N 32

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Matías Rafael Pizarro, estudiante de Antropología Social
Facultad de Ciencias Sociales, UNICEN
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beca Erasmus+ Credit Mobility Programme
Universidad de Lodz, Polonia

pizarro10Han pasado ya –al momento de escribir esta nota- más de cuatro meses desde aquel veintiuno de septiembre en que aterricé en Polonia, coincidente con el equinoccio otoñal del hemisferio norte. Casi como una metáfora, las hojas comenzaban a caer y el frío empezaría a abrirse paso. Las hojas como aquellos momentos de la cotidianeidad de lo que se considera “nuestra casa” y la apertura a un mundo desconocido, tanto, como ese frío de la Europa central y oriental. La valija quedó algo chica para todas las inquietudes dotadas de una ansiedad propia que me acompañaron hasta aquí. A manera de cierta intriga con ojos antropológicos de un estudiante que atraviesa todo el océano Atlántico –claro, vale aclarar, sentado en un avión y sin aventuras de siglo XIX-, la exoticidad estaría allí esperándome en modo de prueba. Digamos que atreverse al uso conceptual de lo exótico o aquello que englobamos como exoticidad, puede resultar todo un pudor a vencer sobre las barreras de lo cliché y/o los lazos colonialistas que involucran al surgimiento de la antropología, de los cuales sin embargo debemos hacernos cargo. De esta manera, considero amablemente pertinente el uso de dicho concepto para abrirme paso a otro ejercicio arma prima de nuestra disciplina, la desnaturalización. Solo así habrá sido posible un análisis de experiencia, por lo menos, coherente con las realidades otras y dotado de la reflexividad sobre la cual renunciar sería un suicidio.

NOS-OTROS

Luego de pasadas unas horas de haber llegado finalmente a la ciudad de Lodz, ubicarme en la residencia estudiantil que me alojaría durante mi movilidad y algunas horas de sueño, temprano por la mañana del veintidós de septiembre me sumé a las clases de polaco, las cuales habían comenzado tres días antes. El grupo: alrededor de veinte estudiantes de diferentes nacionalidades latinoamericanas (Bolivia, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Paraguay, Perú, Ecuador, Guatemala, México, Chile, Colombia, Argentina). El ordenamiento por estereotipo, por estrategia pedagógica, no lo sé, pero dicho grupo funcionó a menos para ir dando nuestros primeros pasos aquí. Respecto al idioma, fueron dos semanas con clases intensivas y luego quien lo deseaba continuaba sus clases durante el resto del semestre. (Una mención de honor a Justyna, nuestra joven profesora siempre alegre y comprensiva con nuestras inquietudes).

 

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Junto a ellos fui descubriendo los primeros trazos geográficos de la ciudad. Dónde ir de compras, que línea de tram tomar, cómo comprar los tickets, los peligros de las multas –a la que con el tiempo finalmente no esquivé y eso será capítulo de algún otro apunte de experiencia-, dónde está el banco más cercano, la primera salida, los papeles y acuerdos a completar, entre otros avatares diarios.

También juntos fuimos experimentando en primera persona la barrera más compleja y en cierto modo traumática, la cual aún me sigue generando una gran incomodidad y en situaciones una especie de culpa incomprensiva: la idiomática. Vale mencionar para quien aún no lo sepa, que la mayor oferta de cursos para estudiantes extranjeros dentro del extenso programa Erasmus, se da en inglés, lengua extranjera requerida para acceder a la beca. Pero fuera del ámbito institucional de la universidad, la gente habla su idioma: polaco. Y es un acto de arrogancia, a mí parecer, obligar y forzar a un entendimiento por fuera de su idioma. Con un fuerte sentido nacionalista de identidad y una historia donde la Unión Soviética fue protagonista, el inglés entre las generaciones más viejas se nota que no ha sido bienvenido. Así fueron apareciendo los papelitos escritos para poder acceder a los boletos del polskibus o de tren, el uso en apuro del traductor del celular, entre otras anécdotas divertidas y sufridas.

