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Recibido 25/03/2015
Aceptado 00/04/2015

El presente articulo realizado por María Mercedes Basualdo, integrante del NACT-ECCO FACSO-UNICEN) forma parte de la tesis de grado denominada “Susurros de mi piel”, presentada en el año 2002, en la Facultad de Ciencias Sociales de Olavarría para obtener el título de licenciatura en Comunicación Social.

Dentro de lo que son las marcas artísticas sobre la piel, el tatuador se vuelve pintor frente a una tela donde diseña cuidadosamente un bello dibujo. Finalizado el trabajo, la persona ilustrada debe suministrarle cuidados a su obra, como mantenerla húmeda hasta que cicatrice y se deshinche.

El tatuaje deja de ser una obra impresa en un cuerpo para pasar a tomar vida, a partir de las miradas externas, a través de su exhibición. Posee significado para quien lo lleva en su cuerpo y a su vez produce sentidos en quien lo observa.

Raymond Williams[1] define el arte como habilidad diciendo:

“las distinciones entre arte y no-arte… (deben) entenderse tal y como son históricamente: formas sociales variables dentro de las cuales las prácticas significativas se perciben y se organizan. De modo que las distinciones no son verdades eternas o categorías suprahistóricas, sino elementos reales de un tipo de organización social” (Williams; 1981-121)

Desde esta definición, los sujetos partícipes de la práctica, perciben sus propias distinciones. Las marcas que ellos han decidido incorporar en sus vidas las definen como obras de arte que decoran sus cuerpos.

Alfredo Portillos, artista plástico, se refiere al arte diciendo: ”... Los petroglifos de Tastil son libros de artista. No confundamos nuestra ignorancia con ausencia de arte, como pasó con los europeos cuando llegaron a América. El arte está en el gesto creativo y no va a desaparecer, porque es parte del sentimiento religioso del hombre. En el próximo milenio el arte va a ser distinto, no una mera continuidad del actual. Yo rechazo la idea de estilo, en la que muchos se refugian para hacer siempre lo mismo. El arte es iniciación a algo superior que nos trasciende”.  Este artista nació en Buenos Aires en 1928. Recorrió diferentes lugares de Latinoamérica y actualmente tiene su casa taller en la Boca. Entre varias obras, instalaciones y performances que han marcado su trayectoria, actualmente lleva adelante un proyecto que comenzó en 1995 Tatuaje sobre mi cuerpo. Desde entonces diferentes artistas diseñan dibujos que su hijo va imprimiéndole. Pero la obra sólo terminará tras su muerte, cuando la piel sea separada de su cuerpo y subastada, para donar lo recaudado a la lucha contra el sida.

Así vemos cómo algunos sujetos se sirven de esta técnica para esculpirse. Los tatuajes en la piel transforman la percepción que se tiene del cuerpo, y le añaden una determinada apariencia y efecto visual, es decir, producen un sentido relacionado con la estética. Si tomamos estas imágenes como obras artísticas, estas aparecen como signos mediadores de una realidad, donde como símbolo exterior, constituye la obra-cosa, como dice Jan Mukarovsky[2].

 “La obra-cosa funciona, pues, únicamente como símbolo exterior... al que le corresponde, en la conciencia colectiva, una significación determinada... caracterizada por lo que tienen en común los estados subjetivos de la conciencia...” (Mukarovsky; 1977-36).

El tatuaje como práctica representa y caracteriza una “época” dada, en relación al contexto y lugar en el cual surge. Una “época” dada que le significa al sujeto que porta la marca.

“... el signo es un hecho sensorial que se refiere a otra realidad...”  (Mukarovsky; 1977-36).

En el caso de los tribales no son una figura o letra específica con significado explícito, sino que son líneas y curvas que se cruzan, es un decorado con formas implícitas, se refieren a algo metafóricamente. Tienen una relación indirecta con la cosa.

