Intersecciones en Comunicación

ISSN 1515-2332 (versión impresa)

ISSN 2250-4184 (versión On-line)

Intersecciones en Comunicación.  nº7. Pag. 75-97 Olavarría ene./dic. 2013

Reflexiones sobre la lectura como técnica de producción de datos para la investigación bibliográfica

Sebastián Rigotti[1]

Recibido 7/05/2012

Aceptado 5/04/2013

RESUMEN

No son pocas las investigaciones en Ciencias Sociales que se enmarcan en lo que se conoce como “investigación bibliográfica”. Las reflexiones metodológicas, en general, se interesan menos en el tipo de investigación mencionado que en aquellas de carácter empírico.

                Esto se debe a que en el campo de la Metodología de la Investigación Social operan presupuestos teóricos, epistemológicos y ontológicos que son constitutivos del mismo y que, no obstante, escapan a la elucidación.

                 Nuestro trabajo considera que cada técnica es una “teoría en acto”, lo que permitirá establecer las condiciones en que una técnica se inscribe en el proceso de investigación en Ciencias Sociales.

                Partiremos de una reflexión acerca de los tres tipos de supuestos mencionados, para especificar cómo las operaciones de lectura constituyen una técnica de producción de datos científicamente válida y específica para la investigación bibliográfica, y, a su vez, se relaciona con otras operaciones técnico-metodológicas.

Palabras Clave: Ciencias Sociales- Técnicas-Lectura-Investigación bibliográfica-Presupuestos

Abstract: REFLECTIONS ON THE READING ALS TECHNIQUE OF DATA PRODUCTION FOR BIBLIOGRAPHICAL RESEARCH. Not few of the Social Sciencies researches are framed in which known like “bibliographical research”. The methodological reflections, generally, are interested less in the type of research mentioned before than those of an empirical nature.

                This is because in the field of Social Research Methodology operating theoretical, epistemological and ontological unconscious assumptions, which are constitutive of it and that, however, escape to elucidation.

                Our paper considers the each technique is a “theory in action”, thus establishing the conditions under which a technique is part of the process of Social Sciences research. 

                We will start from a reflection on the three types of unconscious assumptions mentioned before, to specify how the read operations are a scientific valid and specific technique of data production for the bibliographical research, and, in turn, is related with other technical and metodological operations.

Keywords: Social Sciences- Techniques-Reading-Bibliographical research-unconscious assumptions

“(…) un conocido argumento de Platón: lo escrito no puede acudir en ayuda de sí mismo y por eso está, sin recursos, expuesto al abuso, a la tergiversación y al malentendido”.

Hans-Georg Gadamer, Acerca de la verdad de la palabra.

                La investigación en el campo de las Ciencias Sociales y Humanas se sirve de un amplio abanico de técnicas de producción de datos. Sin embargo, la lectura no es considerada como tal en el diseño de investigaciones bibliográficas. Para llevar adelante aquéllas, los textos de Metodología mencionan la confección de fichas y el análisis de documentos como las pertinentes y válidas. Intentaremos reflexionar sobre cuestiones que nos permitirán considerar a la lectura como una técnica de producción de datos[2].

 

1. PRESUPUESTOS ONTOLÓGICOS: LA OBSERVACIÓN COMO EJEMPLO

La investigadora Irene Vasillachis de Gialdino considera que la reflexión de los investigadores debe visibilizar los presupuestos que operan en la práctica científica: ontológicos, epistemológicos, axiológicos y metodológicos. De no ser éstos objeto de reflexión, “dirigen” el proceso de investigación, desde la construcción misma del objeto hasta el análisis de los resultados. La cuestión señalada por la investigadora aporta un punto interesante para pensar cuáles son las técnicas de producción de datos que cualquier investigación necesita. El problema de las técnicas de producción de datos se vincula con los presupuestos ontológicos que posibilitan el conocimiento, implica considerar las matrices histórico-culturales que constituyen una determinada ontología, una específica forma de significar y de relacionarse con los entes.

La reflexión ontológica está en inextricable relación con las epistemológicas y metodológicas, así como a sus implicaciones políticas; la Epistemología consiste en reflexionar sobre la validez de las diferentes construcciones de conocimiento; mientras que la Metodología implica la construcción y la opción por determinadas técnicas, considerando las implicaciones epistemológicas y los efectos que conllevan en la construcción del objeto de estudio y el diseño de la investigación.