 

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Rápidamente los lazos entre nosotros se fueron fortaleciendo y en poco tiempo se fue generando la idea de ‘familia’ latina. Las clases de polaco, el grupo de whatsapp, los compañeros de cuarto, las compras, las salidas, etc. Casi de cierto modo metafórico, y otro bastante en verdad, una especie de diáspora espiritual nos embriagó de su maná y nuestros vínculos quedaron atravesados por una lealtad construida alrededor y sobre una base identitaria identificada con nuestro continente de procedencia. Naturalmente, se trata de una experiencia de movilidad y aunque temporalmente transitoria, también de migración. Y un poco a propósito, aquí aprovecho para expresar mi absoluto repudio al decreto estigmatizante y xenófobo del presidente Mauricio Macri que modifica la Ley de Migraciones sobre la base de prejuicios y estereotipos peligrosos que infunden desconfianza y temor para disciplinar a la población bajo el ala, valga decir, de una fuerte incomprensión histórica y humana. Y como el mapa de las desigualdades es materia geopolítica, también hay que decir que aquí hemos sido víctimas de alguna que otra situación donde nuestra vulnerabilidad migratoria funcionó a favor de ciertos intereses y/o propagación de un prejuicio excluyente. ¿Felizmente? Algunos sectores se hacen eco del rumbo agonizante en materia de fraternidad humana que toma el mundo y no esquivan la problemática. El día veinticinco de enero un grupo de estudiantes polacos se movilizó sobre la calle Piotrkowska (calle principal y atractivo de turistas y estudiantes extranjeros) y entre una serie de reclamos justos aparecía la cuestión problemática de la xenofobia y su apoyo manifiesto a estudiantes de otros países que realizan una instancia de movilidad aquí o que incluso eligen Polonia como sede permanente de sus estudios, futuro profesional y trabajo.

 

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A pesar de estas inconsistencias, no sería capaz de diagramar un esquema homogeneizador sobre la población europea, en general, y polaca, en particular. Para darle algún cierre a este apartado donde presento mínimamente el desarrollo de nuestros primeros vínculos entre quienes llegamos desde el continente americano, intento mostrar a ligeras como fue la entrada a este nuevo extraño mundo. Pero también será motivo de palabras futuras, la oportunidad de conocernos hacia adentro como hermanos latinoamericanos del otro lado del Atlántico. Aún somos poco abiertos con nuestra tierra. De lo que me lamento: en varias oportunidades la idea de familia y comunidad latina se reforzaba tanto que la burbuja nos encerraba. Algunos se atreven a pincharla y otros no. Entendible.

ELLO-S

pizarro7Ordinariamente el tiempo fue pasando. El welcome meeting (encuentro de bienvenida) a cargo del staff de la ISO (Oficina de Estudiantes Internacionales en su sigla en inglés) y la Universidad de Lodz, el barbecue con motivo de integración, la facultad, las clases, las modificaciones en el acuerdo de materias, los profesores, los nuevos vínculos. La gente caminando por las calles, el teatro, las salidas culturales dirigidas por el entrañable Sławomir. Lo exótico te golpea la puerta de tus ideas, los lentes se te empañan y los ojos comienzan a reflejar nuevas imágenes. Ahora el ejercicio se torna más interesante y a pesar de eso siempre resultará incompleto. “Antes de la movilidad” (Before the mobility), tal como se menciona al primer acuerdo que se establece entre las partes, la diferencia a la hora de ‘acreditar’ las materias y cursos ya te pone algo inquieto. Y también te obliga a conocer. Y una vez que tu cuerpo se inscribe en un nuevo espacio que se construye sobre otros valores, normas diferentes y una desconocida –al menos de primera mano- trama de significados que dan sentido a la vida de este otro lado del océano, comienzas a darle lugar a otro tipo de comprensión, que se empapa de conexiones históricas y políticas. ¿Acaso después de poner tus pies dentro de Auschwitz no dejas de ser el mismo que eras minutos antes sentado en el colectivo que tomaste en Cracovia relajado con tus headphones? Sin dudas que sí, pero no para convertirte tan solo en un indignado sufriente más con nuestra historia, casi a modo de turista en muestra de luto, sino para hilar más fino en esa urdimbre que los seres humanos mismos vamos tejiendo en el devenir histórico y existencial. Aquí no puede haber lugar –aunque se lo haga- para las superficialidades. Conocemos aún más de cerca lo que sucedió durante la Segunda Guerra Mundial en el marco de un mapa de horror –que adscribo, no fue excepcional, lo mismo que para la última dictadura cívico-militar argentina y las demás tragedias que nos pisan los talones-, pero también leemos que setenta años más tarde desde el propio gobierno polaco se niega, no una cuestión numérica, sino los crímenes sucedidos –cualquier semejanza con el acontecer nacional, no es pura coincidencia- en un país donde aún la memoria tiene mucho para tejer, pero hay esfuerzos claros (como los generados desde el Departamento de Sociología de la Facultad de Economía y Sociología de la Universidad de Lodz a cargo de la profesora Kaja Kazmierska) que merecen su reconocimiento y un soplo de viento que los siga fortaleciendo a contrapeso de las políticas oficiales.

