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< volver Ira. Jornada de Enseñanza de la Comunicación Social en el Nivel Polimodal. Olavarría 2006 “Entre Pizarrones y Pantallas, ¿cómo enseñar medios en las escuelas?”Gabriela Cicalese
Me permito comenzar con esta escena: Dos
varones adolescentes, de entre 14 y 15 años, tímidamente invitan a dos
chicas a un pub. Claramente al delgado le gusta la pelirroja y al más
robusto la morocha. Y por las miradas y las sonrisas parece que la atracción
es recíproca. La música del pub es alta y ruidosa.
Pero las improvisadas parejitas hablan a pesar del ruido. Y
hablan de literatura. De pronto, los ejes de conversación se cruzan: la
jovencita pelirroja y el muchacho robusto empiezan a conversar más
interesadamente. Ambos son lectores de Edgar Allan Poe.
Los otros dos jóvenes a su vez descubren que les interesan los
cuentos de Ray Bradbury. Luego de unas cuantas escenas
en cámara rápida en la que terminan cambiándose de lugar, acercando sus
brazos y risas… las parejitas “cruzadas” en relación a las que se
ubicaron en la mesa del pub al comienzo de la escena se retiran del bar. Unas
escenas más tarde la pelirroja le comenta a su amiga: “no sé cómo
pudo gustarme X (el primer galancito) si Y, el lector de Edgar Allan Poe,
es mucho más interesante, inteligente y refinado”. ¿Esta
descripción corresponde a una Telenovela Adolescente? Sí,
se trata de una escena de Clave de Sol, tira diaria transmitida por Canal
13 en 1986. Más
allá de las críticas reiteradas al género televisivo desde la primera
“tira protagonizada por a adolescentes” en Argentina (Pelito, emitida
por Canal 13 en 1984), debemos reconocerles a esas primeras producciones
del género la posibilidad de visibilizar en la pantalla las vidas de
algunos jóvenes “más cercanos a los reales”. Aún
cuando sólo han sido valoradas como “semillero de actores”,
productoras de “galancitos” –ya que debutaron allí actuales
“figuras” del espectáculo como Adrián Suar, Gustavo Bermúdez,
Leonardo Svaraglia, Nancy Duplaá, Gastón Pauls, entre otros- estas
primeras tiras han abierto al menos un abanico diferente de “modelos de
jóvenes” vistos durante la inmediata anterior Dictadura Militar,
circunscriptos a dos esterotipos ligados a ella: desde
el “Joven argentino, si tienes entre 18 y 20 años únete a la Fuerza Aérea”
y la identificación de la juventud con la subversión que buscaba plasmar
la censura militar. Escenas
como las de esta Telenovela, que hoy -20 años después de su emisión-
serían aplaudidas por algunos/as docentes, no eran tan lejanas a los jóvenes
y las jóvenas de clase media que veíamos esas mismas tiras. Ellos
(los protagonistas de ficción) se reunían detrás de una carrera de
bicicletas en su barrio, organizaban un festival en torno a una Parroquia
o a un programa de radio barrial, iban a escuelas públicas y privadas y
se encontraban a la salida, hasta –insinuada y secundariamente, claro,
no dejaba se ser melodrama- hablaban de la vocación, de conseguir
trabajo, de las dificultades cotidianas… “casi” como hacíamos
nosotros, los entonces “jóvenes televidentes”. O
por lo menos con un “casi” más cercano al que perciben los propios jóvenes
que, cuando han mirado Rebelde Way (2004), pueden notar que esta tira
tiene más relación con su antecesora infantil, Chiquititas (1998 a 2002)
que a sus propias vidas. En ésta (Chiquititas) se
situaba en un orfanato de lujo. En Rebelde Way también
los adolescentes están pupilos, pero no son huérfanos sino que son parte
de una carísima escuela de elite con pupilaje, escuela de la que -si
existe- al menos no tiene referencias en la Educación media en la
Argentina. Adolescentes que aún pupilos pueden armar a
escondidas una banda de música pop y tener éxito con ella.