Es conocida la importancia que tiene la investigación empírica en el campo de las Ciencias Sociales y Humanas. Esta tradición tiene profundas raíces en la cultura occidental: el supuesto ontológico de un sujeto de conocimiento que puede percibir inmediatamente los entes a conocer, es que éstos tienen una existencia empírica y, por ende, perceptible: ens est percipi. En este punto, son útiles los aportes de Lewis Mumford y Alfred Crosby para reflexionar sobre las condiciones ontológicas en que la investigación empírica nace, ya que reconstruyen el cambio producido en Europa a fines de la Edad Media y principios del Renacimiento.

Mumford piensa un complejo tecnológico que abarca “(…) el conocimiento, las pericias y las artes derivadas de la industria o implicadas en la nueva técnica, e incluirá varias formas de herramientas, instrumentos, aparatos y obras así como máquinas propiamente dichas” (Mumford, 1982:29), dando cuenta que las relaciones que se establecen entre los distintos elementos del mismo, dieron lugar a hábitos, ideas y modos de vida novedosos para la época. El tiempo y el espacio se transformaron radicalmente: en primer lugar, la utilización del reloj en las nacientes ciudades (provenía de los monasterios) para regular la vida cotidiana de los hombres, lo que terminaría por disecar al tiempo de las vivencias humanas y su sentido; en segundo lugar, el espacio se convierte en un sistema de magnitudes que permitía calcular distancias.

De esta forma, el tiempo y el espacio -desde aquél entonces vaciados de sentido, devenidos abstractos y, finalmente, indisolublemente ligados-, se convirtieron en los ejes fundamentales en los que todos los acontecimientos humanos tenían lugar. La humanidad ya no dirige sus ojos y preguntas hacia los dominios supraterrenales, sino hacia el reino de la naturaleza: “La naturaleza existía para ser explorada, invadida, conquistada y, finalmente, entendida” (Mumford, 1982:46), es decir, medida, cuantificada.

En este punto, Crosby muestra con detalle cómo los hábitos culturales de los europeos occidentales eran pertinentes para dar lugar a la cuantificación de la realidad: “Así es como cogemos la realidad física, apartamos sus preciosos rizos y la sujetamos por el cogote (sic). A nosotros, que (…) vivimos en sociedades `para las cuales el estudio de lo que puede pesarse y medirse es un amor apasionado´ nos cuesta imaginar otra forma de abordar la realidad” (Crosby, 1998: 22). La cuantificación consistió en consagrar el matrimonio de las matemáticas y la medición a una realidad posible de ser percibida por los sentidos, es decir, como una “cosa” que estaba allí fuera y que podía ser descompuesta en cuantos.

Las relaciones del sujeto de conocimiento con los entes a conocer se significan en términos instrumentales: todo se cuantifica. Esta preparación cultural, que llevó siglos, hizo posible una forma de conocer y reflexionar sobre esa producción de conocimiento, así como de concebir las técnicas de producción de datos para lograr ese conocimiento. Como dice Vasillachis,

“Las formas de conocer centradas en el sujeto que conoce han dado prioridad a las características existenciales de la identidad privilegiando lo fáctico, lo observable, aquello de lo que dan cuenta los sentidos y de cuya validez se puede dar evidencia. Sin embargo ¿qué sentido tendría recurrir a las personas para interrogarlas, para inquirir acerca de aquello a lo que se puede acceder, simplemente, por medio de la observación?” (Vasilachis, s/f:15).

La observación ha sido un elemento importante en los debates epistemológicos y metodológicos desde hace siglos. A nuestros fines argumentativos, recurrimos a la perspectiva de Pierre Bourdieu, quien brega por la constante actitud reflexiva de parte del investigador. A esa actitud la denomina vigilancia epistemológica, con lo que pretende señalar que “(…) toda operación, no importa cuán rutinaria y repetida sea, debe repensarse a sí misma y en función del caso particular” (Bourdieu, et. al., 2008:20-21).

Bourdieu afirma que, frente a la cantidad de técnicas de producción de datos que han aparecido en detrimento de la observación, hay que restituirle a ésta el primado en la investigación. La observación nunca es neutral ni inmediata, el ens nunca puede ser solamente percipi: “(…) no hay observación o experimentación que no impliquen hipótesis” (Bourdieu, et. al., 2008:61). La observación, a partir de una reflexión que rompa con el sentido común, es una técnica de producción de datos porque implica un proceso reflexivo, que es parte del habitus del investigador. La actitud de vigilancia epistemológica rompe con los presupuestos epistemológicos, teóricos y metodológicos del empirismo y de la sociología espontánea, pero se asienta en los presupuestos ontológicos que dieron nacimiento a la observación, que son la base de la construcción de conocimiento empírico.