 

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Salteando por un momento el relato que puede acusárselo de ser pecaminosamente político e ideológico –sin dudas que lo será-, aprovecho para contarle a quienes puedan sentirse impulsados a vivir una experiencia de este tipo, que a lo largo de cinco meses –el período que durará mi movilidad- conoces personas con las cuales tus trámites se simplificaran en su angustia y también aquellos pares de muchos países del mundo con quienes podes sentarte a charlar sobre su cultura, sus tradiciones, su identidad política –como país y como sujeto-, hasta compartir sesiones de zapada funky con un francés, un alemán y un italiano. Compartir el hostel con gente de Azerbaiyán; cenas con gente de Turquía; trenes con irlandeses; clases con compañeros y compañeras de España, Zambia, Japón, China y Afganistán; residencia con ucranianxs, angoleñxs, congoleñxs y tu habitación con alguien de la India; solo algunas menciones para dar cuenta del enorme, atrayente, interesante y estimulante vínculo intercultural que se crea, que creamos –y para otra pizca de interés, no exento de incomodidades e incomprensiones-.

 

Cada uno de ellxs, como cada parte de aquello, se convierte en el hilo conductor de nuestro telar. He ahí nuestra habilidad con la aguja de tejer. Y nuestra capacidad de conocerse uno mismo y cuestionarse, repensarse. Y dar lugar a nuevos ovillos.

 

REFLEXIONES FINALES

pizarro3Suelo ser reacio a evaluar cualquier tipo de experiencia solamente sobre un binarismo de bueno/malo. Pero sin dudas, que esta oportunidad desde lo inesperado se ha tornado inolvidable. Y son esas, las vivencias que se hallan difíciles de olvidar, las que mayores huellas dejan sobre el ser humano. La historia política de nuestros pueblos se ha tornado una materia fácil de yacer en el olvido porque las usinas poderosas han dirigido grandes estrategias en favor de una falsificación histórica para posteriori des-memoria. Pero la experiencia humana no puede gravitar eternamente en el desconcierto de lo ahistórico. El antropólogo social británico Edmund Ronald Leach, en una obra clásica de la antropología, aún nos sigue diciendo: “Las sociedades reales existen en una dimensión de tiempo y espacio. Las situaciones demográficas, ecológicas, económicas y políticas externas no se desarrollan en un medio ambiente fijo, sino en un medio ambiente constantemente cambiante. Cualquier sociedad real es un proceso en el tiempo” (Leach, 1976: 27)[1] . Desafiemos entonces el tiempo y el espacio, y así también nos estaremos desafiando con nosotros mismos, con lo que somos y lo que han hecho de nosotros. Sin temor a la redundancia venidera, ser parte de esta experiencia de movilidad estudiantil en el continente europeo, en contacto con nuevos mundos y con uno mismo, me ha servido para seguir desafiando los límites de lo que somos pero también de lo que se pretende que seamos. Soy solo uno entre tantos, apuesto a que seamos más y más.