La ficción es a la vez lejana a los/las jóvenes televidentes en
Buenos Aires, cercanos geográficamente a los protagonistas de las escenas
pero distanciados en costumbres y cotidianeidades. Y
esa “distancia” hace precisamente que la tira y la banda musical que
deriva de ella tenga éxito en contextos tan diferentes como Israel, por
ejemplo. Mientras
tanto, la Escuela continúa, igual que hace 20 años, pretendiendo un
estudiante lector de Edgar Allan Poe o Ray Bradbury. Pero la brecha entre
producciones mediáticas, lenguajes ligados a las tecnologías y hábitos
de consumo, por un lado; y requerimientos escolares de esfuerzos,
intercambios, procesos y evaluaciones de esos procesos, por otro, parece
haberse convertido en un precipicio. Y detrás de la
“visión crítica” de los contenidos de los medios que se han
multiplicado en materias específicas como las de Comunicación, muchas
veces los docentes de distintas materias, en situación de baja estima
respecto de las producciones mediáticas, utilizan alguna de estas
producciones buscando la atención de los estudiantes, como quien busca la
obtención de rating. Así, entonces, se pasa una película
sobre la vida de Gandhi o cualquier situación histórica, por ejemplo,
suponiendo que a partir de este lenguaje técnico se logrará una
comprensión mayor de los procesos dentro de la materia Historia.
Es común escuchar a los/las docentes decir que “los jóvenes
manejan mejor” que ellos mismos la tecnología. La
pregunta es si ese “manejo” supone en los jóvenes la apropiación del
lenguaje tecnológico y su producción o se trata de habilidades ligadas
al consumo. Así como nos queda claro que manejar hasta
el último comando el control remoto del televisor, la videocasetera o el
reproductor de DVD no implica saber producir un audiovisual; deberíamos
tener en claro que manejar hasta la perfección los jueguitos de
computadora (la antropóloga Rossana Reguillo ha llegado a hablar del
“dedo nintendo” graficando la habilidad de las nuevas generaciones
para este particular manejo del mouse) no implica necesariamente una
apropiación de las lógicas de producción de estos lenguajes. Y como
docentes de comunicación sabemos que esta apropiación es la que será
liberadora de la lógica de consumo, fomentada por la industria que obliga
a la caducidad vertiginosa de las efímeras versiones de programas para
sostener su negocio en la vertiginosidad.
¿CHOQUE
DE LÓGICAS? La
polémica actual se da entre los medios masivos y la escuela, y no entre
la comunicación y la educación. Y no se trata de “polémica” en el
sentido griego, en donde todos los expositores tenían la misma
posibilidad, el mismo tiempo de exposición y la misma ecuanimidad para
ser analizados en su recepción. Las
tecnologías, por lo menos a partir del alfabeto (dirá McLuhan)
han sido herramientas de dominio. Y es a partir del alfabeto
(y no a partir de los medios audiovisuales) cuando se da la concentración
de la percepción humana en una sobredimension del sentido de la vista,
contra el concepto de tactilidad –uso armónico y alternativo de los
cinco sentidos para conectarse con el entorno- que se usaba en la persuasión
lógica de los sofistas griegos y en los discursos políticos y religiosos
de la “fase de oralidad” dentro del proceso de codificación humana.
El alfabeto es la primera tecnología capaz de traducir visualmente el
mundo de los sonidos en forma analógica, uno a uno, una letra por cada
sonido (casi). En los ideogramas esta traducción era más bien simbólica
y requería un amplio conocimiento y largos años de estudio. Tanto el
calendario maya o azteca como los jeroglíficos egipcios correspondían a
un modelo elitista de poder y de conocimiento, en donde “unos pocos
elegidos”, sacerdotes o nobles, conocían, decodificaban, pero también decidían
en el espacio público. El alfabeto, en cambio, fácil
de trasmitir a las civilizaciones que no lo conocían, fue una técnica
que por lo menos facilitaba –si no potenciaba y hasta requería-
estructuras políticas de expansión. Hoy, la
masificación del uso de la tecnología y la cada vez más sofisticada
preservación de patentes de producción tecnológica generan al mismo
tiempo la fantasía de universalidad y la concentración de capitales
productivos y pensamientos unidireccionados, combinados con una reducción
cada vez mayor del capital lingüístico (siguiendo el concepto de
Bourdieu) con el que circulan los discursos en el intercambio social.
