Intersecciones en Comunicación 12 (1)  2018 - ISSN-e 2250-4184 - Copyright © Facultad de Ciencias Sociales - UNCPBA - Argentina

¿ES POSIBLE CONTAR EL DOLOR? CRUCES TEÓRICOS ENTRE LA COMUNICACIÓN Y EL GÉNERO PARA EL ABORDAJE DE EXPERIENCIAS DOLOROSAS

María Rosaura Barrios • Doctora en Comunicación. Docente e investigadora de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Universidad Nacional de Misiones. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Recibido: 30/04/18 - Aceptado: 14/06/18

URI:https://www.ridaa.unicen.edu.ar/xmlui/handle/123456789/2314

RESUMEN

Este artículo es una propuesta reflexiva para el abordaje de experiencias dolorosas que involucran al abuso sexual en niños, niñas y adolescentes. Si bien el tema obligó a revisar los cruces disciplinares, esta propuesta teórica busca sostener análisis de relatos que involucren el dolor a partir de una experiencia. El cruce entre estudios de género y de comunicación buscan construir una propuesta capaz de resistir las fugas que se presentan a la hora de analizar cuestiones como estas. A partir de estos cruces surgen dos categorías analíticas para el estudio de estos relatos que tienen cómo núcleo principal el dolor.

Palabras Clave:Comunicación; Género; Experiencias Dolorosas.

Abstract

It´s possible to share the pain? Theoretical crossings between.Communication and Gender for the approach of painful experiences. This article is a reflexive proposal for dealing with painful experiences that involve sexual abuse in children and adolescents. Although the subject forced to review the disciplinary crosses, this theoretical proposal seeks to sustain analysis of stories that involve pain from an experience. The crossing between gender studies and communication seeks to build a proposal capable of resisting the leaks that arise when analyzing issues such as these. From these crosses arise two analytical categories for the study of these stories that have as main core pain.

Keywords: Comunication; Gender; Painful Experiences.

INTRODUCCIÓN

El presente artículo busca proponer dos cruces teóricos para el estudio de problemas que involucren la enunciación de experiencias dolorosas en contextos de estudios interdisciplinares en población infanto-juvenil. Por un lado, los Estudios Culturales en Comunicación y, por el otro, los Estudios Poscoloniales de Género. Esta propuesta nace de la necesidad de pensar categorías analíticas que den cuenta del problema de la enunciación de experiencias entendidas como “traumáticas” por la psicología, en determinadas situaciones comunicativas. El objetivo es la construcción de una malla teórica fuerte, rigurosa pero a la vez sensible de hacer concesiones con otras disciplinas científicas como la psicología, la criminalística, el trabajo social en cruce con la estructura legal para un abordaje no solo más completo sino dialógico (Bajtin, 1998).

La estructura del artículo propone categorías analíticas que ponen en tensión estos dos cruces teóricos y tomaremos para el análisis los conceptos de Experiencia- que deviene de los estudios poscoloniales y de género/sexualidad (Mohanty, Scott, Haraway) -entendida como centralidad epistemológica y como espacio necesario de habitar para la construcción del conocimiento. Y el concepto de Narrativas, con cierta tradición en los estudios en Comunicación, que para este trabajo será entendido como materialidad simbólica, como aquello que da forma al mundo real y es una matriz para pensar y formular los relatos (Bruner, 2003/2013) como una de las formas primordiales de mediación y modelación de la experiencia que opera en la elaboración de los formatos (García, 2004). Estos conceptos son pensados en tensión con estas dos perspectivas que facilitarán el mapa analítico (o de preguntas) para pensar: desde los Estudios Culturales (EC) la pregunta por el otro y esta idea de cultura como la arena para localizar las disputas por el sentido (Martín Barbero), en tensión con los planteos desde los estudios de género y sexualidad por las condiciones de enunciación/producción del conocimiento, la utilización o no del plano experiencial para la producción del saber y la ubicación jerárquica en el esquema de decisiones. Por otro lado, veremos cómo los EC se montan sobre esta misma idea de construcción del conocimiento a partir del lugar de enunciación, porque la conciencia real de los lugares dentro de la escala jerárquica social contribuye en gran medida a la precisión de la mirada crítica.