Es así, como en el arte aparece la antinomia entre la función del signo autónomo y la función del signo comunicativo, donde la relación entre la comunicación de la marca y la cosa designada no posee significación existencial. El sujeto puede concebir su obra como un tema referente a lo real o a lo ficticio, aunque también puede oscilar entre estos dos polos. Transmite dos realidades, el tatuaje tiene su valor existencial, cargado de sentidos para el propio sujeto, y otra realidad comunicativa, donde produce otros sentidos para quien lo percibe, de esta manera la marca  en la piel es una unidad de sentido:

“Toda obra de arte es un signo autónomo, constituido por: 1) la “obra-cosa” que funciona como símbolo sensorial, 2) el “objeto estético” que se encuentra en la conciencia colectiva y funciona en tanto que “significación”, 3) la relación respecto a la cosa designada, relación que no se refiere a una existencia especial y diferente –puesto que se trata de un signo autónomo- sino al contexto general de fenómenos sociales (la ciencia, la filosofía, la religión, la política, la economía, etc,) del medio dado... (...)... las artes “temáticas” (con contenido) tienen otra función semiológica mas, la comunicativa... la relación respecto a la cosa designada se refiere, al igual que en cualquier otro signo comunicativo, a una existencia diferente... Eso no significa que las modificaciones de la relación respecto a la cosa designada (es decir los diferentes grados de la escala “realidad-ficción”) no tengan ninguna importancia para la obra de arte. Funcionan como factores de su estructura”  (Mukarovsky; 1977-40).

El autor marca la diferencia entre comunicación como “contacto semiótico a través del lenguaje” y significación como “contacto semiótico a través de signos cuyas unidades discretas no son elementos del lenguaje”. La marca en la piel comunica una imagen cuya significación varía según quién lo perciba. Para el sujeto que porta la marca, la cual lo implica, tiene un contenido; y para el sujeto que no participa de la práctica tiene otra visión de la cosa. En ambos casos, desde sus propias experiencias,  cada uno carga de sentido esa percepción. Es así como lo estético tiene su impacto:

“El adjetivo estético, al margen de sus usos especializados en las discusiones sobre arte y literatura, es hoy de uso común para referirse a cuestiones de apariencia y efectos visuales. (…)... estético, con sus referencias especializadas al arte, la apariencia visual y la categoría de lo que es “bello” y “hermoso”, es una formación clave en un grupo de significados que a la vez destacan y aíslan la actividad sensorial subjetiva como fundamento del arte, y la belleza en cuanto se distingue, por ejemplo de las interpretaciones sociales o culturales. Es un elemento de la escindida conciencia moderna del arte y la sociedad: una referencia más allá del uso y la valoración sociales que, como un significado especial de cultura, pretende expresar una dimensión humana que la versión dominante de sociedad parece excluir...” (Raymond Williams[3]; 2000, 125)

La función estética se manifiesta en un contexto determinado, donde sus límites aparecen como difusos. Pero al trasladar la práctica del tatuaje a un espacio y un tiempo determinado, la función estética cambia. Es decir, las marcas en la piel no poseen la misma función en Japón, como tampoco en China, donde prevalece la tradición y la herencia familiar, como tampoco en nuestro país. Ya que esta práctica se resignifica y los sentidos pueden variar hacia una cuestión de belleza, como moda, hasta la denuncia social.

Muchas veces en esta experiencia la función estética e incluso la función extraestética no aparecen como dominantes, sino como secundarias: en el caso por ejemplo del tatuaje japonés donde el valor principal es su tradición o la historia que cuenta una imagen al tapar una cicatriz, donde la función extra estética  prevalece mas allá de la estética. También, dejan de ser dominantes, cuando aparecen como función erótica, función decorativa, comunicativa, ritual, etc. Relacionada con esta última función, actualmente encontramos testimonios que dan cuenta de casamientos simbólicos a través de marcas en la piel diseñadas por los protagonistas de dicho acontecimiento. Debemos tener en cuenta que la propia práctica implica un ritual.

“...la función estética compite con la función simbólica, es decir, con una variante de la función comunicativa”.  (Mukarovsky; 1977-52).

