Dossier especial: Enseñanza virtual en la escuela secundaria: cómo propiciar experiencias de aprendizaje significativo en tiempos de COVID-19

Errobidart, Analía. Profesora y Licenciada en Ciencias de la Educación. Magister en Educación (UNICEN). Dra en Ciencias de la Educación (UNLP). Docente del Profesorado y Licenciatura de Comunicación Social (FACSO-UNICEN).Directora del NACT IFIPRAC_Ed y del Proyecto de Investigación Integrado (PIO 45F)

 

En estos tiempos de pandemia, el sistema educativo y la sociedad en su conjunto hemos sufrido un sismo y estamos aun tratando de encontrar coordenadas que le den sentido a nuestra acción. En el campo de la educación, desde la política educativa se observan decisiones cautelosas, expectantes de los sucesos sanitarios, sociales y económicos.
El 12 de mayo el Ministro de Educación de la Nación,  Nicolás Trotta, anunció que los aprendizajes no serían calificados con notas hasta que volviéramos a las clases presenciales…y estalló el debate. Padres, madres, docentes, políticos, la sociedad en general y los medios de comunicación generaron discusiones en torno de:

 

o ¿Qué pasará con el año escolar? 

o ¿Cómo se va a volver a las aulas?  

o ¿Cómo será la escuela pos pandemia? 

o ¿Cómo se evalúan los aprendizajes en la virtualidad? 

o ¿Cómo se califican? ¿No se califican?!!

o ¿Cómo promocionan los estudiantes? 

 

erroA los fines de ensayar algunas hipótesis que orienten nuestra acción, como docentes nos proponemos reflexionar acerca de qué es la evaluación. Las respuestas pueden ubicarse en dos grandes grupos: la evaluación es acompañamiento, seguimiento, formación; y también es medición, es calificación, es promoción. Sobre ambas concepciones del término se organiza gran parte del sistema educativo.
En la práctica, la evaluación suele ubicarse en el último eslabón del proceso de enseñanza-aprendizaje[i]. ¿Qué ideas acompañan esa decisión? Una idea que asimila la evaluación con la promoción y con la nota o valoración en escala. Esa concepción está arraigada en la sociedad y en los estudiantes y por ello, la puesta en suspenso de la calificación y los debates que generó ese hecho nos sirve para entender que tenemos que hablar de este tema y problematizarlo.

Desarrollaremos estas reflexiones planteando una controversia: el tema de la evaluación es una cuestión didáctica y atraviesa todo el proceso de enseñanza; pero en la práctica -y como devenir de las necesidades de gradualidad y promoción del sistema educativo- el desarrollo didáctico comenzó a estructurarse en torno de la evaluación, siendo la calificación el estímulo más importante que encuentran los estudiantes para el aprendizaje; y  al mismo tiempo, los docentes comenzaron a enseñar solo aquello que iba a ser evaluado.

 

En ese escenario, se produjo el pasaje de la evaluación para el aprendizaje, a evaluación del aprendizaje (Anijovich y González, 2011).
Otro teórico de la educación, Ángel Díaz Barriga (1993) analizó la evaluación refiriéndose a ella como el lugar de las inversiones. Respecto de ello, explica Litwin (1998:14) que: “Es el examen el instrumento que permite invertir  los problemas sociales en pedagógicos y el que favorece que el debate educativo deje de ser un problema conceptual para convertirse en un problema técnico”.
De ese modo, los problemas sociales en el aula suelen derivar en cuestiones disciplinarias que la escuela ha aprendido a resolver a través de la calificación, sumando o restando puntos según entiende el docente la conducta del/los alumnxs. La evaluación de los aprendizajes –como escala- se convierte también en un instrumento de control de la disciplina del aula.
También se observa a la evaluación como instrumento en el ranking de exitosos o fracasados del sistema educativo, colocando en la cima a lxs estudiantes que exhiben el mérito de la calificación más elevada, y a la inversa.
La evaluación que llamamos formativa, a diferencia de las referencias anteriores, es un proceso que se inicia en el diseño o armado de cualquier situación didáctica y es transversal a cada uno de los elementos que la componen: contenidos, objetivos, decisiones metodológicas, selección de materiales, previsión de tiempos. Ubicamos a esta acción en el espacio de las decisiones metodológicas porque al diseñar la arquitectura de la práctica de enseñanza, con las tareas y actividades que se preparan para que se produzcan los aprendizajes previstos (y los imprevistos), en el acompañamiento de ese desarrollo que los estudiantes van haciendo, estamos realizando una evaluación formativa.
Dice Álvarez Méndez citado por Celman (1998):


La evaluación no es ni puede ser un apéndice de la enseñanza ni del aprendizaje; es parte de la enseñanza y del aprendizaje. En la medida en que un sujeto aprende, simultáneamente evalúa, discrimina, valora, critica, opina, razona, fundamenta, decide, enjuicia, opta…entre lo que considera que tiene un valor en sí y aquello que carece de él. Esta actitud evaluadora, que se aprende, es parte del proceso educativo que, como tal, es continuamente formativo” (Álvarez, Méndez, 1996)


