Departamento
de Profesorados
Mag.
Constanza Cafarelli
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Constanza
V. Caffarelli es licenciada en Antropología, orientación
Antropología Social, graduada en la Facultad de
Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Centro
de la Provincia de Buenos Aires. Es además Magíster en
Problemas y Patologías del Desvalimiento
por el Instituto de Altos
Estudios en Psicología y Ciencias Sociales de la
Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales
(Buenos Aires, 2003) y Magister en Gestión
Educativa por el Consejo
Iberamericano en Honor a la Calidad Educativa (Lima,
Perú, 2004). También candidata a Doctor en Ciencia Política
-con tesis en proceso de evaluación- por la Facultad
de Ciencias Sociales de la Universidad del Salvador
(Buenos Aires, 2006).
Se desempeña como docente-investigadora con dedicación
exclusiva en nuestra
Facultad desde 1998. Es Jefe de Trabajos Prácticos
ordinaria de las asignaturas Fundamentos de Sociología
y Comunicación e Introducción a la Ciencia Política,
y también investigadora del grupo IFIPracD
(Investigaciones en Formación Inicial y Práctica
Docente), integrado por gran parte de los miembros del
Departamento de Profesorados de la Facultad. Actualmente
se desempeña además como secretaria de Junta
del mencionado Departamento.
Desde
1995 ha participado como formadora, conferencista y
tallerista en seminarios dirigidos a profesionales de la
Educación y la Salud en el ámbito nacional e
internacional, como docente en formación superior en la
provincia de Buenos Aires, y como capacitadora de
docentes de nivel inicial, EGB y Polimodal. Autora
de artículos publicados en libros y revistas científicas,
así como también de numerosas ponencias y
comunicaciones expuestas en reuniones científicas
nacionales e internacionales, desarrolla un trabajo
interdisciplinario con fuerte raigambre en instituciones
educativas y en estrecha vinculación con sus docentes y
estudiantes. Asesora del Equipo de Diagnóstico y
Tratamiento de la Clínica Psicoanalítica de Olavarría
desde 1995, entre 2001 y 2004 se desempeñó como
coordinadora del Área de Abordaje e Investigación
Psicosocial del C.I.C.E., Centro Interdisciplinario de
Cuidados para la Educación de la Municipalidad de
Olavarría, del que hoy es consultora externa.
Este
recorrido profesional, que da cuenta de su vinculación
con las problemáticas del ámbito educativo, se nutre
fundamentalmente de la articulación entre la Antropología,
la Sociología y la Ciencia Política. Dicha confluencia
se expresa asimismo en su tesis doctoral, la cual
analiza el modo en que las representaciones y prácticas
de los actores educativos del Tercer Ciclo de Educación
General Básica (EGB 3) respecto de alumnos de sectores
desfavorecidos, afectan las metas de retención y
extensión de la obligatoriedad escolar asociadas a
dicho ciclo, según establecen los lineamientos de la
política educativa en vigencia (Ley nro. 24.195). La
pesquisa problematiza los alcances y la eficacia de
dicha política, apuntando a la elucidación del impacto
de la Reforma Educativa en la inclusión y ampliación
de la ciudadanía social, asunto con el que ésta se
declama especialmente comprometida.
POLÍTICA
EDUCATIVA EN LA SOCIEDAD EXCLUYENTE: APORTES PARA SU AN
ÁLISIS.
Constanza
V. Caffarelli
El
trabajo, desarrollado desde una perspectiva antropológica,
constituye un aporte diferencial al marco de análisis
de la Ciencia Política. Esta disciplina, al momento de
evaluar las acciones estatales y las políticas públicas
en particular, centra mayormente su atención en los
efectos que dichas políticas producen, relegando a
segundo plano el análisis del proceso que conduce a
esos resultados. La investigación que aquí se
refiere es solidaria con este último propósito, y
aborda el desempeño e impacto de una de las políticas
públicas históricamente vinculada a la condición
ciudadana y la promoción de la equidad, como es la política
educativa.