Especialmente en los jóvenes percibimos esta tendencia a la
reducción de palabras, la utilización de vocablos en un inglés técnico
y escueto, nada comparable con el inglés que Borges admiraba por su
riqueza, a la que consideraba incluso mayor a las posibilidades de las
lenguas latinas. Ya ha sido trabajado extensamente en
nuestro campo comunicacional, desde Saussure a nuestros días, la mayor
posibilidad de acceso al pensamiento abstracto a partir de una mayor
potencialidad de modos de abordar o nombrar el continum real. Porque
aunque las palabras no logren traducir el pensamiento, al menos hasta el
momento los seres humanos seguimos fisiológicamente pensando linealmente,
seguimos pensando con palabras. Si
“cada técnica propone su lenguaje”, como afirma McLuhan, el lenguaje
tecnológico (y las denominadas “competencias técnicas” que deben
adquirir jóvenes en las especialidades en comunicación) no son sólo
parte de esa tecnología que posteriormente será utilizada como
estrategia de mercado, el lenguaje técnico es en sí mismo
tecnología de dominio. Por eso hablar en distintos
lenguajes (no sólo etáreos, los saberes docentes en relación a los
saberes de los jóvenes) sino en desigual relación dentro de la arenga pública
entre la esuela y los medios. Porque los medios son,
como fundamenta Marita Mata, las nuevas “plazas” o “arenas públicas”.
Si durante la era audiovisual (radio y televisión abierta, básicamente)
la Escuela Latinoamericana de comunicación planteaba la necesidad de
educar para la comunicación, poniendo en el centro la visión crítica de
los contenidos. Las Nuevas Tecnologías, denominadas
siempre nuevas y privándolas así de la historicidad de su “avance”,
generalmente ligado –como bien desarrolla Héctor Schmucler- a
aplicaciones ya no útiles de la industria armamentista y transportados
luego a la sociedad civil como signo de la unidad que no pudieron quebrar
con la guerra. Los satélites, aparentes embajadores de la sociedad
mundializada, son una prueba clara de esta transferencia. Las TICs o
Nuevas Tecnologías, entonces, decía, nos obligan a repensar esta
estrategia de resistencia. A partir de los walkman,
videocaseteras, discman, DVD y, sobre todo, las computadoras personales,
el mercado se sostiene en la aceleración -y la
consecuente obsolescencia- de tecnología. Ya no
importa solamente vender aparatos transmisores (como ocurría con los
reproductores de radio y tv) en función de ser éstos condición
necesaria para un negocio mayor: el de contenidos y circuitos de
transmisión publicitaria; sino que interesa el propio consumo de aparatos
con sus lógicas cada vez más limitadas y distanciando cada vez más
(como en cualquier industria) los circuitos de producción de los de
consumo. Cuando
–los más viejos/as- operábamos en sistema operativo D.O.S., el ser
operadores/as no nos distanciaba tanto de las lógicas de los
programadores. A medida que avanzan los windows y los
utilitarios de escritorio, cada vez más dependemos de las interfases de
íconos identificatorios. Así también, los/as niños
y jóvenes manejan las lógicas de operación de jueguitos, pero sus lógicas
de producción permanecen ajenas. Tal vez en la música,
más allá de los accesos limitados de algunos jóvenes a las tecnologías
de amplificación, grabadora y composición computarizada, la brecha
resulte menor. Y no por casualidad entonces la música
se ha convertido en las últimas dos décadas en la mayor motivación de
agrupación entre los jóvenes (vuelvo a la distancia, claro, entre las
imposibilidades de los grupos de dar a conocer “su” música y el
modelo de Rebelde Way del que partíamos al principio. Pero
apropiarse de la tecnología y sus lenguajes tiene el sentido de recuperar
el espacio público, el espacio de la polémica con aquel estado de
igualdad de voces. El devolver a los jóvenes la
participación que fue “colonizada”, es decir, ocupado, por las
industrias culturales y de entretenimiento. Para
introducir comparaciones que construyen polémicas, hablemos de
controversias entre pantallas y pizarrón, farándula y docentes, valores
consumidos y valores construidos, imagen vs. esfuerzo,
tiempos esfímeros vs. tiempos planificados a largo plazo... Y
la lista podría extenderse. Frente
a la Revolución Francesa, algunos optimistas hablaban de una democracia
burguesa como un paso entre aquella aristocracia griega o democracia de élite
y la auténtica democracia, entendida como el poder de las masas.