La observación en tanto técnica está atada a la matriz histórico-social anteriormente mencionada, que produjo una determinada ontología y, consecuentemente, legitimó un modo de producir conocimiento válido y un enfoque metodológico acorde a ese conocimiento. La afirmación de Bourdieu: “(…) hay que restituir a la observación metódica y sistemática su primado epistemológico” (Bourdieu, et. al., 2008:72), cobra pleno sentido para la investigación en Ciencias Sociales. Coincidimos con el sociólogo francés, cuando afirma que

“La medida y los instrumentos de medición (…), desde la elaboración de los cuestionarios y la codificación hasta el análisis estadístico, son otras tantas teorías en acto en calidad de procedimientos de construcción, conscientes o inconscientes, de los hechos y de las relaciones entre los hechos. (…) la técnica aparentemente más neutral contiene una teoría implícita de lo social (…)” (Bourdieu, et. al., 2008:66 –el subrayado es nuestro).

Las técnicas no recolectan datos, ya que esta forma de significar el proceso metodológico invisibiliza el proceso de construcción teórica que lleva adelante el investigador. Las técnicas son teorías en acto, producen datos. Es posible considerar la observación como una técnica porque es dirigida por una hipótesis nacida de presupuestos teóricos-epistemológicos, que descansan en una reflexión sobre las condiciones ontológicas que la posibilitaron. Reflexión que posiciona al investigador como constructor de su objeto teórico y, a su vez, diferencia a éste –por ser un constructo- de la cosa (Ding) [3]. 

Reflexionar sobre los presupuestos ontológicos nos permite situar la construcción de conocimiento en un determinado nivel de reflexión, que considera cómo los esfuerzos teóricos del investigador se apoyan en las matrices culturales que hacen posible esa determinada manera de construir conocimiento y debe visibilizarlas a fin de no eliminarse él mismo. A partir de allí, el investigador puede situar a la observación como una técnica y superar el error de considerar a la observación como el inicio de la construcción de conocimiento. De lo contrario no reflexionaría sobre los presupuestos ontológicos que la hacen posible y sus efectos en los niveles epistemológicos y metodológicos. La observación es una técnica de producción de datos porque se la sitúa en un haz de reflexiones que permiten identificarla como tal.

 

2. LA LECTURA Y EL TEXTO

Postulamos que la lectura puede ser considerada como una técnica, pertinente para las investigaciones bibliográficas (aunque no solamente), que tanta relevancia tienen en las investigaciones del campo de las Ciencias Sociales y Humanas.

Durante el siglo XX, se produjo una modificación ontológica, que coloca a los entes y a la producción de conocimiento ante nuevas consideraciones y problemas, dando lugar a puntos de discusión con aquella matriz nacida en el Renacimiento. Los nuevos presupuestos ontológicos fueron visibilizados por los reconocidos Giros Lingüístico, Hermenéutico y Pragmático. El lenguaje y sus consideraciones colocaron a la reflexión epistemológica, a las técnicas de producción de datos, en fin, al proceso de investigación ante un nuevo conjunto de problemas: la crítica a la re-presentación, la materialidad de los discursos, la relación entre palabra y cosas, por sólo mencionar algunos de ellos. La realidad, de esta manera, no podía ser entendida en término de “cosas” cognoscibles por los sentidos (y/o la razón), ya que el lenguaje posibilitaba, mediaba, obstaculizaba, etc., la relación de conocimiento. Incluso el mismo sujeto de conocimiento se puso en cuestión. El campo de las Ciencias Sociales y Humanas se convulsionó hasta sus cimientos, y con él, las reflexiones de la investigación.

Usualmente se piensa a la lectura como productora de sentidos. Pensamos que esta manera de considerarla obedece al cambio ontológico y epistemológico que mencionamos, ya que la producción de sentido es un proceso que ha sido visibilizado cuando se consideró al lenguaje como aquello que ponía en cuestión qué eran los entes mismos y cómo podíamos conocerlos. El investigador construye conocimiento a partir del lenguaje, y no de los entes mismos: al significar desde una determinada perspectiva el mundo, realiza una interpretación del mismo, o bien, una lectura. La mirada (theorein, teoría) del investigador se considera una lectura, una producción de sentido. 

Solamente la consideración hermenéutica y semiótica del proceso de investigación, del sujeto que construye conocimiento y de qué es lo que conoce, hace posible pensar el punto de vista del investigador como una lectura. Particularmente en el caso de la Hermenéutica de Martin Heidegger y Hans-Georg Gadamer, lo dicho cobra gran importancia: interpretar es aquello que el hombre hace porque es el ser-en-el-mundo (In-der-Welt-Sein). Como la hermenéutica (hermeneuein, interpretación) hunde sus raíces en la actividad que interpreta el sentido de los textos sagrados, los clásicos y las leyes, entonces nace la concepción del hombre como intérprete del mundo, tal es su relación primigenia con el mundo (Heidegger habla de la pre-comprensión del Ser); luego, el hombre puede relacionarse con los entes en términos contemplativos-científicos (vor-Handen-Sein) o en términos de utilidad (zu-Handen-Sein).