Nos proponemos no solo el desafío de un diálogo interdisciplinar para el abordaje de problemas específicos, sino la capacidad y plasticidad que tienen la comunicación y los estudios de género como disciplinas sensibles de articular con otros estudios y complejizar aún más las preguntas de investigación.

CRUCES TEÓRICOS. GÉNERO Y COMUNICACIÓN

Los Estudios Culturales en Comunicación aportan una mirada crítica y deconstructiva de la noción misma de identidad como “lugar sustantivo de autenticación” o como entidad pre-constituida distintivamente que ubicaría casi automáticamente en el mapa jerárquico a los/as sujetos. Este gran paraguas teórico nos direcciona hacia reflexiones que tienen que ver con el campo de la comunicación, en esta práctica del deconstruir los lugares y espacios de poder, es en este desplazamiento o complejización de la reflexión donde nos ubicaremos. Todas las reflexiones que tienen que ver con incorporar los propios lugares de enunciación a los materiales de estudio y el cruce con el estudio de narrativas son los aportes que contribuyen a pensar el problema. De hecho, los procesos comunicativos no podrían ser pensados por fuera de los contextos que los cobijan, si seguimos en esta línea de estudio, todo proceso de comunicación significa y tiene sentido en la medida que se lo piense y entienda en cada situación. No es posible identificar prácticas o procesos que no signifiquen (Maidana, Silva, Carratini, Alfaya, 2006) todo lo que realizamos comunica y si comunica posee valoración. La valoración va a depender de normativas, reglas y convenciones locales que no solo regulan y encauzan las prácticas comunicativas en determinados contextos, sino que determinan el sentido que adquieren en ese momento histórico. Entender el funcionamiento de estas lógicas que regulan y encauzan las prácticas es una puerta de acceso a la comprensión de estos procesos que se muestran, en principio, oscuros y truncos.

Por otro lado, los Estudios de Género y Sexualidades con su crítica a toda categoría normativa y su capacidad de deconstruir los lugares de enunciación de las mismas reflexiones nos posibilitan el concepto de Experiencia, entendida no sólo como material sensible de ser incorporado a los análisis, sino como lugar para habitar el saber y como posibilidad de comprender la estructura social.

Lo que nos interesa de ambas perspectivas es la desconstrucción de nociones comoidentidad y experiencia y su empalme, o ubicación en mapas superpuestos, para dar cuenta de las condiciones de enunciación/ producción de estos relatos. Ambas perspectivas cuestionan y ponen en tensión los lugares de enunciación de los relatos convirtiéndolos en experiencias narrativas (Barrios, 2016) lugares dónde el sujeto termina de vivir la experiencia corporal. De allí la centralidad epistemológica de la experiencia que habilita las preguntas por los lugares de enunciación del mismo investigador y por las condiciones de producción de estos análisis: ¿Es el estatuto sensible del investigador material pertinente para el análisis?

Con estos cruces, no solo nos interesa acceder a la experiencia narrativa sino el abordaje metodológico específico que construimos a partir de estas perspectivas teóricas con la tensión puesta en la experiencia analítica del investigador en relación al campo. Para estos estudios la identidad pasa a ser arena de lucha por los sentidos pero estas luchas no se dan de manera aislada, sino ancladas, ubicadas, trazando fronteras, estableciendo límites porosos. Ambas perspectivas nos alertan, por un lado, la necesidad de contextualizar los análisis y en esta contextualización de las reflexiones, la experiencia como parte de los materiales de análisis, como única “escapatoria” a las trampas del subjetivismo (Haraway); y por el otro, en este cruce entre condiciones de existencia y la producción del relato.

ESTUDIOS CULTURALES EN COMUNICACIÓN

Los Estudios Culturales en comunicación, no entienden a la identidad como “lugar sustantivo de autenticación” o como entidad pre-constituida distintivamente que ubicaría casi automáticamente en el mapa jerárquico a los/as sujetos. Los EC (Estudios Culturales), lo que vienen a desarticular es esta definición de identidad como estable, autosuficiente, que da cuenta de una sociedad pre-establecida en casilleros particulares para cada grupo o sector social, como lugares formales de reconocimiento. Otro aporte que realizan estos estudios -y del que nos valemos para empezar a estirar de nuestro ovillo analítico para pensar preguntas- es, la articulación entre las distinciones culturales (de edad, etnia, sexo/genérica) con las condiciones de vida como ser la desigualdad social, la pobreza, la exclusión. Esta articulación y análisis nos permitirá ver qué condiciones de acceso (o no) poseen estos sectores con respecto a la toma de decisiones sobre sus condiciones de existencia (Elizalde, 2008). Así y con estos cruces, entendemos a las identidades como espacios de lucha que cruzan las experiencias de los sujetos con sus condiciones no solo de existencia material sino de percepción de esa experiencia a través del lenguaje (Rodríguez, 2010).