Sin
embargo, esa mutación se encaminó hacia otro tipo de sistema político:
la democracia de los públicos. Hoy hablamos de una
democracia en tanto conservamos algunos derechos básicos individuales y
la posibilidad de ejercer el voto. Pero somos básicamente
público en tanto somos espectadores, consumidores de imágenes y
valores, receptores de noticias, observadores del accionar de otros.
Somos un público más parecido el de los anfiteatros que al de la
arenga. Desde
ya que no se trata de un público homogéneo y sin posibilidad de tomar
postura. Por eso hablamos de “públicos”, en
plural. Pero nuestra decisión individual y social ha
pasado a ser un valor de mercado. Los políticos se miden por imagen. Los
temas de interés se miden por ratings. Los grandes
debates se reducen en esquemáticas encuestas de opinión. Aún
algunas medidas de protesta están cobrando una forma de mercado.
Seguramente habrán contactado Uds. con las cadenas de mails que
proponen “no hablar por teléfono” durante determinada hora o jornada,
o propuestas similares. Por
lo tanto propongo aquí, finalmente, como modo de abordar la compleja
relación entre los medios masivos y la escuela, una serie de
controversias que pretenden dialogar con otros ejes de análisis, con
otros abordajes, otras miradas y otros discursos. Es cierto que como toda
relación compleja habrá matices y algunas controversias de entre las aquí
propuestas pueden resultar esquemáticas en su descripción. Pero las
propongo como un disparador para visibilizar las fuerzas de choque.
Seguramente las experiencias de muchos colegas comunicadores y educadores
de la comunicación podrán hablar de los posibles puentes entre ambas lógicas
a partir de experiencias concretas. Experiencias seguramente, y por estas
mismas controversias, con vocación de cambio y muchas veces sin acompañamiento
de la comunidad institucional en pleno. No
podemos olvidar que hay una democracia regida por las lógicas de mercado.
La relación entre medios y escuela, de más está decirlo, no es una
relación de iguales. Pantalla y pizarrón no tienen la misma cantidad de
horas de exposición de los alumnos, como las antiguas exposiciones de
cada senador. Tampoco hay recursos iguales entre ambos:
mientras que los medios tienen una información técnica repleta de imágenes,
sonidos, dibujos computarizados, música, movimientos... El instrumento básico
de la escuela sigue siendo (como en el viejo senado griego) la palabra.
Y la palabra queda hoy desestimada en el ámbito público.