Cabe
recordar que, en el curso de la década del ´90, desde
el discurso político educativo se insistió con
particular interés en la necesidad de trabajar en pos
de la permanencia en la escolaridad, con pretendidos
efectos en la inclusión social. La preocupación por
retener e incluir en el sistema a la población
socialmente desfavorecida, tendiente a abandonar la
escolarización una vez concluido el nivel primario, se presentificó
con fuerza antes de y durante la Reforma, asociando un
espacio como el Tercer Ciclo de la EGB con la concreción
de dichas metas. Así, se esperaba que su implementación
impactara positivamente en la retención de aquellos
estudiantes cuya situación social se encontraba signada
por la marginación y la incorporación temprana y
precaria al mundo del trabajo.
Sin
embargo,
la concreción de este impacto debió enfrentarse con
las propias contradicciones que se derivaron de su
implementación en la cotidianeidad del trabajo escolar.
Tal como ha sido relevado[i],
representaciones y prácticas de los
actores educativos –docentes, directivos, auxiliares
de docencia, equipos de orientación escolar- en relación
con los estudiantes, remiten a lo que Neufeld y Thisted[ii]
denominan usos de la diversidad sociocultural en su
variante estigmatizante (rotulación, inferiorización,
patologización, magnificación de las diferencias
respecto de los docentes). Ello da lugar a la construcción
de un “otro-diferente” encarnado por los
estudiantes, figura que participa activamente en la
conformación de una imagen estereotipada de los alumnos
que repercute en acciones y decisiones relacionadas con
su trayectoria escolar. En efecto, la
escuela identifica a los estudiantes afectados por
procesos de desclasamiento (“nuevos pobres”) como
población en riesgo social y ambiental, clasificación
que se corresponde con la exposición a
cierto peligro al que los individuos se enfrentarían a
partir de su desventaja económica. Los reconoce a
partir de una categoría común, en razón de que corren
un riesgo común: el de quedar excluidos. Así, las
representaciones y prácticas en relación con dichos
estudiantes recrea la sospecha acerca de la educabilidad
de los estudiantes. En tanto la producción de sentido
de los actores no es ajena a su posición, quienes
cuentan con un poder y reconocimiento social mayor
–los docentes- encuentran en el “diferente”, el
que “se desvía de la norma”, un terreno fértil
para la sospecha y la construcción de biografías
anticipadas. Las
argumentaciones que sostienen estos constructos articulan
los supuestos “déficits naturales” de los sujetos
–“no les da”- con el reconocimiento de “déficits
sociales” -situaciones de deterioro socioeconómico-,
lo cual permite establecer una idea de normalidad y de
anormalidad que cumple funciones de demarcación social
y de regulación de las relaciones entre sujetos y
grupos.
La
regulación de las relaciones sociales y los criterios
de demarcación reseñados se explican asimismo a la luz
de un
momento histórico en el cual los diversos grupos
sociales se ven impactados por importantes
modificaciones en su composición socio-ocupacional y en
su peso político y económico. La demanda de cohesión
y diferenciación que experimenta el “nosotros”
encarnado por docentes, directivos, miembros de equipos
de orientación escolar y auxiliares de docencia cobra
sentido en el marco de la crisis identitaria generada
ante la profunda transformación y redefinición social
que tuvo lugar en los ´90. En
este marco, la reacción alterofóbica, los distintos
grados de intensidad que adquiere la estigmatización
–la cual no llega a ser absoluta, sino que se
encuentra relativizada por un proceso de identificación-
se presentan en un contexto de declive de las clases
medias en el país, en el cual su reconocimiento
material está severamente cuestionado. En tanto la
esfera material (acceso a derechos sociales, a bienes y
servicios, esfera ocupacional) es la que aproxima y
hasta homologa a estudiantes pobres y docentes
empobrecidos, la diferenciación se construye apelando a
la esfera simbólica - representaciones- y su correlato
–prácticas-, con el anhelo de que ello permita
recuperar la posición de los sectores social y económicamente
afectados.