“Tanto los planteos de Gramsci ligadas a la hegemonía como a las prácticas culturales influyeron notablemente en estudiosos inscriptos en la llamada nueva izquierda europea. Una cantidad de fenómenos incentivaban la necesidad de nuevos planteos en el marco del pensamiento socialista” (Entel, 1993, p. 145). ¿Cómo y por qué estudiar a los sectores protagonistas de la revolución? ¿Pueden las estructuras macro explicar los comportamientos cotidianos? ¿Cómo estudiar la cultura de la massmediación?

Al término de la Segunda Guerra Mundial en la década del ´50, en la Inglaterra industrial, la institucionalidad de estos nuevos debates y preguntas fueron en la Universidad de Birmingham con el Centre for Contemporany Cultural Studies (CCCS) en 1964. Fueron los intelectuales de este nuevo paradigma quienes discutieron sobre/desde el término “cultura” con una mirada amplia, antropológica, desplazada del vínculo cultura- nación a un enfoque de la cultura de los grupos sociales. Si antes las manifestaciones o prácticas comunicativas referidas sólo a las elites (la pintura o determinados estilos de música como el clásico, por ejemplo) eran las únicas merecedoras de ser consideradas como cultura, con este movimiento o desplazamiento reflexivo, toda práctica comunicativa o de intercambio de sentidos va a ser considerado como cultura. Esta nueva concepción acerca de lo que se considera cultura -según Mattelart y Neveu (2004)- se debe a tres factores: en primer lugar a la aparición de una nueva camada de estudiantes universitarios que gracias a la democratización de la universidad se convirtieron en primera generación en acceder a estudios superiores. Este sector estudiantil trae consigo todas las experiencias que el sector popular, obrero y trabajador carga consigo, es un bagaje de experiencias nuevas que jamás ingresó al recinto universitario y en ese momento significó de un valor epistemológico más que valioso. Nuevos relatos, miradas, experiencias vitales y perspectivas empezaron a circular por esos pasillos. Su ingreso como jóvenes profesores/as e investigadores/as de la universidad trajo como consecuencia la puesta en crisis de las jerarquías académicas y materias que trabajaron históricamente en el análisis de lo que hasta ese momento se consideró como producción cultural. ¿Por qué las prácticas juveniles no podían ser parte de materiales sensibles de ser estudiados? Lo popular aparece con fuerza y se instala como categoría analítica deconstruyendo y posicionando nuevas experiencias merecedoras de ser analizadas en contexto. Esta revuelta reflexiva encontró eco en otros países, convirtiendo a Birmingham en foco de importación conceptual y reflexiva, este fue el tercer factor que ayudó a consolidar como corriente de estudios a los EC. De pronto las prácticas comunicativas de obreros, jóvenes o sectores populares pasaron de un altillo o sótano al ojo de estos intelectuales que los consideraban igualmente merecedores de pensarlos.

El anclaje fue político y el eje empezó a girar en torno a las prácticas de distintos colectivos considerados como el “under” de la sociedad (y en especial a los sectores populares) como productores de prácticas culturales: ¿mediante qué formas y prácticas dan respuesta y rechazo al orden social? O, a la inversa, ¿cómo adhieren a esas relaciones de poder? (Mattelart y Neveu 2003/2011). Todos los miembros del CCCS compartían la misma fascinación por aquellos temas y problemas que la academia tradicional consideraba como “un pintoresco vanguardismo”, aquellos que no valía la pena investigar, esos temas guardados en algún cajón olvidado, temas que no estaban dentro de la agenda y los intereses del establishment universitario de aquel entonces. Esta perspectiva, que dialoga y critica fuertemente al marxismo ortodoxo vía una relectura de Antonio Gramsci, considera a la cultura como materialidad. Como una compleja, inacabada trama de prácticas tanto materiales como simbólicas que, articuladas a condiciones sociales y políticas de producción, presentan luchas por la producción de sentidos. Para esta concepción de la cultura, la misma no se impone total, neutra o pasivamente sino que es una trama compleja de sentidos que producen efectos, acciones, respuestas. En este sentido, el interés de los estudios culturales son las prácticas cotidianas de determinados sectores en el contexto de vida cotidiana, ¿qué sentido le dan a estas prácticas? Esas prácticas pequeñas, mínimas, cotidianas significan y tienen sentido en ese contexto, ese anclaje no solo temporal sino espacial dentro de la escala social tiene gran relevancia en la búsqueda de sus significados. ¿Qué sentidos le atribuyen a sus prácticas? Y la mirada puesta en los contextos de enunciación de estas prácticas y su relación dentro de la escala social es, quizás, el aporte más importante que desde los estudios culturales pueden dar a trabajos en comunicación y género. La pregunta por el otro y toda la dimensión política que habilita la mirada desde los estudios culturales significa poner sobre la mesa las propias demandas del investigador y sus intereses.