El predominio de la función estética viene desde el exterior, no sólo es creación del propio sujeto tatuado, sino que surge como componente de la relación entre la comunidad a la cual pertenece y el mismo sujeto.

“1. La función estética puede convertirse en un factor de diferenciación social en los casos en que una cosa ( o un acto) determinada tiene una función estética en un medio social, pero no la tiene en otro, o cuando en un medio social tiene una función estética menos acentuada que en otro. (...)

2. la función estética como factor de la convivencia social, se manifiesta por sus características fundamentales.... la función estética consiste en dirigir la máxima atención sobre un objeto dado... El poder aislador de la función estética –o mas bien de su capacidad de llamar la atención sobre una cosa o una persona- convierte la función estética en un acompañante importante de la función erótica; por ejemplo la ropa, sobre todo femenina, en la que a veces estas funciones se unen hasta resultar indistinguibles una de otra.

Otra característica significante de la función estética es el placer que provoca. De aquí se desprende la capacidad de facilitar los actos a los que la función estética se adjunta en tanto que función secundaria, o también la capacidad de intensificar el placer relacionado con estos actos... la tercera característica especial de la función estética, condicionada por el hecho de que ésta se une ante todo a la  forma de una cosa o de un acto: es la capacidad de suplir otras funciones, de las que el objeto (cosa o acto) ha sido privado en el transcurso de su evolución. De lo cual desprende el frecuente matiz estético de los anacronismos, ya sean materiales ( por ejemplo ruinas, trajes regionales de los lugares donde las demás funciones, como la función práctica, mágica, etc., han perdido su sentido), o inmateriales ( por ejemplo distintos ritos)..... la función estética, al suplir las otras funciones, se convierte a veces en un factor de economía cultural, en el sentido de que conserva las creaciones y las instituciones humanas que habían perdido sus funciones originales, prácticas, para tiempos posteriores en que puede surgir la posibilidad de que se las vuelva a utilizar, atribuyéndoles entonces de nuevo otra función práctica”  (Mukarovsky; 1977-58).

Analizando detenidamente la práctica del tatuaje, y más concretamente los materiales con relación a la función estética, hay una norma estética que rige de manera rigurosa, esto permite observar las diferencias entre las marcas. Debemos tener en cuenta que, como toda norma, es susceptible de ser violada. Por ejemplo, según la marca que un sujeto desee hacer sobre su cuerpo, los tatuajes que denominamos convencionales se realizan  con una cantidad determinada de agujas, con colorantes vegetales y a través de máquinas eléctricas, las cuales dan precisión y un acabado perfecto; esto se contrapone a los denominados escrachos o tumberos, en los cuales se utilizan herramientas precarias o caseras, se trabaja con tinta china, que le da al dibujo o a la inscripción un color azulado, y sus líneas son gruesas.

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A su vez la norma estética se sustituye por otras normas, quizás con más presión simbólica sobre los sujetos, por sustraerse de la conciencia colectiva como es la norma moral. Esto crea otra visión si además se difunde desde un medio de comunicación. Como por ejemplo cuando algunos relatores de fútbol hablan de la violencia de los barra bravas y dicen que estos personajes tatuados no deberían entrar a la cancha.

“...será necesario concebir la norma estética como un hecho histórico, es decir, tomar como punto de partida su variabilidad en el tiempo. Es la consecuencia necesaria de su carácter dialéctico... Por eso la norma estética manifiesta una variabilidad temporal común con otros tipos de normas: cada norma cambia tan solo por el hecho de ser aplicada repetidamente y tener que adaptarse a las tareas exigidas por la práctica” (Mukarovsky; 1977-64).

En el arte, al violarse la norma estética se produce un efecto diferente. En el caso del tatuaje la norma estética de la pintura cambia de soporte, donde la piel marcada produce un efecto de rechazo o de contemplación agradable de ese sujeto. Como cuando observamos un cuadro en una exposición. Con la diferencia de que nosotros nos trasladamos hacia la exposición, en cambio el sujeto tatuado lo chocamos en la vida cotidiana, ya que es él quien se traslada. La norma se altera de manera intencional por el propio sujeto, cuya marca se vuelve significante en el espacio público.  La transgresión  aparece en esa frontera difusa que presenta la relación entre la norma antigua y la que se impone a través de la práctica contra las normas dominantes.