Agradecimientos:

Aprovecho el espacio de la nota para brindar mis agradecimientos a mi padre y mi madre, a la UNESO, ese resorte de vida y compromiso, a las profesoras Alicia Villafañe y Ludmila Adad, al director del Departamento de Antropología Social Juan Pablo Matta, a Mariano Pérez de Relaciones Internacionales de UNICEN, a Karolina Adamiak, mi coordinadora de movilidad en Polonia, a toda la International Students Office de la Universidad de Lodz, a Dorota Borkowska, a la Universidad de Lodz y quienes fueron mis docentes, a toda la FACSO - UNICEN, incluidos cada uno/a de los/as compañeros/as estudiantes, de quienes solo he sido su representante, a quienes conocí durante mi estadía, a la hospitalidad polaca, a la familia latina cuando lea y a todos aquellos y aquellas que me acompañaron hasta acá y han sido y son parte de mi formación profesional y humana. Pero especialmente, a la Universidad Pública.


[1] Leach, Edmund R. (1976). Sistemas políticos de la Alta Birmania. Anagrama.

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María Sol Pallero, estudiante de Comunicación Social

Facultad de Ciencias Sociales, UNICEN

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Programa “Friends of Fulbright”

Universidad de Texas en Austin, Estados Unidos

pallero1Después de un mes de haber regresado a Argentina, me encuentro en mi casa, acompañada por los mates que me ceba mi mamá, y escribiendo estas palabras que me sirven como balance de mi experiencia en los Estados Unidos.

 

“La previa” al viaje

A mediados de septiembre de 2016, mi hermana, María Pía, me dijo que se encontraba abierta una convocatoria de la Comisión Fulbright para el programa “Friends of Fulbright”, destinado a estudiantes de grado. Desde que Pía obtuvo una beca para docentes de idiomas y viajó a Scranton, Pensilvania por medio de la misma organización, suele estar atenta a las convocatorias que se abren. Apenas vi en qué consistía el programa, decidí inscribirme. Era uno de esos momentos en lo que se suele decir “no se pierde nada con probar”. La primera etapa fue sencilla y no solicitaba tanto papelerío: formulario con información personal y académica, certificado analítico, y carta de recomendación. La convocatoria cerró el 30 de septiembre, y sólo había que esperar un mail que en que se confirme el pase a la segunda etapa de selección. Y un día llegó. Me citaron a un encuentro presencial o virtual con autoridades de Fulbright, la Embajada de los Estados Unidos, y el Ministerio de Educación y Deportes, el 2 de noviembre. Teniendo en cuenta los problemas técnicos que pueden surgir durante las entrevistas por Skype, decidí viajar a CABA. Para ese momento, de 1024 postulantes, éramos aproximadamente 200 los pre- seleccionados. Finalmente, el día en que cumplía 22 años, me llegó un mail de felicitaciones por haber obtenido la beca. Y puedo decir que ese día empezó mi viaje.

Recibía mails todos los días. Del Ministerio, de la Comisión, avisándome que tenía que iniciar tal trámite, completar tal formulario. Pero particularmente uno de ellos me daba la noticia de que iba a tener la posibilidad de estudiar en la Universidad de Texas en Austin –Austin es la ciudad capital del Estado de Texas-, y desde ahí mi familia y yo empezamos a indagar. Días después, aparecí agregada en un grupo de Facebook, creado por la coordinadora de la Oficina Internacional de la Universidad, y desde aquel momento yo y el resto de los becarios comenzamos a sumergirnos en la vida norteamericana. Nos presentamos, nos conocimos, y seguimos haciéndolo en el grupo de WhatsApp que creamos con ese objetivo, hasta que nos vimos por primera vez en la Embajada, para iniciar el trámite de la Visa.

Finalmente, y después de haber estado hiper-conectados por un poco menos de dos meses y medio, nos llegó la hora la embarcar. En mi caso, el arranque no fue muy bueno, porque a causa de que el vuelo estaba sobrevendido, tuve que esperar mis tickets hasta minutos antes del despegue. Por suerte, pude subir al avión, y ahí inició mi primer viaje por el aire.

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Los veintiocho becarios antes de viajar a Austin

 

Seis semanas en Austin

Ya en Austin, y después de lo que podría llamarse un “período de adaptación” (instalarnos en el lugar donde vivimos, conocer el campus, recorrer la ciudad), comenzamos las clases. Nuestro cronograma académico se dividió en lo que llamamos ESL classes (del curso de inglés English as a Second Language) y UT classes (clases dictadas en la Universidad a las que concurríamos en calidad de oyentes).

