Revalorizar el patrimonio para proyectarlo al futuro
Agustina Marino
Magíster en Museología
Coordinadora Centro Cultural Municipal San José
En 2012, tras una etapa de exposiciones internacionales en el Centro Cultural Municipal San José—acciones que fortalecieron la profesionalización, democratización y valorización del arte—, se inauguró, bajo mi Dirección, una muestra que representó un verdadero desafío museológico. Por primera vez, el patrimonio artístico del Museo Dámaso Arce (MDA) de la ciudad de Olavarría (provincia de Buenos Aires, Argentina) fue exhibido en este espacio bajo una propuesta curatorial contemporánea, pensada para visibilizar y reactivar su valor ante nuevos públicos.
Trabajar con el acervo del MDA implica dialogar con una parte esencial de la identidad de Olavarría. Su colección —amplia y diversa— abarca obras de arte europeo, latinoamericano y argentino, incluyendo piezas de autores consagrados y muchas otras conocidas por su reiterada exposición. La muestra propuso una mirada renovada sobre ese patrimonio, abriendo las puertas del depósito para ir al encuentro con la comunidad.
La intención curatorial fue clara: tender un puente entre el patrimonio y las personas, invitando a reflexionar sobre el arte, la historia y la memoria desde una perspectiva activa. No se trató solo de exponer obras; se buscó crear un contexto para la contemplación, el diálogo y la participación, fortaleciendo el vínculo social que el patrimonio genera cuando se activa.
Las salas del Centro Cultural ofrecieron un marco adecuado. Sus dimensiones y estética sobria permitieron un montaje respetuoso, que dio aire a las piezas y facilitó un recorrido cronológico-temático: desde las primeras expresiones del arte moderno hasta las vanguardias del siglo XX. Pinturas, esculturas, retratos, paisajes, abstracciones y bodegones integraron un relato visual coherente. Las esculturas, en particular, fueron protagonistas, ya que muchas de ellas se encontraban dispersas o almacenadas. La orfebrería de Dámaso Arce, en diálogo con otras expresiones, sumó un valor sensorial profundo.
En total, sesenta y dos obras fueron exhibidas. A partir de esta acción, se realizó un inventario actualizado, registro fotográfico y acondicionamiento de piezas que llevaban años fuera de circulación. La muestra cumplió así una función patrimonial esencial: poner en valor y a disposición pública un legado que constituye parte de nuestra identidad cultural.
Uno de los pilares del trabajo fue la conservación preventiva. Cabe señalar que el acervo del MDA se encuentra habitualmente en guarda, en un depósito con control de temperatura y humedad. Las obras están dispuestas en “parrillas” o estanterías numeradas según inventario, y el acceso al espacio está restringido exclusivamente al personal del museo cuando la situación lo requiere. Este protocolo garantiza la estabilidad ambiental y la protección de las piezas.
Cualquier alteración brusca de temperatura o humedad puede afectar gravemente la integridad material, especialmente en obras con soportes de madera o capas pictóricas sensibles. Por eso, al planificar la exposición, se tomaron medidas específicas: selección de obras en buen estado (sin presencia de plagas ni daños visibles), embalajes adecuados, traslados en vehículos cerrados, manipulación por personal especializado y monitoreo ambiental en sala durante toda la muestra. Se realizó un registro detallado de cada obra antes de salir, durante el montaje y al regresar al depósito.
Este abordaje técnico no solo protegió el patrimonio, sino que permitió presentar las obras como elementos vivos, activos, con capacidad de generar nuevas lecturas. En lugar de quedar relegadas a su condición de piezas históricas, las obras se ofrecieron como disparadores de sentidos y emociones contemporáneas.
La exposición también puso en debate el rol de los museos en la democratización de la cultura. Mostrar parte del acervo fuera de su sede fue un gesto de apertura institucional, una forma de descentralizar el acceso al arte. La respuesta del público fue contundente: familias, estudiantes, artistas y vecinos recorrieron la muestra, dialogaron con las obras y compartieron experiencias.
Durante su desarrollo, se realizaron actividades educativas, visitas guiadas, charlas abiertas y conversatorios con especialistas. Estos dispositivos de mediación ampliaron el impacto de la muestra y reforzaron su dimensión formativa.
Revisitar hoy esa experiencia es volver a pensar el lugar del patrimonio en nuestras comunidades. En un contexto donde muchas instituciones enfrentan dificultades, revalorizar y conservar activamente el patrimonio no es solo una obligación profesional, sino una responsabilidad social. Porque el arte, además de conectarnos con lo que fuimos, nos permite proyectar lo que podemos ser.