Aquí aparece la antinomia entre el mal gusto y el buen gusto, donde el primero se manifiesta frente a nuestra percepción en desacuerdo con la norma estética que tenemos incorporada, por ejemplo la diferencia entre el tatuaje artístico y el tumbero o escracho.

“... el placer estético, precisamente cuando debe alcanzar la máxima intensidad, como la que se logra en el arte, necesita el desagrado estético como contraste dialéctico.... El valor artístico es indivisible; también los componentes que producen el desagrado se convierten, dentro del conjunto de la obra, en elementos positivos, pero solamente dentro de la obra: fuera de ella y de su estructura, volverían a tener un valor negativo” (Mukarovsky; 1977-67).

Para que exista el placer estético frente a una imagen debe existir un desagrado, lo cual refuerza el placer. La obra en la piel, como toda obra artística posee algo que la une al pasado y algo que tiende al futuro, donde lo que percibimos forma parte del presente, y representa esa tensión entre la norma instituyente  y la norma impuesta.

 En la esfera extra artística, la norma estética penetra en la realidad cotidiana, pero bajo otros valores. Esto se observa en la moda, donde el valor predominante es el valor económico. El tatuaje puede tener una función social, política o erótica, pero esa marca posee una inversión económica determinada. Este valor se expresa en la misma imagen, donde la figura con colores vivos o neutros, prolijamente trabajada con líneas finas, con luces y sombras, tiene más valor económico que las marcas desprolijamente guiadas por el pulso. El valor de la obra cambia según el  escenario, es decir, no es lo mismo la exhibición que se realiza del cuerpo tatuado en la calle, en el parque o en una pasarela.

En la esfera extraestética la norma se manifiesta a través de la misma producción, la exhibición, el material, los gustos y la ejecución de la práctica.

Las normas estéticas sufren un movimiento continuo. Esta experiencia del tatuaje no es de ahora, sino que se remonta hacia el pasado.  Y estas reglas han ido cambiando hasta nuestros días, donde las marcas  en relación a la propia práctica han sido medianamente aceptadas. Relacionado con esta variabilidad de la norma Muckarovsky dice:

“ Los portadores de la norma mas reciente (en tanto que creadores artísticos y en tanto que público) pueden pertenecer a la juventud que esta en la oposición –a veces no solo estética- respecto a la generación adulta que esta realmente en el poder, y que sirve de modelo a las clases inferiores. Otras veces los portadores de la norma de vanguardia son individuos que han entrado en contacto con la clase dominante no por nacimiento, sino por educación, procediendo ellos mismos de capas inferiores... en la clase dominante misma surge al principio una oposición contra la nueva norma y solo después de la atenuación de dicha oposición esta puede convertirse en la norma de la clase realmente dominante” (Mukarovsky; 1977-75).

La función estética puede aparecer para ocultar otras funciones que la sociedad no tolera,  por ejemplo la norma ética.

El arte es la esfera del valor estético. Cuando varía el objeto es usual que varíe su valor, de esta manera, con el tiempo una misma imagen puede poseer un valor positivo o negativo. Por ejemplo tatuarse la inscripción o el retrato de Diego Maradona, quien observa, según sus experiencias y la época,  puede cargar la imagen con  valoraciones positivas o negativas. Es decir, se puede admirar la imagen como un homenaje a un gran futbolista y deportista excepcional, o se lo puede valorar como un sujeto vinculado a transgresiones que van contra los cánones establecidos por la sociedad.