 

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Vista aérea de parte del campus universitario

 

 

Los lunes, miércoles y viernes teníamos clases de inglés divididas en gramática, escritura y conversación-escucha, y los martes y jueves cada uno asistía a la clase que se le había asignado, como resultado de una serie de encuestas que la coordinadora del programa nos había pedido realizar para evaluar nuestros perfiles. En mi caso, tuve la suerte de formar parte de la cátedra Consumos en Latino América, dirigida por el Sociólogo argentino Daniel Fridman[1] .

 

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Cursé en el Instituto de Estudios Latinoamericanos “Lilas Benson”, y pude recorrer su increíble biblioteca, conocida y reconocida por ser la más completa del país. Encontré en Daniel no sólo un excelente profesional, sino también una gran persona. Por iniciativa de él, nos reunimos en dos ocasiones y tuvimos un encuentro informal en el que hablamos sobre el sistema universitario norteamericano, sus diferencias con el nuestro, el camino interminable (y costoso) de los postgrados, entre otros temas.

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Respecto de las clases a las que asistí durante mi estadía en Austin, una profesora de nuestra facultad me preguntó si la educación allá era muy escolarizada, y creo que esa es la palabra que mejor la define. Con mis compañeros sentíamos que habíamos vuelto a la secundaria: teníamos tarea todos los días, debíamos ser hiper-puntuales, y los docentes estaban, como los argentinos solemos decir, “todo el día encima nuestro”. En cuanto a esto último, contábamos además con una plataforma virtual que nos mantenía conectados con los profesores, y nos indicaba qué tarea debíamos hacer, cuándo debíamos entregarla, y en algunos casos, hasta qué hora podíamos subirla. Este ejemplo de la rutina universitaria evidencia el carácter hiper-organizado de la vida norteamericana. Los becarios solíamos decir que se manejaban como robots y realizaban sus actividades en forma sistemática, todas ellas medidas en minutos y descartando la posibilidad de romper con lo planeado.

 

pallero5Para concluir, tengo que decir que me siento sumamente agradecida e incluso afortunada por haber tenido la oportunidad de vivir esta experiencia. Con sus pros y sus contras, sus virtudes y sus defectos, el programa “Friends of Fulbright” me permitió vivir en una ciudad en la que conviven personas de diversas partes del mundo, interactuar con muchos de ellos, y así participar de un intercambio cultural. Además, pude conocer “desde adentro” el sistema universitario norteamericano y realizar una especie de análisis comparativo respecto del nuestro, salvando las distancias pero valorando el alto y abarcativo nivel académico de nuestras universidades públicas. Sumado a todo esto, el hecho de haber estado en los Estados Unidos en el contexto de asunción de Donald Trump hizo que la experiencia fuera particular. A todos los becarios nos resultaba shockeante (por ponerle una palabra que los defina) llegar a la clase de inglés y enterarnos de que el día anterior muchas personas habían sido deportadas de la ciudad. El miedo y la preocupación eran notorios en los residentes de Austin, única ciudad del Estado de Texas en la que el actual presidente obtuvo minoría de votos respecto de Clinton.

 

Por todo esto, recalco la importancia de de formar parte de programas de becas en el exterior para poder conocer otras culturas, sistemas educativos y formas de vida. Para aprender otros idiomas o afianzar conocimientos ya adquiridos, teniendo en cuenta que el idioma puede, en ocasiones, ser un obstáculo para la comunicación. Y, finalmente, para reafirmar el valor la educación pública que tenemos en nuestro país y el alto nivel académico en y con el que somos formados.

 

¿Qué son las becas Fulbright?

La Comisión Fulbright promueve programas de intercambio educativo y cultural, con destino a los Estados Unidos. En su sitio oficial, da a conocer los distintos tipos de becas a otorgar, a través de las cuales se pretenden financiar estudios de grado, postgrado e investigación.

Particularmente, el programa “Friends of Fulbright” tiene como objetivo que estudiantes de grado compartan una experiencia vivencial y académica con estudiantes de los Estados Unidos y diversos países del mundo. La beca es financiada en su totalidad por el Ministerio de Educación y Deportes de la Nación y la Embajada de los Estados Unidos, y puede tener una duración de 5 a 7 semanas en el período enero- marzo, dependiendo de la Universidad receptora.