Para la perspectiva hermenéutica, en el sentido filosófico en que Heidegger la sitúa, el hombre abre el mundo interpretándolo sobre un trasfondo de significatividad que pre-comprende; luego, con los aportes de Gadamer, esa ontología fundamental de la analítica existenciaria se extrapola a la lectura de los textos. Explícitamente, Gadamer sostiene que la Hermenéutica y las Ciencias del Espíritu, investigan aquello que el hombre hace al existir y, por lo tanto, no constituyen una reflexión metodológica. Para la mirada hermenéutica la lectura no es un problema teórico, y aún menos una cuestión metodológica, sino un problema ontológico. 

Para el filósofo norteamericano Charles Sanders Peirce el signo puede ser definido como algo que está por algo para alguien por algún aspecto; o, como sostiene Roberto Marafioti: algo por algo (a) en alguna relación (b) para alguien (c). Para Peirce nunca se trata de un signo que se encuentra establecido, sino de aquello que la mente considera como signo, y todo aquello que existe puede ser considerado como signo. Ahora bien, si todo puede ser considerado como signo, entonces todo es posible de ser significado, todo se incluye en el proceso de semiosis infinita; pero, de esta manera, si lo que hace el hombre -en tanto él mismo un signo y, consecuentemente, triádico-, es ser siempre intérprete de esa relación representamen-objeto, entonces no hay forma de distinguir la interpretación de cualquier otra actividad. En otras palabras, Peirce se mueve sobre los presupuestos ontológicos que dan nacimiento a la Hermenéutica.

La investigación en Ciencias Sociales y Humanas se nutre de los aportes que la Hermenéutica y la Semiótica hacen al campo, así como reflexionan sobre los problemas que también éstas le plantean. Muchas de las investigaciones se apoyan en la tradición empírica y, al mismo tiempo, tienen en cuenta que esa tradición debe tener en cuenta los planteos semióticos y hermenéuticos. Pero, como hemos mencionado, buena parte de la investigación del campo se lleva adelante con trabajo bibliográfico, sea exclusivamente, sea articulándose con la investigación empírica. Sin embargo, la práctica de lectura no es considerada como una técnica de producción de datos, aunque no pueda prescindirse de ella.

El tipo de investigación que nos atañe en el presente trabajo, la de carácter bibliográfico, ha estado inserta en diseños que contemplaban cuestiones empíricas y/o documentos, así como ha sido vinculada a la elaboración de fichas, resúmenes, mapas conceptuales, etc. Son éstas herramientas válidas para la construcción de conocimiento, pero entre el sujeto que investiga y ellas existe un vacío de reflexión teórica. Pensamos que en ese punto se vuelve relevante situar a la lectura como un instrumento válido de producción de datos.  

Las investigaciones bibliográficas implican la construcción de una muestra de textos (o corpus), que responde a unas específicas preguntas y/o hipótesis que permiten identificar unos determinados textos para analizar. El investigador Denis Baranger afirma que cuando seleccionamos una población para analizar los elementos que la componen “(…) no tienen por qué ser personas. Podrá tratarse también de grupos, acciones, productos o cualquier tipo de objetos o sistemas que se convenga definir como tales (…)” (Baranger, 1999:73 –el subrayado es nuestro-).  En nuestro caso, los “elementos” de análisis, las unidades muestrales, son textos. Los criterios que deben dirigir la construcción de la muestra, el plan de muestreo, provienen de la hipótesis y de los supuestos teóricos que estructuran la investigación. Así como la observación está dirigida por una mirada (theorein), es decir, por unas determinadas posiciones teóricas y reflexiones epistemológicas, enmarcadas en puntos de partida ontológicos; así también podemos afirmar lo mismo para la lectura. El investigador no observa todo, así como tampoco lee todo, sea en cuanto a la cantidad de textos (propiamente la construcción de la muestra), como en cuanto a lo que un texto le dice.

Texto. ¿Qué es un texto? Muchos autores intentan responder la pregunta, o bien nos brindan pistas para que podamos hacerlo nosotros. Para el filósofo ruso Mijaíl Bajtín, por ejemplo, el texto puede ser tanto escrito como oral, constituye un “conjunto de signos coherente” al que considera como el dato primario

“(…) de todo pensamiento humanístico y filológico en general (…). El texto es la única realidad inmediata (realidad del pensamiento y de la vivencia) que viene a ser punto de partida para todas estas disciplinas y este tipo de pensamiento. Donde no hay texto, no hay objeto para la investigación y el pensamiento” (Bajtín, 2002:294 –el subrayado es nuestro-).