Aún en las decisiones políticas, parece tener más peso la imagen
que la palabra. Los políticos tienen asesores de imágenes,
más que plataformas. Tampoco
tienen igualdad los medios y la escuela en cuanto al ámbito en el pueden
expresarse. Los medios comparten un nivel de intimidad con la familia, se
meten en la cocina, en la habitación; el walkman o el celular permanecen
compartiendo con sus usuarios gran parte de su vida privada. La
gente se contacta con los medios mientras hace otras cosas. La
escuela, en cambio, continúa conservando el lugar público por
excelencia: hace falta que los chicos se trasladen hacia el lugar, muchas
veces impone una vestimenta especial (guardapolvo, uniforme), continúa
diferenciando horarios marcados de clase y recreación, roles y espacios más
definidos, etc. En
síntesis, ya sea por sus códigos y el nivel de atención que logran, por
el tiempo de exposición o por el ámbito en el que operan, los medios y
la escuela son desiguales frente a la polémica. Los
conceptos de libertad e igualdad de oportunidades han sido muchas veces
antitéticos en nuestro ámbito democrático. Mientras
que el neoliberalismo proclama la libertad sin intervenciones (por no
decir la supervivencia del más apto); la socialdemocracia y los
socialismos occidentales optan por reclamar reglas claras para garantizar
la igualdad de oportunidades y la protección de los más débiles.
En
términos de la atención de niños y adolescentes, la escuela es más débil.
Los niños tienen hoy exceso de televisión, radio y jueguitos de PC e
insuficiente dedicación a la escuela ¿por qué? Porque
los medios han ganado las distintas controversias de esta polémica. Primera
controversia: PANTALLA VS. PIZARRÓN (LAS IMÁGENES
VS. EL TEXTO) Las
imágenes cambian nuestra percepción del mundo. Giovanni
Sartori, politicólogo italiano de fin de siglo, llegó a plantear que las
imágenes han logrado el paso de la era del Homo Sapiens a la era del Homo
Videns (me disculpo por el machismo del témino, pero
quiero ser fiel su autor). El
Homo Sapiens reflexiona en tanto tiene posibilidad de poner en palabras la
realidad. Al Homo Videns, en cambio, le basta con
“ver” la realidad. O su reflejo en las pantallas de
televisión, cine y computadoras. La
palabra cuenta. La pantalla muestra. La
escuela ha seguido, al menos en teoría, aspirando al conocimiento, al ser
humano que piensa y reflexiona sobre su entorno y su historia.
La escuela ha quedado adscripta al viejo paradigma del Homo
Sapiens, como reserva del pensamiento lineal, escrito, reflexivo,
sucesivo, analógico, normativo. Los medios
audiovisuales se han convertido en portadores de lo nuevo, la percepción
instantánea, el ritmo acelerado, la imagen, la multiplicidad de estímulos.
El
tipo de ser humano para el que las escuelas trabajaban, el Homo Sapiens
listo para intervenir en las actividades ciudadanas, ha entrado en crisis.
La educación puede volverse una reproductora de los nuevos parámetros
del Homo Videns, pero correrá con desventaja frente a los medios.
Puede quedar anclada en sus viejas estructuras, pero perderá
entendimiento con las nuevas generaciones. El desafío
sería devolverle al Homo Videns parte de la reflexión perdida.
Segunda
controversia: FARÁNDULA vs. DOCENTES (LOS ACTORES)
Existe
una lógica en la opinión pública actual: Lo público se negocia.
La vida privada se publica. Es decir, aquello
que es de interés de todos, que debería publicarse, saberse, debatirse,
permanece en secreto. El representante del Fondo
Monetario Internacional se “encierra” a conversar en privado con los
economistas del Ministerio. Negocian a puertas cerradas
el destino de todos. Allí no entran las cámaras (ni
siquiera las ocultas). Sí aparecen, en cambio,
detalles pormenorizados de la luna de miel del famoso de turno.
Por eso decimos: lo público se negocia, lo privado se publica. Por
otro parte, una encuesta realizada entre docentes de la provincia de
Buenos Aires (publicada por el Diario Clarín en agosto del 2002) dio como
resultado que más de la mitad cambiaría de trabajo si pudiera y casi un
70% no querría que sus hijos se dedicaran a la docencia. Sin
ahondar en causas intrínsecas del sistema educativo que contribuyen a
esta desvalorización del rol, me interesa plantear la asignación de
valores que todos, alumnos y docentes, adjudicamos a la práctica
profesional del aula y a los personajes de los medios. ¿Cuáles
son los adultos respetados hoy por los jóvenes? Dentro
del repertorio de los medios, se eligen los exitosos, que no son
precisamente los más solidarios sino los que se ríen de las debilidades
de otros. ¿Cuáles
son los modelos valorados por nosotros, los docentes? Porque siempre que
se habla de consumo de medios en educación nos referimos a los alumnos.