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Daniel Fridman es el Director del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Texas en Austin. Realizó su PhD (Doctorado) en Sociología en la Universidad de Columbia, y en noviembre de 2016 la Universidad de Stanford publicó su primer libro llamado Freedom from work: Embracing Financial Self-Help in the United States and Argentina .

 

Lic. Víctor Antonio Martínez Quiroz Becario Doctoral - FACSO - INCUAPA – CONICET

Complejo Universitario Avda. Del Valle 5737 B7400JWI Olavarría – Bs. As. - Argentina

www.incuapa-conicet.gob.ar

 

victormartinezSoy antropólogo de la Universidad de Antioquia, cuya Ciudadela Universitaria se encuentra en la ciudad de Medellín, Colombia. Allí me recibí en 2009 y durante cuatro años trabajé como arqueólogo. A inicios de 2013 decidí dar un giro a mi vida y seguir estudiando, lo cual considero que se justifica por sí mismo. Para finales del mismo año, fui aceptado en el Doctorado en arqueología de la UNICEN. Empecé a ahorrar de mis trabajos para venir por mi cuenta. A mi llegada a la Argentina, viví de esos ahorros por lapso de un año.

 

Ese primer año implicó conocer la dinámica del Doctorado, cursos superintensivos, períodos fijos para monografías y el resto del tiempo dedicado a leer de mis temas de interés. Todo ello acompañado de discrepancias culturales, por suerte, todas ellas en contextos amables, jocosos. Recuerdo el primer día que vine a la facultad, yo esperaba en consonancia con mi experiencia, una facultad llena de gente, conversaciones entre un café y otro, la socialización cotidiana en que enlazabas clases, lecturas y debates. De la cafetería de referencia obligada en mi Alma mater, en la cual comprabas ese café, podías pasar a comprar una cerveza a apenas 300 metros, afuera de la Ciudadela, pero suficientemente cerca como para considerarse una facultad más. Había bar de Rock, bar de Salsa, uno que no me gustaba con Reggaetonn y géneros asociados, entre otros. Podías pasar un día en la Universidad sin necesariamente estudiar, pero aprendiendo, ir a un cine club, una conferencia de cualquiera de las múltiples carreras que están alojadas allí, visitar un restaurante diferente cada día de la semana (todos medianamente accesibles), visitar el Museo Universitario, cruzarte con un performance en cualquier rincón, tomar la siesta entre árboles centenarios (cada vez más escasos), practicar algo de natación, todo sin salir de la Ciudadela y con relativamente poco dinero. Pero, al llegar a la Facultad de Ciencias Sociales de la UNICEN, pensé que era un día festivo y que yo le había errado al haber venido. Sin embargo, intenté entrar, estaba abierto y si había gente. Pensé que eran las personas más juiciosas por trabajar un festivo, pero mi error interpretativo terminó al entender que era un día normal. Inmediatamente fui a presentarme con quien era el contacto del Doctorado en los trámites previos, el personal No Docente en Investigación y Postgrado, Marcos Rodríguez. Muy amablemente, él nos presentó (yo venía con dos colegas Colombianos) con algunas autoridades de la Facultad y del Doctorado, prontamente salió a flote el tema de la vida cotidiana en la Facultad y noté que todo había sido un problema de mis expectativas, de esperar que las facultades de Ciencias Sociales se parecieran a la que era mi referente como Facultad de Ciencias Sociales.

 

Acoplarme a Olavarría me fue fácil, pues cuento con mayor tiempo y tranquilidad de lo que podría ser en La Plata, en Buenos Aires o en mi natal Medellín. En el transcurso de ese período inicial, tuve la oportunidad de presentarme una vez a Conicet en la convocatoria para Latinoamericanos, caso en el cual fui rechazado por la comisión evaluadora. Cuando partí de regreso a Colombia, mi Director, el Doctor Rafael Pedro Curtoni, me insistió en volver a enviar solicitud a Conicet, cosa que realicé a pesar de haber desistido de la idea de realizar mi tesis en la Argentina. En realidad presenté la solicitud para darle gusto a mi Jefe (Rafael). Para mi sorpresa, la solicitud fue favorecida por la comisión evaluadora, la cual había sido renovada, según supe después. Ello implicó el empalme con colegas en Colombia para no dejar abandonado los proyectos que estaba dirigiendo, además del viaje a la capital de mi país para solucionar el tema migratorio.