Bajtín claramente sitúa al texto en el pensamiento humanista del campo de las ciencias, lo que implica considerar al hombre como aquél sujeto que construye conocimiento a partir del “conjunto de signos coherente”. Sin embargo, afirma que el texto “es el punto de partida”, y no el sujeto de conocimiento, que lleva adelante una investigación al aplicar una técnica que le permita construir datos.

                Desde la perspectiva hermenéutica, Gadamer considera que el texto debe ser entendido dialógicamente en tanto es un concepto hermenéutico:

 

“(…) el texto es un mero producto intermedio, una fase en el proceso de comprensión que encierra sin duda como tal una cierta abstracción: el aislamiento y la fijación de esta misma fase. (…) la comprensión de lo que el texto dice es lo único que interesa. (…) El texto debe ser legible” (Gadamer II, 2007:329).

En tanto participa en un diálogo, el texto tiene un propósito, a la luz del cual se le formula preguntas para interpretarlo. Gadamer se coloca en la estela de Heidegger, y realiza aportes a la hermenéutica en términos dialógicos, que consideran al texto (y no a la intención del autor del mismo) como un interlocutor. La operación de lectura como tal es eliminada, debido a que la interpretación (dialógica) de los entes constituye la misma actividad del hombre por ser tal; o bien, en términos heideggerianos, es un existenciario de la ontología fundamental del ser-en-el-mundo.

Por otro lado, para el filósofo francés Paul Ricoeur, el texto es “(…) todo discurso fijado por la escritura. (…) la fijación por la escritura es constitutiva del texto mismo. Pero ¿qué es lo que fija la escritura? Dijimos: todo discurso” (Ricoeur, 2010:127). El texto instituye al autor: éste aparece en el diálogo cuando el texto lo reclama. Ricoeur, inserto en al tradición hermenéutica, tampoco avanza en las cuestiones metodológicas que la lectura implica.

En cada posición teórica citada podemos rastrear el presupuesto humanístico que centra al autor, es decir, al sujeto, como el productor del texto y, por ende, a la necesidad de interpretar (en el sentido conceptual del término) el sentido del texto. El texto “es la realidad del pensamiento y de la vivencia”, “tiene un propósito”, “es el lugar en donde adviene el autor”: pensamiento, vivencia, propósito, autor, son palabras que nos remiten a esa posición teórica humanista, que estudia al sujeto que interpreta, enuncia, habla.

Desde otras perspectivas teóricas, como la del Análisis del Discurso y la Semiótica, el texto es pensado en su específica diferencia respecto de la frase y de la proposición. En palabras de Oswald Ducrot y Tzvetan Todorov:

 

“La noción de texto no se sitúa en el mismo plano que la de la frase (o la proposición, el sintagma, etc.); (…) debe distinguirse del parágrafo, unidad tipográfica de varias frases. El texto puede coincidir con una frase o con un libro entero; se define por su autonomía y por su clausura (aunque en otro sentido algunos textos no sean `cerrados´): constituye un sistema que no debe identificarse con el lingüístico, sino relacionado con él: se trata de una relación a la vez de contigüidad y de semejanza” (Ducrot y Todorov, 2003:337 –el subrayado es nuestro-).

En consonancia con esta posición, y también desde el Análisis del Discurso, Jorge Lozano, Cristina Peña-Marín y Gonzalo Abril sostienen que el texto se define por una operación de clausura y por adquirir una cierta autonomía a partir de aquélla. Ya sea una sola palabra, como un conjunto de ellas, “(…) es precisamente por su clausura y autonomía, por las que, independientemente de su dimensión, se las puede considerar textos” (Lozano et. al., 1993:18-19 –el subrayado es nuestro-).

Desde las perspectivas del Análisis del Discurso mencionadas, el texto es entendido como un producto autónomo y cerrado, que posee determinadas propiedades –significado y función-, es decir, que puede ser analizado independientemente. Ahora bien, este análisis es realizado por un investigador que, partiendo de hipótesis, lleva adelante el proceso de construcción de conocimiento. En este punto, pues, tampoco esta perspectiva considera la cuestión metodológica de la lectura.