Sin
duda las situaciones descriptas influyen en el desempeño
y permanencia de los estudiantes de sectores
desfavorecidos en EGB 3, contradiciendo su mandato
fundacional y neutralizando los objetivos de inclusión
trazados desde la Reforma Educativa. Durante
gran parte del siglo XX el trabajo pedagógico escolar
estuvo ligado a la conformación del sujeto-ciudadano
mediante la socialización de una serie de recursos simbólicos
que permiten la participación del individuo en los múltiples
planos de la vida social, y los docentes resultaron
convocados a desarrollar un papel como promotores de
todas aquellas capacidades que hacen al sujeto un sujeto
autónomo, dueño de su propio destino. Sin
embargo, este carácter eminentemente político de la
tarea educativa se ve afectada tanto por el desempeño
de los actores como por el contexto sociohistórico en
el que tiene lugar.
Efectivamente,
las prácticas cotidianas de los actores educativos
confrontan la política educativa y neutralizan su
potencial de transformación. El hecho de que un grupo
de estudiantes vea amenazada su continuidad escolar, que
se enfrente a serios riesgos de deserción, representa
una interpelación a las metas de dicha política y
alerta a la vez sobre su carácter excluyente. En
palabras de Kochen[iii],
la exclusión no es “de” la escuela sino “en” la
escuela, siempre que los sujetos estén en edad de
habitarla. En
tanto todo "otro" es un sujeto de derecho,
segregarlo representa una operación política de
inclusión/exclusión. Ahora bien, esta operación política
puede no resolverse en una exclusión abierta y
definitiva en la que quedarían situados los
“otros”, sino que da cuenta más bien de un proceso
de inclusión excluyente, tal como lo refiere Agamben[iv].
La construcción de un “otro-diferente-devaluado”
podría interpretarse como un cercenamiento de la
condición ciudadana plena. Sin embargo, a la luz de la
filosofía política planteada por este autor, un
espacio como la EGB 3 refleja, antes que una restricción
de la ciudadanía, un modo de aparentar la inclusión
para finalmente dejar fuera a los que “tendrían que
estar fuera”. De este modo, aunque los estudiantes
socialmente desfavorecidos circulen y/o se inserten
precariamente en la escolaridad -que representaría el
“adentro”-, aquellos grupos que detentan un poder
social mayor administran y gestionan zonas de exclusión
dentro del propio cuerpo social, en sus distintas
instituciones. Lo que termina por definir la inclusión
es, entonces, la capacidad de ciertos grupos sociales
para decidir sobre las zonas de exclusión.
En
el ámbito educativo se replica esta dinámica,
recreando la ilusión de inclusión. Esto
sucede, por ejemplo, cuando los docentes aluden a
las dificultades con que se encuentran para trabajar con
estudiantes de los sectores populares, población que
–según sus referencias- las instituciones no
albergaban con anterioridad a la Reforma. De acuerdo con
esta lógica, quienes
cuentan con recursos materiales y simbólicos para
adaptarse a las instituciones y sus demandas, logran
permanecer en ellas, obedeciendo al mandato de
autorregulación individual establecida por el modelo
neoliberal. Por otro lado, aquellos que no disponen de
los recursos, deben desarrollar individualmente formas
compensatorias. Lo que resulta claro es que, aún cuando
los estudiantes logren permanecer en las instituciones,
transitan por una especie de “zona gris”, de ilusión
de condición ciudadana y de usufructo del estado de
derecho.
La
profundización de estas prácticas se produce en un
marco de crisis y reconfiguración socioeconómica, que
acompaña la reconversión del capitalismo y cuyas
derivaciones políticas –privatizaciones,
individualismo y competencia- abonan e impulsan la
dualización de las sociedades. Reaparece el darwinismo
social, con su lógica de “sálvese el mejor”. Esta
naturalización de la desigualdad contribuye a que se
culpabilice a los sujetos por su situación,
desconociendo el papel del modelo en la construcción de
estas condiciones y trasladando la resolución de
conflictos del Estado a la sociedad civil.