“...Mientras fuera del arte el valor esta subordinado a la norma, aquí la norma esta subordinada al valor: fuera del arte, el cumplimiento de la norma es sinónimo del valor; en el arte la norma es violada con frecuencia, y aun cuando es mantenida, su cumplimiento es un recurso, no un objetivo... En cambio, la valoración estética estima el fenómeno en toda su complejidad, puesto que todas las funciones y valores extraestéticos se conciben como componentes del valor estético .... la valoración estética concibe la obra de arte como un conjunto (una unidad) cerrado y actúa de manera individualizante; el valor estético en el arte se manifiesta como único e irrepetible.” (Mukarovsky; 1977-80).

El valor del tatuaje como obra es eterno, pero ésta permanencia es un proceso, no un estado. Este proceso se manifiesta en los diferentes desacuerdos, a través de discursos que se generan frente a ésta práctica y en los diferentes gustos que surgen en el mercado artístico.

“... además del arte creado con la intención de que su duración y su validez sean lo mas prolongadas posibles, existe también el arte determinado, ya por la intención del artista, a una validez pasajera, es decir, creado para el ‘ consumo’... En el arte plástico la pretensión a la durabilidad de un determinado valor artístico se manifiesta frecuentemente por la elección del material... El arte de ‘consumo’ esta, pues, en continua oposición al arte ‘ duradero’”. (Mukarovsky; 1977-82)

El movimiento del valor estético se da por la transformación de la estructura artística y los cambios de la convivencia social, frente a una imagen donde predomina la función estética cambia la esencia comunicativa, donde el receptor puede llegar a cuestionarse lo que percibe y se lo puede comunicar al sujeto tatuado, esta situación puede variar la relación con respecto a la realidad.

“ La transformación de la relación auténtica obra-signo constituye, pues, al mismo tiempo su atenuación y su fortalecimiento. La relación se atenúa en el sentido de que la obra no alude a la realidad descrita directamente por ella, y se refuerza de manera que la  obra artística en tanto que signo adquiere una relación indirecta (figurada) respecto a los hechos importantes de la vida del receptor y mediante ellos respecto al conjunto de valores representado por el universo entero del receptor”  (Mukarovsky, 1977-89-90)

El color de un tatuaje posee una cuota llamativa frente a la perceptual. Frente a un cuerpo marcado, la mirada es atraída por ese dibujo, donde se reconocen los diferentes pigmentos que pintan la piel.

“La calidad del color tiene que ver también con la relación del color respecto al espacio; el hecho conocido de que los colores ‘calientes’ salen aparentemente al primer plano y los ‘ fríos’ al segundo, tiene un alcance no solo óptico, sino también semántico (significativo)”  (Mukarovsky; 1977-93)

Llevar impresa una imagen o inscripción en la piel implica para el sujeto una postura ante la sociedad, ante la vida. La obra artística en el cuerpo, es un signo, que al exhibirse funciona como intermediario de la realidad. La imagen es un hecho social donde la posición del sujeto frente a esa cotidianidad esta también predeterminada por las relaciones sociales del propio sujeto. Esta postura es la fuente de la valoración, donde cada componente de la obra en un contexto determinado se transforma en portador de valores extraestéticos. En una misma imagen pueden convivir varios de estos valores,  por ejemplo puede haber un valor descriptivo, con uno admirativo, con otro positivo, etc. Esto nos demuestra que los valores extraestéticos son un conjunto dinámico. El receptor aborda la imagen con su propio sistema de valores y su postura puede diferir frente a lo percibido. Esto tiene que ver con los modos de recepción que se desprenden de la práctica como sistema de comunicación.

“...el objetivo directo de la valoración estética actual no es el artefacto artístico ‘material’, sino el ‘objeto estético’ que es su reflejo y correlativo en la conciencia del receptor. A pesar de esto, el valor estético objetivo (es decir independiente y duradero) tiene que ser buscado, si es que existe, en el artefacto material, el único que dura sin cambios, mientras que el ‘objeto estético’ es variable, siendo determinado no solo por la construcción y por las características del artefacto material, sino también por el estadio evolutivo correspondiente de la estructura artística inmaterial” (Mukarovsky; 1977-98)

El valor estético objetivo se debe buscar en el artefacto material, es lo duradero, es decir, es la inscripción en la piel. En cambio el objeto estético es variable, no solo esta construido por un material determinado sino, desde lo simbólico, por la misma producción de sentido y los diferentes significados que se vuelcan en esa percepción.