Es importante mencionar los esfuerzos de Michel Foucault por intentar definir un método que no fuese formalizador ni interpretativo, criticando las posturas humanistas. Por una parte, y a diferencia de la vía interpretativa, la arqueología es un procedimiento de investigación  que se interroga por lo ya dicho al nivel de su existencia, es decir, no busca un discurso escondido u oculto dentro de otro; trabaja con lo que se ha dicho y no tratando de “interpretar” lo que se ha querido decir. Por otra parte, la arqueología define los discursos en su especificidad; trata de definir unos tipos y unas reglas de prácticas discursivas que atraviesan obras individuales, pero, a diferencia del formalismo, no las trata como condiciones formales previas. El recorrido arqueológico no se apoya en un nivel estructural que explique las emergencias, por eso no trata al sujeto como productor de una obra y principio de su unidad. Asimismo, existe una suspensión de  las continuidades históricas, tal como las piensa la humanista Historia de las Ideas. Con la arqueología las continuidades dejan su lugar a las fracturas que produce el acontecimiento. Podemos afirmar, pues, que cada “texto” nos remite a formaciones discursivas que hacen posible aquello que puede ser enunciado. El texto es un producto del discurso, en tanto es la objetivación de los procesos discursivos que lo exceden y, como dijimos, lo posibilitan como tal. El significado no es una propiedad del texto, ni éste es el punto en el que se condensa y se cierra el discurso. Antes bien, el texto es un indicio que nos remite a las relaciones discursivas que atraviesan y reúnen enunciados dispersos y los agrupan.

Las cuestiones planteadas por el genial pensador francés exceden los límites y propósitos de este trabajo, pero sus esfuerzos teóricos son un ejemplo de lo que estamos tratando de demostrar pero que permanece invisibilizado: solamente una lectura específica, que parte de interrogantes específicos y que rompen con el sentido común, pueden hacer hablar a los textos de otra manera. Los trabajos de Foucault dan cuenta de ello, pero la lectura no es planteada como un problema metodológico. El texto, en tanto objeto de discurso, es un referente (distinto al referente empírico) que responde a una determinada construcción del objeto.

Lectura. A partir de lo dicho, coincidimos con el argumento que esgrime Bourdieu en El oficio de sociólogo, cuando sostiene que “No hay operación por más elemental y, en apariencia, automática que sea de tratamiento de la información que no implique una elaboración epistemológica e incluso una teoría del objeto” (Bourdieu, et. al., 2008:74-75). Es a partir de esta afirmación que podemos considerar a la lectura como otra técnica de producción de datos, que utilizaremos en la investigación en Ciencias Sociales. Para ello, repasaremos la posición teórica de algunos autores que piensan el proceso de comprensión/interpretación de textos: Umberto Eco, Hans-Georg Gadamer y Paul Ricoeur. 

El semiólogo italiano Umberto Eco considera que “Un texto, tal como aparece en su superficie (o manifestación) lingüística, representa una cadena de artificios expresivos que el destinatario debe actualizar” (Eco, 1993:73). En un primer momento, Eco sostenía (en Obra Abierta, 1962), que existen “obras abiertas”, obras deliberadamente no acabadas, no cerradas. Se trata de “sugerir”, más que de “decir”. Apunta que la obra abierta está limitada por la orientación que la obra le proporciona al intérprete: no invita a la interpretación amorfa e indeterminada. Esto no quiere decir que se despoje al autor de su obra ni que ésta sea cedida al lector. Años después, Eco retoma sus investigaciones al respecto (en Lector in fabula, 1979) y concluye que el lector está presente en el texto desde el comienzo, ya que el escritor piensa en un lector modelo, a partir de rasgos que no lo aluden directamente pero permiten inferirlo: a) un código lingüístico específico; b) un determinado estilo literario; c) índices específicos de realización. Eco aclara que ambos son estrategias textuales:

“Para organizar su estrategia textual, un autor debe referirse a una serie de competencias (…) capaces de dar contenido a las expresiones que utiliza. Debe suponer que el conjunto de competencias a que se refiere es el mismo al que se refiere su lector. (…) deberá prever un Lector Modelo capaz de cooperar en la actualización textual de la manera prevista por él y de moverse interpretativamente, igual que él se ha movido generativamente” (Eco, 1993:80).

Los medios a los que el autor recurre para lograrlo son: la elección de una lengua; la elección de un tipo de enciclopedia; y la elección de un determinado patrimonio léxico y estilístico. El autor presupone e instituye la competencia de su Lector Modelo: el texto se apoya en una determinada competencia y, al mismo tiempo, contribuye a producirla. A partir de lo dicho, se comprende que “(…) generar un texto significa aplicar una estrategia que incluye las previsiones de los movimientos del otro; como ocurre, por lo demás, en toda estrategia” (Eco, 1993:79).