En este contexto, y a pesar de los embates recibidos, la
institución escolar está convocada a reposicionarse
como un espacio de construcción subjetiva capaz de
habilitar el acceso a “otros mundos posibles” en los
que confluyen la experiencia vital de cada sujeto y la
experiencia institucional. El espacio escolar puede
significar para los jóvenes un nuevo horizonte de
posibilidades, ofreciéndoles una experiencia asociada
a la formulación de proyectos. Participar de esta
experiencia colectiva mediada por ciertos cánones de
convivencia y organización puede significar, para
muchos, la posibilidad de imaginar un cambio y
llevarlo adelante. La escuela se constituye entonces en
universo simbólico capaz de abrir perspectivas que dan
cuerpo a otros sentidos y mundos posibles; en el cual
interactuar con otros discursos y saberes y donde
experimentar otro tipo de sociabilidad. Como
dispositivo, puede enseñar que lo cotidiano es pasible
de ser nombrado y concebido de un modo diferente al
que los sujetos conocen. Claro está, esta tarea
no culmina al garantizar el acceso a la educación pública
sino que involucra los modos de permanencia en las
instituciones, los recursos materiales y simbólicos
para la apropiación del conocimiento por parte de niños
y jóvenes, y las condiciones y posibilidades en el
momento del egreso de la educación formal, entre otros
puntos.
Si
bien la educación por sí misma no representa la única
estrategia a partir de la cual lograr crecimiento con
equidad, existe una contribución innegable y específicamente
pedagógica a las posibilidades de democratización y
desarrollo integral de la sociedad. A pesar de las
tensiones que signan
la función sociopolítica de la educación, en un
contexto de exclusión y desencanto, ésta es aún hoy
un dispositivo potente, que se transforma para producir
una diferencia simbólica en la trayectoria de los
estudiantes. En
palabras de Feldfeber[v]:
“La
educación pública en la Argentina constituyó un
elemento de ascenso social para determinados sectores de
la población, al tiempo que impuso un modelo homogéneo
de escolarización centralizado desde el Estado. La
escuela pública no cumplió con sus promesas de
igualdad, pero constituyó –y lo sigue haciendo- uno
de los espacios que puede garantizar el derecho a la
educación como derecho de ciudadanía. Transformar la
reforma de la escuela pública en un acto político
implica construir y reforzar el carácter público de la
escuela y dotarla de una orientación diferente al de la
transformación educativa que puso en cuestión el papel
del Estado como garante del derecho a la educación, lo
que en una sociedad desigual como la nuestra sólo
contribuye a acrecentar las desigualdades sociales.
Recuperar
la idea de espacios públicos como ámbitos de
constitución y expresión de la ciudadanía, como
espacios de libertad y manifestación de lo diverso,
como construcciones colectivas y democráticas en torno
a proyectos comunes constituye un desafío para
recuperar la política y el carácter público de la
escuela pública” .
[ii]
Neufeld,
M. y Thisted, A. (1999). “El
“crisol de razas” hecho trizas: ciudadanía,
exclusión y sufrimiento”, en: NEUFELD, M. R. y
THISTED, A. (comp). De eso no se habla... Los
usos de la diversidad sociocultural en la
escuela, Buenos Aires, Eudeba.
[iii]
Kochen, G.
(2003) “La escuela y la inclusión
del otro”, en: Ensayos y Experiencias - Educación
y alteridad. Las figuras del extranjero. Textos
multidisciplinarios, Buenos Aires, Ediciones
Novedades Educativas.
[iv]
Agamben, Giorgio. (1995) Homo sacer I. El poder
soberano y la nuda vida, Pre-Textos.
[v]
Feldfeber,
M. (2003). “Estado y reforma
educativa: la construcción de nuevos sentidos para
la educación pública en la Argentina”, en: FELDFEBER,
M. (ed.), Los sentidos de lo público.
Reflexiones desde el campo
educativo, Buenos Aires, Noveduc.
Curriculum
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