 

Otra vez en Argentina, empecé a recibir el estipendio de Conicet, con el cual cubro los gastos diarios mientras realizo mi tesis. Tengo el agrado de dedicarme a analizar relaciones espaciales entre evidencias y entorno de los sitios arqueológicos, específicamente en lugares con representaciones rupestres. Esto lo realizo en el área serrana e interserrana de la provincia de San Luis, pues es el área de investigación de nuestro grupo y contamos con apoyos variados de muchas personas y algunos entes administrativos. Debido a la distancia entre mi lugar de trabajo (INCUAPA, Olavarría) y mi área de investigación (San Luis), he podido notar que la diversidad cultural, ambiental y conceptual de la Argentina, representa una mezcla de cosas muy enriquecedoras, pero en alguna medida subvalorada. Sin duda alguna, ello impactará el desarrollo de mis proyectos de manera positiva, tanto porque el hoy participa del proceso previo, como por la remanencia de conceptos, relaciones y estructuras del pensamiento indígena, que muchos argentinos desconocen o subvaloran.

 

 


 

 

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Lic. Verónica lalinde Aguilar

Becaria Doctoral - FACSO - INCUAPA – CONICET

Complejo Universitario. Avenida Del Valle 5737 B7400JWI Olavarría – Bs. As. - Argentina

 www.incuapa-conicet.gob.ar

 

 

lalindeSoy de Medellín, Colombia y estudie antropología en la Universidad de Antioquia. En el 2011 fui admitida en el doctorado, comencé a cursar en el primer cuatrimestre del 2012. Llegué a UNICEN porque en un congreso de arqueología conocí a Rafael Curtoni y él me hablo del doctorado y de la posibilidad de una beca. En ese momento en Colombia no había posgrados que me interesaran, así que después de mirar los cursos que ofrecían y comparar el énfasis del doctorado con el de otras universidades decidí presentarme.

Inicialmente yo financiaba mis estudios, pero desde el 2015 tengo una beca Latinoamericana de Posgrados del CONICET que me permite tener una dedicación total al estudio.

El tema de mi tesis es el uso de recursos vegetales que hacían los grupos cazadores-recolectores que habitaban la provincia de San Luis. Para desarrollarla han sido vital el apoyo del grupo de investigación del profesor Curtoni y los convenios que existen entre UNICEN y La Universidad de Antioquia, que me han permitido adelantar algunas fases del proyecto en el laboratorio de arqueología de esta última.

Como estudiante esta experiencia ha sido importante porque me ha permitido  asimilar diferentes formas de hacer las cosas, además de conocer y aprovechar los programas de colaboración entre diferentes universidades.

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Lic. Pamela Esther Degele Becaria Interna Doctoral - INCUAPA – CONICET

Estudios Interdisciplinarios de Patrimonio (PATRIMONIA)

Facultad de Ciencias Sociales - UNICEN

Complejo Universitario Avda. Del Valle 5737 B7400JWI Olavarría – Bs. As. - Argentina

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Beca Iberoamericana Santander Universidades

Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia


cartagenaEra estudiante de cuarto año de Antropología con orientación Arqueología (2014) y trabajaba medio día como auxiliar de la Secretaria de Extensión, Bienestar y Trasferencia de nuestra Facultad. Siempre había soñado con coronar mis estudios con un intercambio académico. Me emocionaba la idea de salir sola del país, conocer otra universidad, estudiantes y realidades diferentes. Sin embargo, no dejaba de parecerme algo bastante idílico ya que durante toda mi carrera, siempre articulada a trabajos de la más diversa índole, no me sobró nunca ni tiempo ni dinero. En esa ocasión fue diferente, quizá porque sólo me restaba un año para terminar o porque había conseguido un puesto en la Facultad, donde podían llegar a ser flexibles con este tipo de experiencias.