Ahora bien, Eco acota que es importante considerar que la interpretación implica un punto de articulación dialéctica entre autor y lector, en tanto estrategias discursivas; y que, en ocasiones, cuando se interpreta “(…) puede haber una estética del uso libre, aberrante, intencionado y malicioso de los textos” (Eco, 1993:86). Esa dialéctica entre las estrategias del autor y el lector de la que habla Eco, nos sugiere la posibilidad de pensar en un ejercicio de lectura que se aproxime a lo que pretendemos para nuestra investigación. Sin embargo, podemos decir que, por un lado, Eco no deja en claro cómo opera esa distinción que establece, entre el “uso libre de un texto tomado como estímulo imaginativo” y la “interpretación de un texto abierto”; y, por otro lado, parece estar pensando solamente en textos que pertenecen al género literario, cuyas posibilidades de lectura encajan con mayor facilidad en ambos casilleros de la distinción que realiza. 

Por su parte, Gadamer afirma que “(…) leer no es deletrear. Mientras que se deletrea, no se puede leer. La lectura presupone siempre determinados procesos anticipadores de la captación del sentido y tiene, como tal y en sí misma, una determinada idealidad” (Gadamer, 1998:58). La relación que se establece en la lectura es dialógica, ya que quien lee está predispuesto a dejar que el texto le diga algo, está dispuesto a poner a prueba los prejuicios que lo constituyen en tanto lector y que, para lograr una interpretación objetiva, debe considerar al texto como un igual. La lectura exige  “(…) simplemente estar abierto a la opinión del otro o a la del texto. (…) pero dentro de esta multiplicidad de lo opinable, esto es, de aquello a lo que un lector puede encontrar sentido y que en consecuencia puede esperar, no todo es posible (…)” (Gadamer I, 2007:335).

Es la distancia temporal, entre el horizonte de sentido del que proviene el texto y el horizonte de sentido de quien lee –interpreta-, la que vuelve posibles las diferentes lecturas e imposibilita que se decante el sentido último del texto. Sin embargo, Gadamer está atribuyéndole al texto un sentido que el lector debe interpretar dialógicamente, pero no visibiliza que las lecturas pueden situar al texto desde las hipótesis que orientan la investigación, es decir, a partir de considerar la operación de lectura como una técnica de producción de datos.

Para la hermenéutica gadameriana el texto es aquello que debe ser comprendido en tanto tal, lo que le coloca en una posición asimétrica respecto de quien lee; el texto:

“Formula el dato de autoridad con que la comprensión y la interpretación han de compararse, como si, por así decir, fuese un punto hermenéutico de identidad que limita todas las variables. Sólo cuando es objeto de controversia la comprensión de algo escrito o dicho, preguntamos por el texto exacto, `correcto´, por el tenor literal” (Gadamer, 1998:100-101).

Más allá de las posibilidades que la distancia temporal abre para la lectura, no se da lugar a que ésta inflija una ruptura con el texto. La lectura de un texto no puede ser pensada desde la propuesta de Gadamer en términos de una técnica de producción de datos porque el filósofo alemán la circunscribe a la comprensión y a ésta a la interpretación, la cual “(…) no es un recurso complementario del conocimiento, sino que constituye la estructura originaria del `ser-en-el-mundo´” (Gadamer II, 2007:328). En otras palabras, pensamos que Gadamer teoriza sobre la base de una ontología -ontología fundamental, que vuelve reflexiva Heidegger-, la que, al radicalizarse, obtura la posibilidad de pensar como una técnica científica de producción de datos (no hay que olvidar la crítica heideggeriana a la ciencia en tanto técnica) a la lectura –en tanto interpretación-. Esto conlleva el mismo problema que Bourdieu contribuye a desmontar: la observación reclama su primado epistemológico una vez que volvemos reflexiva la teoría que la guía. En varias oportunidades se puede dar con aclaraciones de Gadamer respecto de no considerar a la hermenéutica como una técnica ni como una reflexión epistemológica. 

Ricoeur sostiene que Heidegger y Gadamer subordinaron la teoría epistemológica a la teoría ontológica del Verstehen, por lo que va a afirmar que la hermenéutica debe  

“(…) buscar en el texto mismo, por una parte, la dinámica interna que rige la estructuración de la obra, y por otra, la capacidad de la obra para proyectarse fuera de sí misma y engendrar un mundo que sería verdaderamente la cosa del texto. Dinámica interna y proyección externa constituyen lo que llamo el trabajo del texto. La tarea de la hermenéutica consiste en reconstruir ese doble trabajo” (Ricoeur, 2010:33-34).

Atento a lo que a partir de mediados del siglo XX se vivía en el mundo intelectual francés, esto es, los importantes y prometedores alcances del estructuralismo, Ricoeur intenta considerar a la lectura como una operación en que se realiza una interpretación del sentido del texto y, al mismo tiempo, una operación propia del ámbito del lenguaje, propia de la lingüística, que analiza las partes del texto (oración, frase, etc.).