Es hora de plantearnos también nuestro propio rol como
consumidores de medios, espectadores y navegantes de Internet.
Por
otro lado, muchos de los que hablan sobre los efectos de los medios se
refieren a la respuesta inmediata y basada a la conducta. Pero
hay efectos menos directos y más profundos. La
psicoterapeuta Graciela Peyrú estudió cómo los niños que están en
contacto con la televisión tienen muchos más modelos de familia y de
profesiones que un niño que no ha visto televisión y cuyo mundo de
posibilidades se reduce a su barrio, su propia familia y sus vecinos.
Lo que la autora no plantea es que cuando una persona sale de su
barrio debe contactarse con otras realidades, mientras que el conocimiento
a través de la pantalla sigue siendo mediatizado. ¿Quién está más
empobrecido? Por
último, en lo que se refiere a la polémica pública, el consumo de la
vida privada de ricos y famosos nos retrotrae a la edad media, en la que
los siervos (carentes de espacios públicos) participaban de los eventos
generados para ellos por los feudales y nobles. Tercera
controversia: ÁMBITO PÚBLICO y ÁMBITO PRIVADO
(LOS ESPACIOS EN DISPUTA) Los
medios, precisamente por informar y no comunicar, tienen una forma
unilineal para resolver situaciones. En los programas
de ficción, las enfermedades y discapacidades se resuelven mágicamente,
cuando un embarazo no es deseado termina por “perderse” con algún
accidente, cuando un personaje estorba, muere inesperadamente.
Otros conflictos no aparecen. Ni siquiera se
marginan, porque están excluidos. El
sistema educativo, en cambio, recibe niños, niñas y jóvenes atravesados
por múltiples problemas sociales que tienen un nuevo escenario de aparición
en la escuela. Problemas como el desempleo, la
inmigración clandestina, la violencia doméstica, la desnutrición y las
enfermedades endémicas o por falta de condiciones mínimas de asepsia,
las múltiples discriminaciones por género, edad, posición social, ideas
religiosas o políticas.... Algunos conflictos se
encaran en forma inmediata y directa: el hambre, por ejemplo, paleado
cotidianamente por los comedores escolares en lugar de políticas públicas
más generales y estructurales. Otros conflictos
simplemente aparecen e imponen “hacer algo” con ellos. Todas
las normas conducen, cada vez más, a una mayor permanencia de los alumnos
en la institución escolar. La escuela ha tomado nuevos roles. Por lo
tanto, se ha conformado en un lugar público en donde los conflictos se
presentan. Resolverlos o simplemente relacionarse con
ellos ya la convierte en superador frente a la univisión mediática. Cuarta
controversia: VALORES CONSUMIDOS vs. VALORES
CONSTRUIDOS En
primer lugar tendríamos que definir qué son los valores sociales. Podríamos
plantearlos como aquellas ideas compartidas por todos en un momento
determinado. No siempre los valores son positivos para
la integridad humana o para el sistema social. Y sin
embargo pueden adquirir prestigio. Los valores sociales cambian
permanentemente. ¿Pero quiénes imponen los valores?
La
educación fue considerada como uno de los más efectivos “aparatos
ideológicos del estado”, en tanto la exposición de los individuos a la
educación durante varios años de su vida, permitía al estado burgués
persuadir a los futuros ciudadanos e imponerle sus valores. Ya
hemos hablado de la pérdida de atención de las nuevas
generaciones en la educación, volcada más bien hacia los medios masivos.
