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El 17 de octubre de 2003 la Conferencia General de la UNESCO aprobó por unanimidad la Convención para la Salvaguarda de Patrimonio Cultural Inmaterial. De acuerdo a los términos de dicha Convención (2003), se entiende por patrimonio cultural intangible a: “los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas, junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que le son inherentes, que las comunidades, los grupos, y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio, que se transmite de generación en generación, es recreado por las comunidades y grupos en función de su entorno y su interacción con la naturaleza y su historia” (artículo 2).

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El mismo se manifiesta particularmente en:

  • las tradiciones y expresiones orales;
  • las artes del espectáculo;
  • los usos sociales, rituales y actos festivos;
  • en los conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo; y
  • en las técnicas artesanales tradicionales.

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La Convención del 2003 se convirtió en el primer instrumento jurídico internacional a través del cual los diversos miembros se comprometen a sostener medidas para garantizar la viabilidad del patrimonio cultural inmaterial. Uno de sus objetivos principales es el de promover la salvaguarda y el respeto del patrimonio cultural inmaterial de las comunidades, grupos e individuos de que se trate. En este sentido se entiende por salvaguardia a todas aquellas medidas destinadas a promover  la viabilidad del patrimonio.

Es importante destacar también que uno de los aspectos más significativos de la Convención es el rol central que se le da a las comunidades culturales asociadas con el patrimonio cultural inmaterial. Este es un hecho que marca un precedente en el ámbito internacional poniendo de manifiesto que la protección del patrimonio no debería depender sólo de la intervención de funcionarios o de “expertos”. De los grupos ha dependido y dependerá el cambio o la permanencia en el tiempo de ciertas prácticas, saberes y manifestaciones. De ahí que el patrimonio cultural inmaterial, o sus diferentes formas de manifestarse en la realidad, se encuentre estrechamente unido con la voluntad colectiva de permanecer en el tiempo.

Con esta convención, se comenzó a saldar, o mejor dicho, a nombrar y poner sobre el escenario una noción integral del patrimonio que visibilizó la dimensión socio simbólica del mismo y reconoció la relevancia de las comunidades, los grupos y los diferentes actores. Una noción que, además, buscó superar la dicotomía previa de las clasificaciones entre lo material y lo inmaterial por una lógica dialéctica y relacional y que, a su vez, rompió con aquella idea de patrimonio vinculada estrictamente con el pasado, lo antiguo, monumental y hegemónico por una visión más cotidiana, local, situada y vivida. Es decir, se introdujo una ampliación semántica que, incluso, amplió el mapa de actores y bienes involucrados en los procesos de patrimonialización. 

En suma, esta forma de comprender el patrimonio surge y se enmarca en un contexto internacional que favoreció el reconocimiento de las diversidades culturales y se hizo cuerpo, a través de la multiplicidad de componentes inmateriales, en las identidades locales de todas las regiones del mundo. Luego de más de 20 años y atravesados incluso por una pandemia, el concepto se ha ido nutriendo de nuevas experiencias socioculturales que nos permiten comprender cómo la inmaterialidad, lo simbólico, la oralidad y la memoria se convierten en recursos disponibles que tienen los grupos para reivindicar y poner en valor sus culturas, tradiciones, saberes y expresiones sociales. 

Ver Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial aquí: https://ich.unesco.org/es/convenci%C3%B3n 

 

 

 

 

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