El intento de Ricoeur de articular y resolver la disputa entre la interpretación y la explicación, termina subordinando ésta a la primera, ya que es la condición de posibilidad que la lectura tiene de crear un nuevo discurso a partir del discurso del texto: “(…) leer es, en toda hipótesis, articular un discurso nuevo al discurso del texto. Esta articulación de un discurso con un discurso denuncia, en la constitución misma del texto, una capacidad original de continuación, que es su carácter abierto.” (Ricoeur, 2010:140). El lector y el texto aparecen destinados a continuarse, a articularse. Sin embargo, el filósofo francés no avanza en problematizar la lectura como una técnica de producción de datos, porque, desde nuestra perspectiva, implicaría una ruptura que puede ocasionar leer el texto en otros términos, lo que puede pensarse como una “interpretación errónea”, ya que viola el acuerdo en “las cosas (Sachen) mismas” propuesto por el texto.  

En definitiva, una investigación bibliográfica que no plantee la lectura como una técnica de producción de datos implica eliminar al lector, lo que equivaldría a la operación teórica del Positivismo: “Al negarse a ser el sujeto científico de su sociología, el sociólogo positivista se dedica, salvo por un milagro del inconsciente, a hacer una sociología sin objeto científico” (Bourdieu, et. al., 2008:78).

Ahora bien, para que la lectura sea considerada como una técnica de producción de datos, debemos, en primera instancia, establecer la diferencia entre el acto de leer y una lectura científica. Beatriz Sarlo colabora en este primer paso, cuando afirma que se debe distinguir entre

“(…) lector, como categoría más formal y vinculada al texto, y público, como noción social y empírica. De ningún modo es posible inferir que el lector definido como aquel que realiza operaciones de construcción de sentido, puede identificarse sin más trámite con el público, definido como heterogénea audiencia real de un texto” (Sarlo, 1985:3),

o, en otras palabras, dar cuenta que la práctica de la lectura es extensiva a todos pero que en el lector, en tanto investigador científico, debe estar dirigida por una hipótesis científica que, al decir de Bourdieu, logre una ruptura con el sentido común que impera (aunque no solamente, como bien identifica el sociólogo francés) entre el público. Es el proceso de construcción de la hipótesis el que establece una operación de ruptura con el sentido común y, al mismo tiempo, el que conlleva el aporte científico. Una hipótesis

“(…) no puede ser conquistada ni construida sino a costa de un golpe de estado teórico que, al no hallar ningún punto de apoyo en las sensaciones de la experiencia, no podía legitimarse más que por la coherencia del desafío imaginativo lanzado a los hechos y a las imágenes ingenuas o cultas de los hechos” (Bourdieu, et. al., 2008:79).

Es a partir de esta afirmación de Bourdieu que la lectura se constituye como técnica de producción de datos, ya que está atada a la hipótesis científica y por ella es dirigida para identificar en los textos aquello que le interesa. Por eso, algunas de las teorizaciones sobre la interpretación se atienen al texto y colocan la posibilidad de diferentes lecturas en el plano de una ontología temporal, ya que no consideran la posibilidad de tomar al texto y utilizarlo para decir otra cuestión. Siguiendo a Bourdieu, debemos “(…) establecer una relación desfetichizada con los autores, lo que no quiere decir una relación `no respetuosa´. (…). Pienso que no se respeta suficientemente el esfuerzo de pensar cuando se fetichiza a los pensadores. Lo que es importante es el esfuerzo de pensar” (Bourdieu, 2008:12-13). De esta manera, la lectura va más allá de los textos porque parte de hipótesis que los hacen hablar, se implica en la producción de algo nuevo, es decir, del objeto de estudio.

 

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NOTAS



Sebastián Rigotti. Facultad de Ciencias de la Educación, UNER. Jefe de Trabajos Prácticos de la materia Investigación en Comunicación, Licenciatura en Comunicación Social. Doctorando en Ciencias Sociales, UNER. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

[2] Las reflexiones que siguen continúan y reiteran aquellas que se plasmaron en dos Seminarios del Doctorado en Ciencias Sociales (UNER): Lógicas y Metodologías de investigación en Ciencias Sociales –Dra. M. Eugenia Rausky- y en el Taller de Formulación de Proyectos - Dra. Lidia Rodríguez-.

[3] El vocabulario de sentido común tiende a igualar “cosas” y “objetos de investigación” o “cuestiones”. En alemán existen dos palabras para distinguirlas: Sache, para “cuestión”; Ding, para “cosa”. Cf. La naturaleza de la cosa y el lenguaje de las cosas, en Gadamer II, 2007: 71-80.

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