El valor estético, globalmente hablando, actúa en la postura emocional como regulador del comportamiento y del pensamiento del sujeto.

Esto se vincula con el consumo de imágenes corporales que se sirven de la técnica, lo cual provoca una percepción diferente del cuerpo y del sujeto que las exhibe. Walter Benjamin[4], dice:

“ Incluso en la reproducción mejor acabada falta algo: el aquí y ahora de la obra de arte, su existencia irrepetible en el lugar en que se encuentra... (...) El aquí y ahora del original constituye el concepto de su autenticidad” (Benjamín; 1973, 20-21)

El aquí y ahora de la práctica se desdibuja frente a las técnicas originales. Pero tiene su propio aura ya que se produce en otro contexto espacio-temporal, con lo cual se resignifica volviéndose auténtica en sí misma.

Actualmente la práctica se sirve de máquinas que permiten reproducir figuras en el cuerpo con mayor rapidez, pero esto no hace perder su momentos presente del aquí-ahora.

Si comparamos la pintura de un cuadro y la marca en la piel, aparece la diferencia. Tanto para el pintor como para el tatuador, y el sujeto partícipe de la práctica, el aura aparece en ese instante de creación. El cuadro es un objeto exterior al pintor, al igual que la imagen para el tatuador, mientras que para el sujeto partícipe esa marca es permanente, lleva ese aura en la piel a través de su propia experiencia. Quienes ofician de espectadores, en ambos casos no perciben el instante de esa producción.

Mientras el aura es la creación en un momento determinado, vivenciado por el sujeto que expone su piel y por quien la marca, ese momento es desplazado por la imagen ya terminada, es una manifestación de la lejanía. Ese instante que ya no vuelve.

“... en el concepto de aura, podremos decir: en la época de la reproducción técnica de la obra de arte lo que se atrofia es el aura de ésta...-la técnica reproductiva desvincula lo reproducido del ámbito de la tradición. Al multiplicar las reproducciones pone su presencia masiva en el lugar de una presencia irrepetible. Y confiere actualidad a lo reproducido al permitirlo salir, desde su situación respectiva, al encuentro de cada destinatario...” (Benjamin; 1973-23)

La percepción supera lo irrepetible. Es en el rito de la práctica donde la obra en la piel tiene su valor original y único. A través de la recepción de la obra, el acento se pone en su valor cultural, como experiencia vivida, o en su valor expositivo.

“ ... En los tiempos primitivos, y a causa de la preponderancia absoluta de su valor cultural, fue en primera línea un instrumento de magia que solo mas tarde se reconoció en cierto modo como obra artística; y hoy la preponderancia absoluta de su valor exhibitivo hace de ella una hechura con funciones por entero nuevas entre las cuales la artística –la que nos es consciente- se destaca como la que mas tarde tal vez se reconozca en cuanto accesorio”. (Benjamín; 1973-30).

El valor cultural del tatuaje reside en su culto al recuerdo, a ese instante inolvidable, donde viene a la memoria las razones de esa imagen, el recuerdo de seres queridos o de esa época o lugar. La re-productibilidad técnica ha modificado la relación del sujeto con el contexto, a través de la apropiación del arte. El gusto por mirar y vivir cuestiones convencionales no se critica, mientras lo nuevo es susceptible de opiniones encontradas.

La práctica de marcado sobre la piel muchas veces se ha criticado de manera negativa, con adjetivos peyorativos. Cuando aparece sobre las pasarelas de moda, surge la novedad y las criticas negativas empiezan a retroceder, de esta manera se fortalecen las positivas, como una experiencia original. Con el tiempo, a medida que disminuye su importancia conviven las dos críticas, por un lado como práctica desagradable y por el otro como una cuestión de belleza. Actualmente esta actividad no ha disminuido, sólo que no se vive con ese furor que prevaleció hace dos años atrás.