Vamos a ver como el cruce de ambas perspectivas habilita a pensar la construcción de un conocimiento situado que empiece a preguntarse por los estatutos sensibles, personales y propios de cada investigador y su disciplina científica y en diálogo constante con su entorno.

La práctica del contar tiene un sentido que no puede ser percibido o analizado si no es posicionado y visto en condiciones de producción (y recepción) específicas. Ese contar/relatar significa “algo” para los sectores involucrados. Y ese “significar algo” es lo que nos interesa reconstruir a partir de esta propuesta cruzada.

ESTUDIOS DE GÉNERO Y SEXUALIDAD.
LOS ESTUDIOS POSCOLONIALES DE GÉNERO

Por otro lado, y dentro de los estudios de género y sexualidad, los Estudios Poscoloniales de Género -o los feminismos de la tercera ola- que dan cuenta de los debates por la deconstrucción de la categoría de “mujer”. Las mujeres de color instalan sus discusiones y parten de señalar y acusar al feminismo occidental como igualmente avasallante e invisibilizador que aquello que denuncian: el patriarcado (Bidaseca, 2012). ¿Existe la mujer como tal? Se cuestiona Butler (1999) el movimiento feminista dio por hecho el empalme de cierta identidad común entendida bajo la categoría de “mujeres”, no solo esto sino que calibró intereses y metas al interior de ese gran conjunto que es el movimiento feminista sin reparar en diferencias y desigualdades propias de la diversidad.

Tal como define Elizalde (2013) “[…] (la) identidad como instancia de identificación, posicionamiento y antagonismo, lo cual supone pensarla como terreno de lucha por el sentido político de sus términos, y como una instancia procesual, un permanente estar siendo y haciéndose en la cultura.” Esto es, la identidad como lugar legítimo para la construcción de un conocimiento situado, específico. Si de algo nos sirven las herramientas analíticas que los feminismos poscoloniales ofrecen es para cuestionar la misma norma en la que se instalan. La relevancia de la experiencia de las mujeres de color sirvió para criticar todo un sistema que se autopercibía como transgresor, diferente y disruptivo, la reflexión situada, política y experiencial puso en jaque aquello que se postulaba como diferente y alternativo de un sistema patriarcal opresor. Entonces, ¿es posible extraer algún tipo de saber de la experiencia y utilizar ese mismo insumo como reflexión metodológica para el estudio comunicacional de relatos de experiencias dolorosas?

“Cualquier discusión sobre la construcción intelectual y política de los feminismos del tercer mundo debe tratar dos proyectos simultáneos: la crítica interna de los feminismos hegemónicos de ´Occidente´, y la formulación de intereses y estrategias feministas basados en la autonomía, geografía, historia y cultura.” (Mohanty, 2008: 117)