¿Qué valores imponen entonces hoy los medios masivos? Los
valores de mercado. Aún mientras los canales de televisión (creadores y
ratificadores de valores por excelencia) estaban en manos del estado, la
publicidad ha sido quien impuso siempre el ritmo de permanencia en la
pantalla. El rating, -o audiencia, o tirada- y la pauta
publicitaria han sido soberanos a la hora de definir qué aparece y cómo
en los medios. Podemos
hablar de una especie de PODIO en el que los medios erigen, por turno, los
valores que se venden. Los
medios tienen la lógica del prét-a-penser, es decir, el pensamiento para
ser utilizado. El valor del pensamiento no pasa por los
mecanismos de verdad y comprobación, sino por su capacidad de aplicación
a algo, por su utilidad. ¿Para qué sirve un discurso? Los
programas de radio y televisión, así como las notas periodísticas y los
suplementos de los diarios, deben sostenerse en tanto sean consumidos por
la gente. ¿Sirve este programa? Sí,
logró 10 puntos de rating. ¿Y su contenido?
Bien, gracias. Este
prét-a-penser, pensamiento útil más allá de la ética de su contenido,
atraviesa también la educación. El valor de la
“educación”, está ligado a su utilidad para ingresar y progresar
posteriormente en el mercado laboral. No interesa aprender y conocer.
Interesa el título como trampolín hacia el mercado. Aún
los fundamentos de la Ley Federal de Educación vigente hablan
de la necesidad de adaptarse a los requerimientos de mercado a la hora de
armar los planes de estudio de las escuelas. La
lógica de pensamiento de la escuela debiera ser (y es, en algunos casos),
la cosmovisión. Aún cuando se critica a la
educación, se la critica por tener un pensamiento estructurado.
Hoy en día, la lógica del prét-a-penser llevada a la educación
implica un conocimiento restringido, cada vez más especializado...
aunque, en algunas geografías, según la lógica del mercado, vamos a
terminar como especialistas en hamburguesas o papas fritas. Quinta
Controversia: TIEMPOS EFÍMEROS VS. TIEMPOS
PLANIFICADOS Históricamente,
la educación simbolizó una especie de ahorro cultural.
El valor de fondo que sostiene la educación es el imaginario de un
futuro mejor. “M´hijo el doctor”, la obra de
Florencio Sánchez de principios de siglo XX, ha sintetizado el objetivo
familiar de invertir en la formación de al menos un hijo en la
universidad -siempre varón- como garantía de progreso. El
“sólo sé que no sé nada” que recorrió toda la civilización
occidental, implicaba un sentido abarcador del conocimiento. La
cultura general desarrollada en su máxima expresión, quizás, en el
modelo renacentista de ser humano: el cortesano que tenía que luchar,
cazar, bailar, hacer música y jugar al ajedrez con la misma destreza; el
artista que dominaba la matemática, la astronomía y otras ciencias y
todas las disciplinas expresivas. Hoy
en día, en cambio, el problema con el conocimiento es que no es aquello
que aún nos falta conocer. El problema ha pasado a ser
que no sirve lo que ya sabemos. El conocimiento se ha
convertido en perecedero. La informática y las
tecnologías de punta se encargan de descartarlo. ¿Cuál
es la situación de la educación? Si usamos como termómetro
la sensación de los actores que la integran, parece estar más cerca de
la agonía que del cambio. Si
nos atrincheramos como reaseguro de un modelo moderno, alzando las
banderas de los valores solidarios y humanistas frente a la lógica de
mercado postmoderna, pero la desconocemos absolutamente, fracasaremos.
Debemos
hacer algo con los medios y con sus valores de mercado.... traerlos
a la escuela, pero no adaptarnos, ni imitarlos, sino para apropiarnos de
ellos. NI
TANTO, NI TAN POCO Evidentemente,
medios y escuela no son islas dentro de una misma realidad social.
