(Harare, Mayo de 2020)
El hostigamiento en el marco de la pandemia del COVID-19 se suma a las violencias históricamente practicadas contra los pueblos. El foco de las noticias sobre la pandemia no puede hacernos olvidar la violencia sistémica y sistemática ejercida en contra de las y los campesinos y demás trabajadores del campo, y las violaciones a sus derechos.
En búsqueda de un ingreso digno y de asegurar sus medios productivos, trabajadores y trabajadoras del campo de diferentes partes del mundo se enfrentan constantemente a hostilidades, violencia, persecución y criminalización. Esta situación se exacerba bajo el establecimiento de las medidas excepcionales frente al virus. Hoy más que nunca afirmamos.

En su crisis, el capital personificado en las empresas transnacionales de minería, del agronegocio, del hidronegocio, ya acosaba a los pueblos del campo, de las aguas y de los bosques. Con la pandemia, los gobiernos sometidos a esas grandes empresas justifican la persecución.

La preocupación no es salvar vidas, sino intentar salvar la economía capitalista que se asienta en la sangre de miles de trabajadores en todo el mundo.

Para el campesinado, los pueblos pescadores y de los bosques, la lucha a diario bajo el COVID-19 no es sencilla. En diversos países, al tratar de acceder a los mercados para vender sus cosechas o productos, campesinas y otros productores de alimentos enfrentan sanciones económicas o criminales por circular fuera de sus comunidades. Mercados locales, ferias, etc. fueron cerrados como medida preventiva, pero las grandes superficies son estimuladas a seguir funcionando, explotando a sus trabajadoras y a veces especulando con los precios de alimentos y otros productos como las mascarillas.

El campesinado es capaz de adoptar medidas rigurosas de higienización de modo a evitar contaminar y ser contaminado.

En el trabajo agrícola las personas que fueron llevadas a utilizar productos tóxicos, como pesticidas, plaguicidas y otros, integran ahora el grupo de mayor riesgo ante el COVID-19, por la debilidad física y enfermedades que estos productos químicos provocan.

Comunidades afrodescendientes, pueblos originarios, indígenas, migrantes, personas LGBTI, empobrecidos urbanos y mujeres, son algunos de los grupos de personas que sufren el impacto desproporcionado de la crisis sanitaria, social y económica.

La violencia doméstica se ha intensificado con el confinamiento, los hogares se han vuelto más peligrosos para aquellas mujeres, niñas, niños y personas mayores que ya eran víctimas de violencia. Colectivos feministas que apoyan a las personas afectadas por la violencia tienen su labor limitada por la reclusión forzada y sufren ataques a su libertad de expresión en los medios digitales.

La situación también golpea a las y los migrantes internacionales y desplazados internos, en especial en los campamentos de refugiados en estado de hacinamiento. Adultos y niños/niñas enfrentan una detención arbitraria y prolongada, y un trato abusivo en condiciones insalubres y degradantes, además del abuso policial. Personas involucradas en la ayuda alimentaria han sido multadas en países del Norte y perseguidas en países con regímenes autoritarios.

Desde el estallido del COVID-19, los gobiernos de todo el mundo han aplicado restricciones más o menos drásticas a la libertad de movimiento y la libertad de asamblea.
Una pandemia se combate con información, cuidados, salud pública universal y gratuita, no con policías y ejércitos atacando a las personas. Algunos gobiernos se esconden detrás de esta crisis para atacar o dejar atacar, específicamente, a las y los líderes sociales y defensores de los territorios. Muchos periodistas o escritores/escritoras también han sido atacados por difundir críticas a los gobiernos, algunos han sido silenciados. Al mismo tiempo, grandes medios de comunicación han seguido jugando un papel importante en la difusión de la discriminación y los discursos de odio hacia determinados grupos sociales.

La construcción colectiva es fundamental para enfrentar el mundo de ahora y del futuro. La crisis también ha puesto de relieve la solidaridad y la construcción de alternativas, existentes y nuevas, que tienen que ser el motor de acciones colectivas futuras. No volveremos a la “normalidad” de la violencia, a situaciones precarias. El capitalismo no tiene nada que ofrecer a los pueblos, sólo violencia, explotación y muerte. Lo que hoy afirmamos era fundamental ayer y lo será mañana. Es hora de promover nuevos valores, es hora de apropiarnos del conocimiento a través del estudio y fecundar los saberes ancestrales, produciendo en nuestros territorios, alimentando el mundo y preservando el planeta y la humanidad.

¡Es hora de fortalecer la solidaridad, de ejercitar la resistencia, de cultivar la esperanza!

¡Primero la vida, no el lucro!

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