El primero de los proyectos a lo que refiere trata de cuestionar y deconstruir todo lo señalado por el feminismo de Occidente hasta ese momento, y lo segundo es construir y repensar nuevas categorías ancladas en un espacio y tiempo, inmersa en la red de sentidos que determinan las condiciones de producción de esos conceptos. Los feminismos de la tercera ola nacieron así, al calor de las críticas a la categoría misma de “mujer” pensada como sujeta universal. Las bases de los feminismos contemporáneos son críticas a las categorías que nacieron en los primeros debates al interior del movimiento durante la Primera y Segunda ola1. El mismo que pone el ojo - precisamente- en las diferencias entre las mujeres, es el caso de los feminismos del tercer mundo o decoloniales. “La teoría feminista –analiza Butler– ha supuesto que existe cierta identidad, entendida mediante la categoría de las mujeres, que no sólo incita los intereses y las metas feministas dentro del discurso, sino que constituye al sujeto para el cual se procura la representación política” (1999: 33). Para esta autora, el género “es, de suyo, una formación discursiva y el efecto de una versión determinada de la política de representación. De esa manera, el sujeto feminista resulta estar discursivamente constituido por el mismo sistema político que, se supone, facilitará su emancipación” (34). El análisis de Butler deconstruye completamente la categoría de “género” y pone en cuestión el mismo estatuto heteronormativo dominante hasta en la misma teoría feminista que presupone una identidad entre género/sexo/ deseo basado en el binarismo masculinidad/feminidad. En ocasión de un seminario de posgrado en la UBA, Alejandra Oberti dio cuenta de este concepto en términos metafóricos, bien práctico: “diríamos que Butler piensa al género como un vestido que es posible sacar y volver a poner.”

Entonces, y con la crítica y el ojo puesta en las desigualdades, Delfino (1999) nos propone un primer cruce entre estos estudios y los EC al traer el problema del subalterno (Spivak, 2011) y su ubicación en estos mapas hegemónicos estructurales, va a decir que el subalterno nunca coincide de forma homogénea con el lugar que se le atribuye sino que “interseca una lucha de posiciones, instituciones y pactos”. Las luchas serán, no por los lugares o posiciones dentro de la escala sino, por el sentido de las relaciones que se establecen entre esas posiciones. Aquí vemos la relación crítica entre los materiales simbólicos y el valor cultural (Delfino, 1999: 68), es esta lucha la que va a orientar la actividad teórica. “Cuando las mujeres, los gays o los indígenas producen una intervención esta ya está inscripta en un debate actual sobre consenso e incorporación hegemónicos” (Forastelli, 2008: 106), ¿cuánto de esa experiencia y conciencia real de los lugares de enunciación es sensible de ser utilizada para la producción del conocimiento? Entonces, el motor reflexivo será la conciencia de los lugares y es la experiencia consciente transformada en insumo, factor o elemento para la construcción del conocimiento científico. Al parecer, estamos un poco más cerca de responder la pregunta inicial acerca del valor epistemológico de los lugares o posiciones que devienen en experiencias de los sujetos.

Entonces, la construcción del mapeo analítico a partir de estos estudios (Estudios Culturales y Estudios Poscoloniales de Género) tiene que ver con politizar los lugares de construcción y enunciación del conocimiento sobre el otro. El debate epistemológico y metodológico será a partir de la pregunta por el mismo estatuto que habilita a construir conocimiento sobre otro. Hablar y pensar sobre un otro encierra siempre debates sobre legitimidad y ética, las preguntas no son nuevas pero ameritan tenerlas bien presente: ¿tiene legitimidad epistemológica el conocimiento construido bajo las mismas categorías colonizadas (en términos de Clifford) que denunciamos en el mismo movimiento? Los Estudios Poscoloniales y los EC vienen a salvar esta gran encrucijada ofreciendo un escape: la conciencia real de los lugares de privilegio y políticos que ocupamos dentro de la escala social al enunciar y percibir. Politizar se convierte así en una manera de escapar a la trampa objetivista de las ciencias.

PUNTOS DE ENCUENTRO. SOBRE NARRATIVAS DE LO INDECIBLE

“¿No se notó acaso que la gente volvía enmudecida del campo de batalla? En lugar de retornar más ricos en experiencias comunicables, volvían empobrecidos. Todo aquello que diez años más tarde se vertió en una marea de libros de guerra, nada tenía que ver con experiencias que se transmiten de boca en boca.” (Benjamin, 2013: 2)

Benjamin se refiere aquí a la experiencia colectiva e individual de las Guerras Mundiales ¿Cómo una experiencia tan rica, fuerte, dolorosa en términos de vivencias sufrió un repliegue total en términos narrativos? ¿Qué significa que no pueda ser contada la experiencia? Ante este repliegue o ausencia de la narración cabe preguntarnos si estamos ante un repliegue de la experiencia en términos vivenciales, ¿duele menos aquello que no es contado? Benjamin refiere al trabajo artesanal del narrador con su materia prima que es la vida ¿Cómo es ese proceso de semiotizar lo intangible, la experiencia? Para este trabajo el proceso de narrar será eso: un proceso. El mismo como constitutivo del sujeto social pero con el foco puesto en uno de sus núcleos: el dolor. ¿Es posible contar/comunicar el dolor? ¿en qué medida es transferible?