Debemos reconocer que hubo modificaciones sociales que prepararon el terreno, como por ejemplo los tatuajes orientales, pasando por las marcas carceleras, marineras, maorí, etc., para la recepción en la actualidad de esta nueva forma de expresión artística.

La obra de arte, esa habilidad marcada sobre la piel, impacta con el destinatario, donde su exhibición en diferentes escenarios, actúa como imán frente al espectador. La contemplación de la imagen en ese sujeto, es un disparador de ideas relacionadas con la percepción de ese cuerpo. La contemplación puede quedar vencida por la costumbre, al hacer de la exhibición del cuerpo tatuado un acto cotidiano y natural.

“...las tareas que en tiempos de cambio se le imponen al aparato perceptivo del hombre no pueden resolverse por la vía meramente óptica, esto es por la de la contemplación. Poco a poco quedan vencidas por la costumbre (bajo la guía de la recepción táctil)” (Benjamín, 1973-54)

Los signos sobre la piel expresan, diferencian, poseen una fuerte carga ideológica donde los sujetos marcados crean una relación comunicativa más allá de las palabras. De esta manera esas imágenes se transforman en signos mediadores. Según Raymond Williams[5]:

“... idea de “reflejo” -según la cual las obras de arte encarnan directamente  el material social preexistente- es modificada o reemplazada por la idea de “mediación”.

La mediación puede referirse en primer lugar a los procesos necesarios de composición, en un medio específico; como tal, indica las relaciones prácticas entre las formas artísticas y sociales... Pero en sus usos más comunes se refiere a lo indirecto de la relación entre la experiencia y su composición. La forma de este carácter indirecto se interpreta de manera variable... a) como una mediación por proyección:  un sistema social arbitrario e irracional no se describe directamente, en sus propios términos, sino que se proyecta, en sus aspectos esenciales, como extraño y ajeno; b) como una mediación a través del descubrimiento de una “correlación objetiva”: se compone una situación y unos personajes para expresar, de una manera objetiva, los sentimientos subjetivos o reales –una culpa inexplicable- de los cuales proviene el impulso original para la composición ; c) como mediación en tanto que función de los procesos sociales fundamentales de la conciencia, en la cual ciertas crisis que no pueden aprehenderse directamente se “cristalizan” en ciertas imágenes y formas artísticas directas, imágenes que por consiguiente iluminan una condición básica (social y psicológica)...” (Williams; 1981-23).

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La comunicación visual entre los sujetos marcados, prevalece como una expresión que diferencia, como mediación entre los recuerdos, las experiencias y las relaciones sociales. Por ejemplo casos que se presentaron en el programa televisivo Sorpresa ½[6], en canal 13. Uno de ellos es el testimonio de hermanos distanciados que se reconocieron en una playa a través de la imagen tatuada en la piel, porque, como lo expresaron en su momento no hay marcas iguales en todo el mundo. Narrativas de la piel que se vuelven significantes al interpelar la mirada del otro.

                                                                                                                   María de las Mercedes Basualdo

Especialista en Ciencias Sociales.NACT-ECCO FACSO UNICEN

 



[1] Williams, Raymond: Cultura. Sociología de la comunicación y el arte.  Edic. Piadós. Barcelona-Bs. As. 1981.
[2] MUKAROVSKY, Jan. Capt 1: “El arte como hecho semiológico” (1934);  Capt. 2: “función, norma y valor estético como hechos sociales” (1936) en Escritos de estética y semiótica del arte Editorial Gustavo Gili, S. A., Barcelona 1977.
[3] Williams, Raymond: Palabras Claves. Un vocabulario de la cultura y la sociedad. Ediciones Nueva Visión SAIC. Buenos Aires. 2000
[4] Benjamín, Walter: “La obra de arte en la época de la reproductibilidad”. En Discursos Interrumpidos. Madrid. Taunus. 1973.
[5] Op. Cit
[6] Programa conducido por Julian Weich y Maby Wells. Emitido los días domingos a las 20 horas, entre 1996 y 2002.

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