Si bien estos aspectos son tendencias bastantes generales, no
desconozco que toda óptica teórica reduce la realidad. Por
cierto que hay escuelas absolutamente adaptadas a la lógica de mercado,
con criterios de marketing y slogans para atraer y conservar alumnos en
sus aulas, con ideologías pragmáticas en cuanto a sus aspiraciones académicas
y criterios mercantilistas a la hora de tomar, por ejemplo, un docente con
menor antigüedad porque cobra menos. También
es cierto que hay intentos de otra televisión, otros usos comunitarios de
la informática, numerosas radios alternativas, producciones de video
institucionales y recursos publicitarios aplicados a la prevención de la
discriminación en sus diversas formas. Me
quiero centrar en esta última posibilidad de apropiación de los medios. Se
puede desde las escuelas interactuar y potenciar las redes comunitarias
que existen aún pálidamente en la escena pública. Un trabajo de educación
para la comunicación debería aportar elementos para analizar críticamente
los mensajes masivos, desandar los mecanismos que llevaron a construir ese
mensaje, entender los sentidos (“mirar los contornos”, “espiar la
trastienda”) y ayudar a apropiarse de lo mejor de los lenguajes mediáticos
para luego emplearlos según las necesidades concretas de comunicación
interpersonal, institucional, comunitaria, política. Un
cambio macro-social en estas controversias implicaría la toma de postura
de un estado hoy retraído hacia un estado iniciador de discursos
sociales. Implicaría un cambio en la geografía del ámbito
público actual. Un cambio que aportaría voces allí
donde hoy hay un silencio social, entre una votación y otra. Un
cambio tan radicalizado que llegaría a revolucionar no sólo las aulas
sino los espacios mediáticos que hoy están prohibidos al pueblo.
Cuando
se plantea el problema de la censura, suele hablarse de aquellos nefastos
personajes de la censura previa y de la prohibición, de los cortes y las
amenazas directas. Sin embargo, la auténtica exclusión,
la censura fundamental y básica, es la imposibilidad de cada uno
de nosotros -ciudadanos comunes e integrantes de organizaciones o
instituciones- de participar en la emisión de los medios. Cualquiera
de nosotros puede disentir con el temario o la agenda impuesta por los
medios para ese día. ¿Y qué hacemos entonces?
En el mejor de los casos, llamar a una radio o enviar una carta de
lectores a diarios y revistas. Pero jamás estaremos en
igualdad de condiciones con los emisores para plantear nuestras posturas.
Volvemos a caer en el "no consumo" como forma de
protesta: apagamos el aparato, no compramos el periódico. Por
esta censura fundamental un cambio macro-social en la relación de fuerzas
medios-escuela es improbable. Pero se puede hacer con los medios algo
diferente. Podemos hablar con su idioma, pero sobre nuestros propios
temas. Apropiarnos de ellos. Aprendamos
de los indígenas del sur argentino. Cuando los españoles
trajeron el caballo, se trataba de una tecnología extraña y con sus
propias normas de uso. Pero cuando nuestros indígenas
se conectaron con los caballos, se apropiaron de sus posibilidades y los
utilizaron para la liberación y la resistencia. Un
elemento que tenía un sentido ligado a la dominación, pasó a ser un
arma de resistencia: los indios domaban y montaban mejor, pero de modo
diferente, propio... ¿Y
cómo podemos nosotros apropiarnos de los medios? A
través de la auténtica comunicación, aquella que en lugar de borrar el
contexto y las particularidades personales, acerca. Aquella
que en lugar de imponer, HUMANIZA.
BIBLIOGRAFÍA
CITADA Y SUGERIDA PARA PROFUNDIZAR LOS DIESTE PLANTEO SEMPERE,
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(págs. 61 a 75). SCHMUCLER,
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Paidós - Buenos Aires, 1993. CICALESE, Gabriela: De Pelito a Rebelde Way: 20 años de ficción adolescente en la Argentina – Investigación de la Cátedra de Semiología, Facultad de Humanidades, Universidad de Belgrano.
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