Si el lenguaje ingresa en la vida a través de enunciados concretos y es a través de enunciados concretos que la vida ingresa en el lenguaje (Bajtín, 2011) no sería un disparate preguntarnos por el orden primero del relato o la experiencia, es como el huevo o la gallina. Si somos en la medida en que podemos narrarnos, ¿qué sucede con todo aquello que no puede ser narrado?, ¿nuestros silencios son proporcionales al olvido o tienen que ver, más bien, con la negación de contarnos en esos términos? El quiebre no sólo es emocional y corporal a raíz de una experiencia extrema y dolorosa sino que es - sobre todo- narrativo. Tiene que ver con la imposibilidad de poner en palabras aquello que se volvió sumamente doloroso de vivirlo y atravesarlo. Esto último nos lleva a pensar rápidamente en que si no hay relato, tampoco hubo experiencia puesto que esta se termina de constituir en su relato, se termina de vivir durante el proceso del narrar. No por nada las profesionales dicen que contar un abuso es volver a vivir la experiencia del miedo, del dolor, de la angustia. Es en ese momento que toda la existencia de ese sujeto tendrá como núcleo narrativo el dolor, en determinadas situaciones están allí para hablar de aquello que les duele.

“Rara vez se toma en cuenta que la relación ingenua del oyente con el narrador está dominada por el interés de conservar lo narrado. El punto cardinal para el oyente sin prejuicios es garantizar la posibilidad de la reproducción. La memoria es la facultad épica que está por encima de todas las otras. Únicamente gracias a una extensa memoria, por un lado la épica puede apropiarse del curso de las cosas, y por el otro, con la desaparición de éstas, reconciliarse con la violencia de la muerte.” (Benjamin, 1936/2008: 2)

Cuando estos cruces fueron pensados intentábamos construir un marco teórico-metodológico fuerte que diera cuenta de las formas en que era codificada la experiencia dolorosa referida al abuso sexual durante la infancia en niños y niñas. El dispositivo de codificación era la cámara gesell con todo lo que ella trae: sus disciplinas articuladoras, tiempos, formas y participantes.

En casos en que el testimonio es sensible de ser codificado en términos de pericia o evaluación para instancia judicial (cuando hablamos de delitos por ejemplo) la escucha y la retención de aquello que fue oído será la relación entre nuestro oyente y narrador. Sobre todo cuando hay un uso instrumental de aquello que fue oído, nada debe dejarse escapar. Más que nunca hay una intencionalidad de reproducir aquello que pudo ser -finalmente- enunciado en esta situación comunicativa, aún sin un “relato” articulado coherentemente para las partes intervinientes, las especialistas presentan aquello que fue dicho o hecho en estas situaciones comunicativas. El objetivo primero de la cámara gesell fue su capacidad para grabar y retener todo lo que haya sido dicho dentro de ella. Aún si aquello que se busca no fuera dicho, las especialistas sostienen que “eso” (relato potencial para dar cuenta del dolor o daño causado) siempre está y es a través de los diferentes testeos que pueden llegar a entrar a ese lugar inaccesible e inenarrable. En esta situación comunicativa la relación entre oyente y narrador será la creación de las condiciones necesarias para que pueda ser enunciado el relato y su retención y posterior reproducción

En términos metodológicos la escucha, para comunicadores y comunicadoras, se resuelve en la habilitación de espacios de escucha con las personas que intervienen en nuestra investigación. Codificado, traducido, complejizado pero reproducido en fin en términos teóricos/metodológicos. Pero, ¿cómo aquello que no fue dicho o contado puede ser compartido?