 

 

La convocatoria provenía de la Fundación Santander Rio, que ofrecía en ese entonces 3000 euros los que, bien administrados, debían cubrir el total del viaje. Me comentó de esta oportunidad mi directora de tesis y, a partir de verla como una opción posible, me dediqué a visualizarme viajando. Elegir un país para realizar la beca me resultó fácil: hace mucho que tenía un romance secreto con Colombia y no podía elegir a nadie más. Gracias a la generosidad y contactos de ella pudimos ubicar una universidad factible para arribar (Universidad de Antioquia), que además tenía convenio con la nuestra. Yo siempre creo que cuando algo es para uno y cuando es el momento correcto, las cosas sencillamente ocurren, y en esta ocasión fue más o menos así ya que fui la única que se presentó a la convocatoria. Desde ese momento hasta el día que subí el avión, mi mente no dejó de estar ocupada, ansiosa y emocionada por todas las experiencias que me esperaban.

 

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Llegar a Colombia fue aterrizar en el universo fantástico de Gabriel García Márquez, en las montañas, las selvas, la interculturalidad de las calles, la eterna primavera, el paraíso de las frutas, la bachata y los caminos ancestrales. Mi primera impresión fue de una vida muy intensa y expuesta, muy distinta a la moderación argentina. En cuanto a la Universidad, el primer día que fui tuve una sensación de extrañeza: todo el campus estaba rodeado por muros con puertas custodiadas y molinillos que se destrababan únicamente al acreditar pertenencia institucional. Si se ingresaba una bicicleta, la misma se registraba mediante una identificación personal que, a su vez, debía ser expuesta para poder retirarla. Acostumbrados al libre acceso de nuestra Universidad, este sistema de seguridad en un principio me resultó inquietante.

 

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Decidida a entender esas circunstancias, comencé a investigar el contexto e historia de la Universidad. Así me fui enterando de que era cotidiano estar en una clase mientras resonaban bombas de estruendo, que solía haber amenazas de conflicto con lo cual se suspendían las clases y se desalojaba completamente la Universidad, y que a veces los paros duraban hasta un cuatrimestre. Sin duda un panorama perturbador que no permite al estudiante ser ajeno a las realidad política y social de la Institución ni del país. En cuanto a mi experiencia particular, quizá tuve suerte, pero pude concretar el semestre académico con pocos sobresaltos.

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Sacando estos hechos, la Universidad me pareció el paraíso del estudiante: canchas de tenis, básquet, atletismo, gimnasia artística, etc.; piletas de natación; cine-teatro, un museo con una de las colecciones más valoradas de Colombia; una biblioteca de cinco pisos donde no sólo te prestaban libros sino también notebooks… Era posible permanecer todo el día en el campus sin aburrirse porque, en las últimas circunstancias, una se entretenía mirando correr ardillas y monos.

Entre las cosas que más disfruté están las salidas de campo con mi tutora. En Medellín hay un parque ecoturístico (Arví) que se ubica en una de las zonas montañosas y selváticas que rodean a la ciudad. Se sube por un metro cable desde el cual se aprecia todo el panorama urbano, tanto la parte lujosa como la más humilde, que consiste en un montón de casitas de colores encimadas en la pendiente. Mi profesora estudiaba estructuras antiguas en ese parque (caminos, acequias, etc.), pertenecientes a momentos de contacto hispano-indígena, cuando los colonos recorrían el territorio buscando piezas de oro. Para mapearlas, nos insertábamos en la selva de la montaña por lugares sin senderos, acompañadas por guías locales que habrían el paso mediante grandes cuchillos. En ese contexto, encontrarnos de sorpresa con acequias o muros antiguos cubiertos de vegetación, testigos de otros momentos históricos, eran momentos mágicos, inolvidables para cualquier arqueólogo.

En cuanto al regreso a Argentina, fue un momento esperado porque extrañaba a mis afectos y costumbres; de hecho recuerdo mi emoción cuando, en la cola para abordar a Aerolíneas Argentinas, escuché el acento y las quejas tan típicas de nuestra idiosincrasia. Sin embargo, estoy segura que una parte de mi quedó recorriendo esas montañas llenas de historias, bailando bachata en un bar a las siete de la tarde o aferrada a una pila de piñas dulces para que nunca me falten.

La Universidad da estas oportunidades, que resinifican la profesión y la vida. Si tuviera que definir en una palabra la experiencia sería, sin titubear, agradecimiento.

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