Se observan al menos dos aspectos muy importantes para destacar en esa cita: que la evaluación está intricada en la situación didáctica creada entre docentes y estudiantes y que además, la actitud evaluativa es objeto de enseñanza.
Respecto del primer tema, la evaluación metida en la trama de la situación didáctica en la que se producen procesos de enseñanza y de aprendizaje, nos muestra un docente activo, atento a los avances, retrocesos, mesetas por las que transitan los/las estudiantes en su proceso de aprendizaje. Esa atención es la que va a facilitar que el/la docente pueda intervenir rápidamente evaluando la situación general y así, potenciar, reorientar, empujar, sostener, las actividades del sujeto que está aprendiendo. Ese tipo de evaluación, es llamada procesual y formativa.
El segundo tema plantea que la actitud evaluativa se enseña y, por lo tanto, es parte del proceso educativo. Los docentes tenemos que aprender que del mismo modo que la observación, la descripción, la narración, son procesos que se enseñan, la actitud evaluativa también lo es. Tenemos que aprender que es necesario inducir procesos reflexivos, que ayuden al otro a pensar sus propios procesos; entre ellos, evaluar y tomar decisiones.
En el contexto en que discurren estas reflexiones –esto es, el aprendizaje escolar- es una referencia ineludible, porque la institucionalización de la enseñanza institucionalizó también al aprendizaje, quedando ambos procesos “naturalizados” en la consecución de unos fines prescriptos en los diseños curriculares oficiales cuyo alcance se establece en expectativas de logro. Tomar conciencia de ello nos abre la posibilidad de comenzar el proceso de desnaturalización y pensar que, además de lo que nos pide el sistema educativo, como seres humanos y sujetos sociales y culturales podemos también conseguir aprendizajes no prescriptos por otros y desarrollar acciones que trasciendan los intercambios educativos escolares.
La educación y la política educativa requieren que, en un contexto excepcional, seamos capaces de generar también otros procesos educativos vinculados a la contención, la atención, el sostén, el cobijo…
En un documento de reciente circulación, Claudia Bracchi (2020) expresa:


“…resulta preciso diferenciar la evaluación de la calificación. Es necesario valorar pedagógicamente lo que se ha realizado hasta ahora; evaluar para mejorar y reorientar los procesos de enseñanza y de aprendizaje. No obstante, las decisiones para calificar se basan en ciertas condiciones y en información sobre los procesos educativos que hoy no son posibles de dimensionar con rigurosidad pese a que no tenemos dudas de que estamos en un momento en que las y los docentes enseñan y las y los estudiantes aprenden” (p.3).


Sobre la base de sostener esas acciones, será posible, dice Bracchi, seguir atendiendo al logro de aprendizajes de  contenidos curriculares.
Como síntesis del abanico de temas abierto en estas reflexiones, vale la pena señalar que la evaluación otorga relevancia al proceso didáctico, le da sentido, indica que hay alguien ocupándose de él. Sin evaluación no hay valoración de la enseñanza ni del aprendizaje.
Pero también es necesario reconocer que la evaluación como calificación es una acción demandada por el sistema educativo para la promoción de los estudiantes y que ubicados en esta función, debería ser el resultado de todo el proceso didáctico el que se califica, con instrumentos validados por el grupo clase y por la escuela. Las pautas de calificación y promoción están previstas y prescriptas por los organismos pertinentes de cada provincia. En nuestro caso, la Dirección General de Cultura y Educación (DGCyE) a través del Régimen Académico (2011) y otros documentos de apoyo (2017) establece los criterios a seguir en el acompañamiento de la progresión de los aprendizajes y en la construcción colectiva (en el contexto de cada escuela) de instrumentos de evaluación, acreditación y promoción. Por lo tanto, y aunque no sea una exigencia actual, es posible comenzar a anticipar ese procedimiento y orientar a los estudiantes para que llegado el momento, lo logren.
Vamos a señalar en este punto, que es necesario, tanto en la evaluación formativa como en la calificación, documentar el proceso. En primer término, porque nos encontramos ante una valoración de la actividad de otro que debe ser fundamentada y validada, lo cual nos exige no caer en subjetivismos. En segundo término, porque  la revisión de la documentación y los registros obtenidos nos llevan a considerar y valorar los procesos en el tiempo, evaluando no solo la evolución del aprendizaje de los/las estudiantes sino también el proceso didáctico y las intervenciones realizadas.
¿Cómo registrar las evaluaciones formativas? Existe una amplia variedad de procedimientos, criterios e instrumentos que se compartieron en el Seminario-Taller “Estrategias de enseñanza virtual en la escuela secundaria” y que ponemos a disposición de las y los lectores:
-http://virtual.soc.unicen.edu.ar/moodle/mod/folder/view.php?id=13514

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Finalmente
¿Por qué la práctica de la enseñanza en el sistema educativo corrompe a la evaluación, convirtiéndola en un acto de intercambio (saberes por nota, por ejemplo), en un elemento disciplinador, en una instancia meritocrática y homogeneizante? Las respuestas tenemos que buscarlas en la historia del sistema educativo, en los momentos de creación de las escuelas, en los procesos sociales que convulsionan a las escuelas en tensión con las expresiones de la política educativa, pero también en nuestras propias concepciones sobre el otro, sobre el aprendizaje y el valor social de la educación.

 



[i] la relación enseñanza-aprendizaje supone una relación causal, lineal y unívoca, sino que refiere a una intencionalidad pedagógica caracterizada por el interés y el deseo tanto del docente como del estudiante, de que se produzca el acto pedagógico de enseñar para que otro aprenda, de aprender porque hay otro que enseña.

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