Más que indagar sobre la memoria me interesaba lo inolvidadizo, según la feliz expresión de Nicole Loraux, aquello activo y punzante, performativo, capaz de conformar y subvertir el relato, de aparecer sin ser llamado en una simple conversación, en una actualidad que convive con lo cotidiano aun sin emerger, sin mostrarse, formando parte de la historia común y de cada biografía.” (Arfuch, 2013: 14)

Para la psicología es el cuerpo quien va a hablar, si no hay huellas físicas del daño, no hay palabras es la psiquis la que emerge y “cuenta” lo que no fue dicho con palabras, pero no cualquiera puede leer esa psiquis y entenderla: este es el objetivo de la batería de tests que proponen en el abordaje de la experiencia dolorosa. Para Leonor Arfuch se trata de lo “inolvidadizo”, a nivel corporal y performativo aparece (pero nunca se fue), que tiene un origen preciso (el inicio de las situaciones de violencia) y aún no sabemos en qué va a desembocar aquello que no puede ser olvidado. Ya estamos en condiciones de decir que a nivel científico -académico aún no hemos podido nombrar eso que se nos escapa entre los relatos del horror, aún hay algo en el plano experiencial que no cabe en categorías lingüísticas, es tan grande que no puede colarse entre los formatos que le ofrecen para habitar. ¿Estamos ante un “nuevo” estatuto de lo aprehensible? ¿Puede el horror y el miedo ser codificado en términos disciplinares, científicos?

CONCLUSIONES

Esta propuesta metodológica estuvo presente desde el primer momento de la investigación. Sabíamos que debíamos dialogar y buscar tensiones en las disciplinas que se dedican al estudio y abordaje del trauma. Sólo a través de la crítica a los propios estatutos disciplinares y científicos podemos dar cuenta de la ruptura que significa el horror y el miedo. Lo que dan cuenta estos cruces es, precisamente, la incapacidad disciplinar de dar cuenta de ese horror, de esa ruptura subjetiva que significa una violación.

El objetivo durante todo el trabajo de investigación fue encontrar aquellas categorías que nos permitiesen organizar y darle forma a este problema que se presentaba trunco e inaccesible. Así, los conceptos de Experiencia y Narrativas organizaron las notas y lecturas pero antes, los estudios que dieron sustento a ambas: los estudios poscoloniales de género y sexualidad y los estudios culturales en comunicación.

El cruce de estas perspectivas buscó el armado de una trama analítica capaz de sostener los planteos y preguntas que, en sintonía con el campo, nos provocaron y dispararon. Sostener las preguntas. Plantear este mapa analítico no fue casual, significó reconocer quienes son nuestros interlocutores, con quiénes discutimos, concordamos, respondemos. Es insertarnos en una trama de sentido reflexiva donde no estamos solas/os en la tarea de pensar al otro, el ejercicio de recorrer los principales planteos implica ejercitar la reflexividad del investigador (que no solo se despliega en campo) al momento del armado y entramado del mapa analítico y político. Para recorrer y para modificarlo.

La inquietud sigue siendo por la legitimidad de estudios como estos, donde la dignidad e integridad de los sujetos está en juego, colándose en(tre) los relatos, siempre mediando la relación con el otro. Sea cual fueran “los cuidados” que podemos llegar a tener desde las ciencias, siempre ejercemos violencia al momento de encarar situaciones traumáticas. Es en la domesticación o la traducción de algo que no puede ser compartido, esa obligación de pasarlo a categorías científicas, disciplinares, allí está el meollo de la cuestión: ¿cómo investigamos sin invadir, sin violentar? ¿Existe tal cosa?

Estudios de género y sexualidad(es) habilitan a la pregunta por el otro en relación con una/o que busca (re)conocerlo y a raíz de esta pregunta es que aparece la inquietud por lo metodológico...y hacia allí fuimos.

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2011. ¿Puede hablar el sujeto subalterno? (trad. J. Amícola). Buenos Aires. El cuenco de plata.

NOTAS

1.- Si bien es un debate de la historiografía feminista, hay quienes cuestionan la existencia de “olas” para dar cuenta de los procesos de cambio del movimiento y hay quienes las citan para dar cuenta de grandes caracterizaciones para facilitar los análisis. En principio, y de manera esquemática, podríamos decir que la primera ola emerge a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, teniendo como principales objetivos el acceso de las mujeres a los derechos civiles y políticos. En la segunda ola, que emerge en EEUU y Europa en los 60, las demandas se concentran más en los derechos que tienen que ver con la autonomía sexual y reproductiva, hay mayor conciencia sobre la imposibilidad de referirse a “la mujer” como si no existieran diferencias de clase, etnicidad, orientación sexual, edad, entre LAS mujerES (Fellitti).