicación unidas a los cambios en la manera de entender la política y la participación, están configurando otros modos de comprender lo público. Lo doméstico, por la exhibición que se hace, se fusiona casi imperceptiblemente con aquello que alcanza difusión masiva para convertirse en relato dominante de los medios masivos.
Hay una manera diferente de entender el tiempo. Pasado y presente se funden en un mismo momento, borrando los límites, perdiendo la densidad que puede aportar la mirada histórica que termina subsumida en un presente continuo y dejando un espacio casi inexistente para integrar los sueños como instancia que evoca la utopía.
Se construye la agenda de manera diferente. Lo político y lo cotidiano aparecen segmentados, y la política es presentada como un escenario de permanentes conflictos, un mundo en sí mismo, ajeno la vida de los ciudadanos. Me atrevo a decir que desde una perspectiva de derechos los procesos comunicacionales tienen que contribuir a la movilización social entendida como procesos de empoderamiento político cultural desde lo local, para trabajar sobre la visibilidad de los actores de base y construir agendas desde la realidad de los mismos, desde sus situaciones problemáticas, desde sus deseos, desde sus aspiraciones y utopías.
Movilización social desde la comunicación se hace a través de la multiplicación de los ámbitos de creación cultural, en la producción de mensajes, pero también recuperando todos los espacios de intercambio en la vida cotidiana e incorporando la comunicación como un componente estratégico de lo local y de lo cotidiano.
La comunicación, como bien lo señala Sandra Massoni (2011), es un momento relacionante de la diversidad cultural y es allí donde se alimenta la movilización social que es fuente de ciudadanía. Para que ello suceda es necesario seguir pensando la comunicación más allá de los medios y de las tecnologías, pero incluyendo a los medios y a las tecnologías. Los medios comunitarios, las radios y televisoras alternativas y populares, las productoras, son esenciales para alcanzar objetivos políticos, sociales, culturales y ciudadanos. Pero así como no se puede agotar la comunicación en los medios, de ninguna manera se puede acepar que los medios son ajenos a la cultura, a la política, a la economía, en fin, buen vivir entendido como una noción integral y abarcadora de calidad de vida tal como lo comprenden la mayoría de las culturas de los pueblos originarios de nuestra América.
Una mirada estratégica de la comunicación debe aportar a la edificación de procesos de movilización social para la construcción de bienes públicos, para afianzar y empoderar las identidades diversas y alentar la participación en busca de mayor y mejor vigencia de derechos.
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NOTA
[i] Docente investigador UNLP-UBA-UNQ. Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. / wuranga.com.ar
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resumen Uranga
Washington Uranga. Comunicación: En la encrucijada de la construcción ciudadana. Intersecciones en Comunicación [online] 2013, n.7. pp. 11-39.
Intersecciones en Comunicación
ISSN 1515-2332 (versión impresa)
ISSN 2250-4184 (versión On-line)
Intersecciones en Comunicación. n.7 Olavarría ene./dic. 2013
Recibido 01/08/2013
Aceptado 09/09/2013
RESUMEN
La ciudadanía solo puede entenderse como una actitud activa destinada a promover cambios en el orden social como parte del compromiso que supone pertenecer a una comunidad política. El ejercicio ciudadano está también asociado a la posibilidad de incidir y participar. Hoy la participación está directamente relacionada con la comunicación, entendida como intercambio y producción de sentidos en el espacio público. El derecho a la comunicación es un derecho humano básico y habilitante de otros derechos. La construcción de una ciudadanía comunicacional se presenta como un desafío para todas las personas, pero en particular para los comunicadores. Participación, diálogo y responsabilidad son criterios fundamentales para la vigencia del derecho a la comunicación. La movilización social está asociada a la posibilidad de construir bienes públicos.
Palabras Clave: Comunicación - Democracia - Ciudadanía política - Derechos
Intersecciones en Comunicación. n 7. Olavarría ene./dic. 2013
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Tabla de contenido
Intersecciones en Comunicación. n 7. Olavarría ene./dic. 2013
Artículos
Comunicación: En la encrucijada de la construcción ciudadana
Washington Uranga
Texto en español | pdf en español |
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Cuerpo, género y sexualidad en los programas de intercambio. Experiencias de estudiantes estadounidenses en Buenos Aires
Karina Felitti y Andrea Rizzotti
Resumen en español | Inglés | Texto en español | pdf en español |
Reflexiones sobre la lectura como técnica de producción de datos para la investigación bibliográfica
Sebastián Rigotti
Resumen en español | Inglés | Texto en español | pdf en español |
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La participación del público en emisoras fm de Córdoba como dispositivo de interpelación de los sectores populares locales
Santiago Martínez Luque
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URI:http://www.ridaa.unicen.edu.ar/xmlui/handle/123456789/683
La concentración mediática y la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LSCA)
Nadia Koziner
Resumen en español | Inglés | Texto en español | pdf en español |
URI:http://www.ridaa.unicen.edu.ar/xmlui/handle/123456789/684
Marca Ciudad Rosario: problematizaciones sobre la máquina expresiva
Marchetti Viviana y Ezequiel Viceconte
Resumen en español | Inglés | Texto en español | pdf en español |
Debates
Producción cultural juvenil mediada: una aproximación a las dinámicas de apropiación, elaboración de discursos y prácticas de sociabilidad en jóvenes
Dimatteo Cristina y María Elsa Chapato
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Nuevos espacios
Resumen de la tesina. Un cine llamado Almodóvar
Griselda Orbe
Resumen en español | Inglés | Texto en español |
Entrevistas
Entrevista a Carlos Belvedere. Fetiches y conceptos de la teoría social contemporánea. Por Marcelo Babio
Texto en español | pdf en español |
Entrevistas
Entrevista a Alicia Gutíerrez. Por Gabriela Loustaunau y Marcelo Babio
Texto en español | pdf en español |
COMITÉ EDITORIAL
Intersecciones en Comunicación - Número 7 - 2013
Editora (Directora)
María Teresa Sansèau (Facultad de Ciencias Sociales, UNCPBA)
Co-editora
Mónica Cohendoz (Facultad de Ciencias Sociales, UNCPBA)
Coordinadora
Carolina Ferrer (Facultad de Ciencias Sociales, UNCPBA)
Comisión Asesora
Roberto Follari (Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCuyo) Sebastián Román (Universidad Nacional de Entre Ríos) Roxana Cabello (Universidad Nacional de General Sarmiento) Marcelo Babio (Facultad de Ciencias Sociales, UNCPBA, UBA)
Evaluadores que colaboraron en este número:
Rusconi Carlos: Departamento de Comunicación Social. Universidad Nacional de Río Cuarto, Argentina.
Gómez, María Rosa: Facultad de Ciencias Sociales. Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Argentina.
Monje, Daniela Inés: Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.
Ibarra, Diego Javier: Facultad de Ciencias Sociales. Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Argentina.
Reale, Analía Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.
Rocha, Amparo. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos
Y evaluadores anónimos.
Diseño
María Eva Ormazabal
Edición y diagramación
Mario Pesci
Coordinación general
Área editorial dependiente de Vicedecanato. Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires
UNCPBA
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires
Rector: Cdor. Roberto Tassara
Vicerector: Ing. Agr. Omar Losardo
Facultad de Ciencias Sociales Decano: Dr. Rafael Pedro Curtoni Vicedecana: Lic. Gabriela Gamberini
Incluida en el Directorio y Catálogo de LATINDEX (Folio Nº 11549)
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